Vanity Fair (Spain)

UNA VIDA CINCO ESTRELLAS

- _NURIA HERNÁNDEZ

De pequeña, Lydia Monfort Matutes salía a navegar en el barco de su abuelo, Abel Matutes, y allí coincidía con invitados como José María Aznar. Hablamos con la nieta mayor del exministro y empresario ibicenco que un día heredará el imperio hotelero de la familia.

Pocas personas pueden contar que han vivido en un hotel y muchas menos que lo han hecho en su propio establecim­iento hotelero. Una de ellas es Lydia Monfort Matutes, la nieta mayor de Abel Matutes, el ministro de Asuntos Exteriores durante el primer mandato de José María Aznar. “Viví en Madrid con mi abuelo en el Ayre Colón, uno de nuestros hoteles”, nos cuenta en exclusiva la joven en su primera entrevista. “Al principio era muy guay porque tenía room service, me hacían todo… Pero luego hasta los de la limpieza sabían cuándo tenía exámenes, cuándo salía de fiesta… ¡Estaba más controlada que viviendo con mi madre!”, bromea. Compartió pasillo durante los dos cursos de Bachillera­to con su abuelo, que tres días a la semana residía en la capital por trabajo. “Yo iba a clase y a las siete y media de la tarde me llamaba y bajábamos a cenar. También desayunába­mos juntos. Él siempre se despierta a las cinco de la mañana y va al gimnasio. ¡Hoy con 80 años lo sigue haciendo!”, cuenta.

A Madrid llegó tras pasar su infancia en Ibiza, la isla que la vio nacer a ella y también a toda su familia materna, y estudiar un año en el Badminton School, un internado para niñas en Bristol, Inglaterra. “Al principio fue un poco traumático porque mi madre me obligó y yo no quería ir. Pero vino mi hermana María (un año menor que ella) y fue genial. Recuerdo que una compañera me invitó al concierto de Justin Bieber en Londres. Fue alucinante”, comenta con esa naturalida­d que dan los 21 años.

“Fue muy guay vivir en uno de nuestros hoteles, aunque hasta los de la limpieza sabían si tenía exámenes o me iba de iesta”

Lydia llega sola y con ciertos nervios a la sesión de fotos, pero se gana al equipo con su educación exquisita y su predisposi­ción. A su abuelo lo llaman el Rey de Ibiza —“Eso dicen”, bromea cuando se lo mencionamo­s— y allí es dueño de hoteles como el Hard Rock o el Ushuaia, así como de unos cuantos más en la Península y el Caribe. “Para nosotros la empresa es un miembro más de la familia. Segurament­e termine trabajando en este sector, así que ahora he querido probar en el de la moda, que me encanta”. Lleva seis meses en Barcelona, donde hace prácticas en la firma Andrés Sardá, pero después del verano, que pasará en Ibiza, volverá a Madrid (al piso que tiene con su hermana en el barrio de Salamanca) para terminar ADE en el IE.

“Mi abuelo siempre me ha dicho que todo esfuerzo tiene su recompensa, y en eso estoy porque quiero que se sienta orgulloso de mí”, dice. Lydia lo adora y tiene una conexión muy especial con él. “Cuando éramos pequeñas y mis padres se iban de viaje, nos quedábamos con mis abuelos. Hemos pasado mucho tiempo juntos y lo admiro muchísimo. Si hablas con él de cualquier tema, él te da una lección de vida. Siempre. En Ibiza vivimos a cinco minutos en coche, mi madre [Carmen

Matutes] en Talamanca y mi abuelo en Jesús. Los sábados comemos toda la familia y en verano salimos en barco”, nos

“Siempre que hablo con mi abuelo Abel, él me da una lección de vida. Siempre”

explica. Y ¿cómo es como abuelo? “¡Buah! Es muy cariñoso, lo da todo por la familia. Todos los días después de trabajar venía 10 minutos a casa para darnos un beso a mi hermana y a mí. Ahora vive a su bola, no quiere que lo molesten y no hace caso a las cosas que no le interesan. Sigue yendo a la oficina a diario, pero quiere pasar desapercib­ido”, revela. Los mejores recuerdos de su infancia los tiene a su lado. “Cada fin de semana salíamos a navegar en su barco, el Aiglon, y a veces hacíamos viajes, como uno en el que llegamos a Sicilia”.

Por supuesto, por su casa han pasado personajes del mundo de la política, pero es de Aznar de quien guarda mejor recuerdo. “De pequeña ya sentía gran admiración por él. Venía unos días al barco y en cuanto llegaba me sentaba encima de él. Me ponía delante de José María y de Ana [Botella] a bailar, les enseñaba cómo me tiraba al agua… así todo el día. Él era muy cariñoso conmigo”, recuerda. El expresiden­te también estuvo en la boda ibicenca de sus padres, Alejandro

Monfort, empresario inmobiliar­io de origen vasco, y Carmen Matutes, una de las mujeres más poderosas de España. “Fue un show. Mi abuelo entonces era ministro y una amiga de mi madre que vive cerca siempre cuenta que, como ahí se alojaban Aznar y Jaime Mayor Oreja, estuvieron una semana sin dormir porque había un helicópter­o de seguridad dando vueltas las 24 horas”, ríe.

La joven tiene una relación estrecha con su madre (“A veces prefiero hacer planes con ella que con mis amigas”) y según su padre no solo se parecen físicament­e: “Dice que somos muy responsabl­es y ‘listas’. Si jugamos al Trivial, sabemos todas las respuestas”, comenta entre carcajadas. Sus progenitor­es se separaron cuando era una adolescent­e, pero se llevan tan bien que Monfort sigue viajando con los Matutes. “En Navidad siempre vamos a alguno de nuestros hoteles en el Caribe con mi abuelo. Pasamos Nochebuena en su casa en Ibiza; el 25 él va a misa y le gusta estar tranquilo porque es el día que murió su madre, y ya el 26 cogemos un avión al Caribe”, relata. ¿Ha pensado seguir sus pasos en política? “Sí, pero creo que me matan si lo hago. El otro día se lo dije a mi abuelo y su respuesta fue: ‘Ni de broma, ni loca, ¡ni se te ocurra!”.

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