Vanity Fair (Spain)

A VECES HAY QUE CALLARSE

Valoro la libertad de expresión que disfrutamo­s y sé que se la debemos a quienes dieron su vida por defenderla. Pero creo que en 2021 el activismo también consiste en saber callarnos e identifica­r cuándo es útil propagar nuestro enfado y cuándo no.

- POR CARMEN PA CHECO

Hace tiempo decidí no posicionar­me públicamen­te en la mayoría de polémicas y debates que surgen en redes sociales. Casi siempre tengo una postura clara, pero la comparto solo por privado y recomiendo a la gente que aprecio que haga lo mismo. A menudo recibo este comentario: “¿Entonces qué hacemos? ¿Nos callamos?”, y en la segunda parte queda implícito un “¿Dejamos que nos pisoteen?”.

No, no creo que haya que callarse ni mantenerse en un segundo plano o, mucho peor, “neutral” cuando sucede algo como una agresión machista u homófoba, cuando los servicios públicos no funcionan como deberían o cuando un partido político propone un proyecto de ley que vulnera nuestros derechos o los de otras personas.

Valoro la libertad de expresión que disfrutamo­s y sé que se la debemos a las personas que dieron su vida por defenderla. Sin embargo, creo que en 2021 el activismo también consiste en saber cuándo callarse.

Pongamos un ejemplo. Si hubiera titulado esta columna “Callarse como una puta” o “Calladitas estamos más guapas”, probableme­nte habría conseguido llamar la atención de más lectores. La versión digital habría sido compartida por alguien que sin haberla siquiera leído se habría quejado, con cierta razón, del uso gratuito de una frase machista. Si en un golpe de suerte, hubiera conseguido cabrear a muchas personas y el tuit se hubiera viralizado, habría recibido bastantes insultos, pero con el alcance siempre llega gente nueva que te lee por primera vez, que decide seguirte y aumenta tus números. El próximo artículo lo compartirá más gente, enfadará a más gente y el ciclo volverá a repetirse. No es tan difícil cogerle el gusto a tratar temas polémicos.

Esto se puede hacer de manera más o menos consciente.

El tuitero que escoge un tuit burdo e incendiari­o que solo habría leído una decena de personas y lo expone ante sus cientos de miles de seguidores para deslumbrar­los con el ingenio y la superiorid­ad moral de su respuesta lo hace simplement­e por ego. El político que aspira a que su salida de tono en el congreso de los diputados se convierta en un vídeo viral lo hace como parte de un plan.

En 2021 no podemos desconocer los mecanismos de la economía de la atención. No podemos obviar el hecho de que cada vez que nos enfadamos en Internet alguien gana dinero o estatus con nuestro cabreo. Enfadarnos ni siquiera es el objetivo, sino solo un buen método para conseguir nuestra atención y que actuemos además como vector de contagio. Y esta rentable dinámica lo ha permeado todo. Desde los juegos online para niños hasta la política global. La consecuenc­ia de esto es que el debate se banaliza y se degrada y cuando se alza la voz por una de las causas importante­s que enumeraba en el segundo párrafo, todo queda al mismo nivel y mucha gente saturada y aturdida por el ruido lo toma como simple “polarizaci­ón”.

Es difícil que nos pongamos todos de acuerdo sobre cuándo es el momento de callarse, pero simplement­e parándonos a pensar y trazando nuestras líneas rojas, empezaremo­s a filtrar. ¿Cuándo es útil propagar nuestro enfado y cuándo no? Ese sí es un debate que merece la pena tener.

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Carmen Pacheco es escritora, publicista y guionista. Como vive de la atención de los demás, pre ere manipularl­a con cuidado.
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