Vanity Fair (Spain)

PEDRO ALMODÓVAR, en PAZ con la VIDA

A PUNTO DE ESTRENAR ‘MADRES PARALELAS’ EN EL FESTIVAL DE VENECIA, EL DIRECTOR MANCHEGO REPASA SU VIDA Y SU OBRA Y HABLA DE TODO: DE LOS AÑOS EN LOS QUE DESEÓ SER PADRE E INCLUSO DEL GOBIERNO DE PEDRO SÁNCHEZ.

- Por IANKO LÓPEZ

Tengo dos Oscar, dos Globos de Oro, todos los premios del mundo. Desde ese niño que vivía en Calzada de Calatrava y jugaba con cromos de cine hasta ahora, todo lo ocurrido es como un milagro. Mi vanidad está hipersatis­fecha”. Entrevisto a Pedro Almodóvar (71 años) en su despacho de la productora El Deseo después del pase para prensa de su película Madres paralelas. Aún no la ha presentado en Venecia, donde Penélope Cruz acabó ganando el premio de interpreta­ción. Por puro espíritu de contradicc­ión, saco a relucir la melancolía que transmitía­n los escritos que publicó en un diario digital durante las primeras fases de la pandemia. “Sí, esa melancolía está ahí, pero desaparece en momentos de actividad. Esta vez me libré de ella retomando el guion de Madres paralelas, que había empezado hace 10 años”.

Cuando esto ocurre la cinta está a punto de abrir el concurso del Festival de Venecia y se ha decidido que el estreno comercial en España será el 8 de octubre. Es un momento de actividad frenética, así que tengo ante mí a un Almodóvar sin tiempo para la melancolía. Se parece muy poco al álter ego que aparece en su cine. Nada de la languidez de Eusebio Poncela en La ley del deseo ni de la mirada hosca de Fele Martínez en La mala educación o la fragilidad de Lluís

Homar en Los abrazos rotos. Y menos aún del Antonio Banderas de Dolor y gloria que parecía vencido por un enorme peso. Fuera de la ficción, se muestra animoso y tiende a destacar los aspectos positivos de su trayectori­a; siempre ha salido adelante, pero sobre todo lo ha conseguido a base de ser quien es. “Lo que no quiere decir que no haya tenido que pagar un precio por ello. Pero la vida es así”, apunta. Ese precio se ha fijado cada vez que se ha enfrentado a quienes lo miraban con desconfian­za, cuando no con hostilidad. De niño, en el colegio, se plantó contra la violencia homófoba, por desgracia tan de actualidad. “Tuve que pelearme una o dos veces. Yo, que soy antiviolen­cia, si tenía que ponerme bruto, me ponía más que nadie. Había que demostrar que tenía más huevos que el otro”. Después, en Madrid, sus compañeros de Telefónica seguían considerán­dolo un bicho raro mientras él hacía su vida por otros territorio­s, en el Rockola y demás templos de la movida. “Tuve la suerte de trabajar en el cine, que es una élite de mentalidad libre. ¿Cómo

te van a mirar raro por ser gay? Aunque, si lo pienso, en el cine también pasaba. Siempre hubo gente que era muy hostil. La ley del deseo no querían que se hiciera. Tal cual. Un productor le dijo a Carmen Maura: ‘Ni sueñes con que esa película se va a hacer’. Pero, al igual que en el colegio, también conté con un grupo de fieles que me habrían defendido a muerte. Así que mi vida no ha sido la de una víctima”.

Sin embargo en 2008, durante otra entrevista publicada en Vanity Fair con motivo del estreno de Los abrazos rotos, desvelaba una de sus grandes renuncias vitales: la de engendrar un hijo. Esto daría sentido a sus citas a obras de García Lorca como Yerma (en Todo sobre mi madre) y Doña Rosita la soltera (en Madres paralelas), que aluden a la frustració­n de quien, deseándolo, no ha podido tener descendenc­ia.

—¿Cree que es una buena idea seguir trayendo niños a este mundo?

—No lo sé. Durante la mayor parte de mi vida pensé furibundam­ente que no. Pero después sí sentí la necesidad de tener un descendien­te. ¡Y de mi propia sangre! No adoptado. Me duró un año o dos, y me sentí como un gilipollas porque es lo opuesto a lo que pienso y a la vida que llevo. Yo no puedo condenar a nadie a que dependa de una vida como la mía. —¿Consideró recurrir a la gestación subrogada, que tanto debate genera?

—Cuando escucho cosas como “Fulanito se ha comprado un niño”, me horroriza. Pero, al mismo tiempo, la idea de granjas de mujeres gestantes también me parece terrorífic­a. Creo que puede haber un punto medio en el que se llegue a un acuerdo con una amiga. Esa opción apareció en un momento en el que yo ya era demasiado mayor para tener un hijo. No quería tenerlo a una edad tal que cuando él tenga 13 yo tenga 80. Pero si me hubiera llegado con 40 años, no sé qué habría hecho.

Decía la artista Louise Bourgeois que el arte es una garantía para la cordura, y para Almodóvar hacer cine ha sido una forma de superar esa realidad no siempre propicia. Las madres aparecen en todas sus películas, bien para rememorar sus raíces, bien para sublimar a través de ellas su propio deseo de paternidad. Madres paralelas está llena de padres ausentes, mientras ofrece un compendio de todas esas madres anteriores: la dolorosa y la terrible, la de sustitució­n y hasta la familia ampliada que trasciende los límites biológicos. “Estas son maternidad­es más imperfecta­s que las de otras películas mías. Pero igual de abnegadas, porque la maternidad ya lleva eso de por sí”. La cinta mezcla géneros o, mejor aún, se inventa uno: el melodrama íntimo que es al mismo tiempo cine político con perspectiv­a histórica. Las dos historias que cuenta —la relación de dos mujeres unidas por la maternidad y el descubrimi­ento de una fosa común de la guerra civil— confluyen en un primer plano de una niña. “Unir así la verdad histórica con la verdad personal de los personajes es lo que me parece más original y de lo que me siento más contento. Y eso que estuvimos a punto de no conseguir esa mirada en el rodaje, porque la niña tenía solo dos años”. La relación entre Penélope Cruz y Milena Smit es otro de los puntos fuertes ¿Cómo las dirigió? “En los ensayos ellas se ponían a llorar y acababan abrazadas. Y yo les decía: ‘¡Que no! No se puede estar llorando todo el tiempo, en el cine queda feo’. En la vida real Penélope no es como su personaje, sino una madre más a la antigua. Hemos sacado un registro nuevo a base de ensayar muchísimo. Es el

papel más difícil que yo haya escrito. El personaje de Aitana Sánchez-Gijón

les da el contrapunt­o por su escaso instinto maternal. Se trata de una actriz teatral centrada en su trabajo que se define como “apolítica” para gustar a todo el mundo. “Esa frase se la oí a una actriz real en televisión. ¡Todos queremos gustar a todos los públicos! Yo sé que esta película no va a gustar a todos, pero eso no debe impedirme hacerla. Los seres humanos tenemos una ideología y el derecho a hablar de ella. Cuando yo y muchos otros apoyamos a Zapatero también pensamos que era lo que procedía en aquel momento.”

Le recuerdo que, la primera vez que lo entrevisté, Pedro Sánchez acababa de formar gobierno y él afirmaba recibirlo con ilusión y esperanza. De nuevo no hay nada que lamentar, ya que esa ilusión está compensada: “Han cometido errores y los siguen cometiendo. Pero han sacado a Franco del mausoleo y han creado la Ley de Memoria Democrátic­a. Ningún Gobierno lo había hecho: le habría correspond­ido a Felipe González, que tuvo tres mayorías. Solo por eso, el balance es positivo”. Lo que no evita otras cuentas por saldar: el Festival de Cannes, que no le ha dado una Palma de Oro tras la de 1999 por Todo sobre mi madre. Pero él prefiere mencionar un proyecto que ya no realizará, la adaptación de Manual para mujeres de la limpieza, de la norteameri­cana Lucia

Berlin. El guion está escrito, pero la pandemia retrasó el trabajo y descartó dirigirlo. “Era la primera vez desde Julieta que había encontrado un álter ego con unas historias ajenas. Y me siento fatal pensando que ya no voy a hacerla. Eso sí que lo llevo dentro, como una herida”.

Cree que el Gobierno de Pedro Sánchez ha cometido errores: “Pero han sacado a Franco del mausoleo y han creado la Ley de Memoria Democrátic­a. Solo por eso, el balance es positivo”

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“Sentí la necesidad de tener un descendien­te. ¡Y de mi propia sangre! No adoptado. Me duró un año o dos”
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“En la vida real, Penélope Cruz no es como su personaje, sino una madre más a la antigua”

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