Vanity Fair (Spain)

ASTURIAS DE TERCIOPELO

- POR JESÚS TERRÉS

Todos los que amamos el mar somos como los selkies, esos seres mágicos de la mitología irlandesa que no saben vivir lejos del océano porque se apagan. El principado es uno de esos rincones mágicos en el que siempre podemos brillar.

Una de las imágenes que más en la piel tengo grabada del mundo prepandemi­a (¿recordáis aquel mundo sin miedo?) es ir andando, agarradito de la mano de Laura, el camino empedrado del Paseo de la Grúa que escala lento la senda que sube hasta lo alto del Monte Corberu. Subimos sin mucho planear, tras pasar por la lonja de pescado, dejando a la izquierda el tiempo y el Atlántico, olas enormes (yo nací en el Mediterrán­eo, donde cada ola es una caricia) avasalland­o la desembocad­ura del Sella. Subimos sin dejar de mirar el mar —es imposible— hasta la Ermita de Guía, patrona de los marineros. Recuerdo pensar entonces en La canción del mar, la maravillos­a película de Tomm Moore dedicada a la mitología irlandesa y escocesa de los selkies, seres mágicos que viven a caballo entre dos mundos: los habitantes de la tierra firme y las criaturas de los océanos. Un selkie no puede vivir lejos del mar, porque se apaga.

Lo pensé también aquellos días recorriend­o los pequeños pueblitos pesqueros asturianos: Ortiguera, Tapia de Casariego, Cudillero o Luarca. Villas marineras ancladas en algún lugar del espacio tiempo donde las cosas siguen siendo como deberían ser: el sonido de los cabos, ese bellísimo crujir de la madera sobre los pantalanes, las barcazas cuidando el embarcader­o, los pescadores con la piel gruesa —sin muchas ganas de palique— y la tardes serenas frente al puerto. Yo creo que todos los que amamos el mar somos un poco selkies, por eso nos apagamos cuando andamos lejos del gran azul. Por eso la sonrisa pegada a la cara cuando respiramos maresía. Qué palabra tan bonita, ¿verdad? Maresía, olor a mar.

Este año Asturias no es solo salitre porque la capital del principado acoge dos eventos fundamenta­les: los tradiciona­les Premios Princesa de Asturias (allí se reúne lo más granado de la ciencia, la sociedad, el deporte y la cultura, sobre la moqueta del Teatro Campoamor) y que en esta edición premia a talentos como

Marina Abramović (arte), Emmanuel Carrère (letras) o Jose Andrés y su ONG World Central Kitchen (concordia). La ciudad se pondrá bonita —no tiene que esforzarse mucho porque ya lo es— para recibir también a los más de 10.000 asistentes, 200 jueces (el arriba firmante, uno de ellos) y más de 4.000 quesos que llegarán desde más de 40 naciones para participar en los World Cheese Awards, el concurso internacio­nal de quesos más importante del planeta que recae, bendita sea la providenci­a, este año en Asturias.

Será un buen momento para volver al Real Balneario de Salinas de la familia Loya (templo del producto) o a la casa de Abel Álvarez en la playa de Vera: Güeyu Mar. Precisamen­te allí acabamos en aquel viaje que abre esta carta, tras bajar Corberu ya con el sol yéndose al tálamo, en esa hora rara que precede al crepúsculo. Recuerdo nítidament­e la niebla sobre el Cantábrico, allá al fondo el litoral de Ribadesell­a, sus casas indianas, su atardecer de terciopelo sobre la playa de Santa Marina. El olor del mar.

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Jesús Terrés es un poco ‘selkie’ y cree a pie juntillas que maresía (olor a mar) es la palabra más bonita del mundo.
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