Vanity Fair (Spain)

UNA LUMBRE QUE NOS GUARDE

- POR JESÚS TERRÉS

Teníamos la esperanza de que en el 2021 todo volvería a ser como antes, pero aunque no fue así este año nos dejó la certeza de que el tiempo es nuestro tesoro más valioso. Ahora toca permitir que la luz ilumine nuestras vidas. Bienvenido, 2022.

Son fechas estas de volver a casa y de hacer ese ejercicio imposible de tan ambicioso, profundo como el océano: recapitula­r, aprender de lo sucedido a lo largo de 12 meses que a veces han parecido mil, ordenar lo bueno y lo malo, priorizar afectos, trazar un itinerario de posibles (e imposibles), propósitos que quizá caigan en la Normandía de nuestros quehaceres, estar juntos (soy de los que piensan que siempre estamos volviendo a casa, pero estos días más) con calorcito en el corazón y un puñado de razones para encontrar las ganas de seguir andando, una lumbre que nos guarde.

El 2021, ya que estamos pasando lista, arrancó con la esperanza de que sería el año en el que todo volvería a ser como era (con qué inocencia lo vivimos, ¿verdad?) tras la parálisis forzada del 2020. Recuerdo ahora lo que escribí en esta página entonces: “Volverán los viajes y las rutinas, el mundo será diferente (eso dicen) pero seguiremos anclados a este deseo de descubrir, este hambre de vida que no se apaga”. Pero no, qué va; la esperanza la diñó pronto y los plomos de la realidad encadenaro­n nuestros pasos a esta epidemia silenciosa, pero yo lo tengo claro: me quiero quedar con lo bueno.

No volvieron las rutinas pero en parte me alegré, porque este dar la vuelta a nuestra vida como un calcetín también nos ha traído un regalo: separar el grano de la paja, pensarse muy mucho a qué (y a quién) dedicas tu tiempo, porque también nos trajo la certeza de que el tiempo es nuestro tesoro más valioso. Yo nunca he pasado tantos ratos buenos con mis amigos. Ya les digo te quiero. Dejé libros a medias. Llegaron los viajes, primero por esta España nuestra —qué suerte tenemos porque es infinita, no te la acabas— para más tarde volver a la vieja Europa. Los paseos por la playa con Laura, adoptamos otra gata (esta, de siete años: nos dijeron en el refugio que casi nadie quiere animales “viejos”), celebramos cada cosa, brindamos muchísimo.

Lo que toca hoy es ponerse manos a la obra, no caer nunca en el desencanto (un poquito no más), planificar sin prisa esta hoja de ruta que os propongo aquí y ahora para el año que comienza: un mapa en busca de la emoción. Y la belleza. Porque es imposible cansarse de la belleza. Abrazar la memoria, entender lo que pasó a los que te precediero­n, perdonar (perdonarte), defender tu territorio (tu gente), soñar muy ancho y no preocuparn­os tanto por las urgencias de cada día. Dar siempre los buenos días (no cuesta tanto: “Buenos días”), dejar las horas morir como cuando teníamos tiempo, escuchar canciones cursis, rendirnos a los placeres culpables: tenemos que dejar de llamarlos culpables. Decir la verdad (aunque cueste), escuchar de corazón (aunque cueste), dejar que te pasen cosas y buscar la grieta en todo. Para que entre la luz.

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NUEVOS COMIENZOS Sacha Distel y Brigitte Bardot, en su apartament­o de París en 1958.
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