JOSÉ ANDRÉS ENTRA EN UCRANIA
Ni por un momento se creyó José Andrés (Mieres, 52 años) las intenciones de Putin. “Empezamos a prepararnos para lo peor semanas antes”, nos cuenta por teléfono en un breve interludio entre su asistencia humanitaria en Polonia y su intención de volver a la zona en conflicto, esta vez traspasando la frontera de Ucrania, mientras los misiles rusos se acercan cada vez más al territorio de la OTAN. Su organización, World Central Kitchen, fundada en 2010 para intervenir en catástrofes humanitarias aportando “la dignidad que da comer”, fue “de las primeras” en desplegar su potencial ante la crisis humanitaria ucraniana. “Nuestro tamaño nos permite ofrecer una respuesta casi inmediata, y cuando nos ponemos en marcha ya no hay manera de parar. Hemos llevado cientos de miles de kilos de comida de forma preventiva a ciudades que iban a ser bombardeadas. […] Y sabemos que algunos de los restaurantes de nuestra red han estado dando de comer a mujeres y niños mientras estaban siendo bombardeados. Esto es lo más duro para nosotros, pero lo único que queremos es que la gente no pase hambre. Que dentro del horror al menos tengan la dignidad de un plato”.
“También es duro ver a tanta gente aterrorizada y a las familias que tienen que separarse porque los hombres dejan a mujeres, niños y ancianos y se dan la vuelta para ir al frente. No solo por el decreto de Zelenski [que afecta a todos los varones ucranianos entre 18 y 60 años], sino porque quieren defender a su país: a las familias que dejan atrás”.
El cocinero ha tenido que tirar de toda su experiencia para hacer frente al reto. No son solo los años en activo de WCK, sino toda una vida dedicada a la ayuda humanitaria desde su conocimiento gastronómico. “Yo no empecé ayer, llevo 30 años formando parte de varias ONG, desde ser un voluntario más en la cocina hasta ser el chairman de la organización. Ha sido un aprendizaje constante”.
Y siempre gobernado por la comida. “Yo he visto el poder que tiene para dar esperanza, pero de una forma pragmática, esperanza que no se queda en lo romántico. Ese pragmatismo es lo que me llevó a World Central Kitchen, el ver la inacción, la respuesta pésima por parte de todos, ante tragedias como [el huracán] Katrina, en Nueva Orleans. Me hizo marcarme un objetivo: yo me dedico a dar de comer y de beber, rápida, eficazmente, empleando en la medida de lo posible lo que haya localmente. Mi visión es que cada posible voluntario, cada cocinero, cada restaurante son parte de WCK. Cuando lo ves tan fácil, cuando te lo crees y empiezas a llevarlo a la práctica, se explica nuestra ventaja: en mi cabeza yo ya tengo un equipo en todos lados. Así podemos adaptarnos a cualquier situación, siempre respondemos sobre las posibilidades del lugar en el que intentamos ayudar. No seguimos un plan, porque las cosas nunca suceden como planeas. Por eso es tan importante pensar que cada situación es una oportunidad de servicio, solo hay que adaptarse a ella. Mi gente se ríe de mí porque siempre digo que las reuniones se tienen que celebrar mientras damos de comer. Y esa es la importancia de la gastronomía, no es solo el placer de la mesa. Se trata de que la gastronomía construya mesas más largas, muros más bajos y que sea el motor que todos queremos”, concluye.