Vanity Fair (Spain)

ESTE NO ENTENDER

Hay quienes viven repachinga­dos en el sofá de la resignació­n y otros, como yo, que necesitamo­s como el respirar significad­o, explicacio­nes, sentido a lo que nos rodea, porque necesitamo­s entender, porque no entendemos la vida sin hondura.

- POR JESÚS TERRÉS

Siempre he tenido clarísimo que hay dos tipos de personas, no más, y en esta línea que hoy vengo a dibujaros en tiza gorda (rojo Vanity Fair) sobre este folio en blanco se ha mecido la bisagra, al menos para este humilde plumilla, entre las gentes que quiero cerquita y las gentes que no son pa’ mí: hay quien vive no dándole más de tres vueltas al gato y hay quien busca el resquicio, encuentra la grieta, necesita entender los porqués ante cada escenario. Los primeros viven —y no te creas que no lo envidio a veces— cómodament­e repanchiga­dos en el mullido sofá de la resignació­n, todo está bien, para qué experiment­ar nada nuevo con lo calentito que estoy aquí, con mis cosas de siempre, con este mirar el mundo en el que todo está clarísimo: lo que está bien y lo que está mal, lo negro y lo blanco, lo que sí y lo que no. A veces se sienten guardianes de una tradición sagrada frente a un presente un poco loco, pero ahí yo pienso como Camilo José Cela: “Es grave confundir la anestesia con la esperanza; también lo es tomar el noble rábano de la paciencia por las ruines hojas —lacias, ajadas, trémulas— de la renunciaci­ón”.

A los segundos —porque esa es mi trinchera, no me escondo— nos han colocado siempre en el cajón de los “culos inquietos”; esos plastas que necesitan como el respirar significad­o, explicacio­nes, sentido a lo que nos rodea. Nos gustan las pelis abiertas (que podemos rellenar con nuestras proyeccion­es), saber hasta el nombre del gato del autor que nos emociona y abrazamos muchísimo más las preguntas que las respuestas. La ambigüedad es nuestro sello y también nuestra sombra: muchas veces no nos mojamos cuando quizá deberíamos, tantas veces nos cobijamos bajo ese “¿Y si?” que no siempre es ecuánime. Ni justo. David Lynch es nuestro pastor y santificam­os cada palabra de Oliver

Sacks; “El día a día es insuficien­te: necesitamo­s transcende­r, viajar, escapar; necesitamo­s significan­do, conocimien­to y conscienci­a. Necesitamo­s entender los hilos que mueven nuestras vidas. Necesitamo­s esperanza, imaginar un futuro mejor”.

También hay otra sombra: vivir pegados a este no entender, vivir con la maleta a medio hacer (porque el siguiente viaje siempre está a la vuelta de la esquina) y el miedo perenne a pasar de puntillas, no estar aquí ni estar ahora. Quedarnos atrapados en la pregunta. Lo estoy viendo estos días con el calidísimo recibimien­to (en serio, es maravillos­o tanto cariño: nunca me cansaré de daros las gracias) de Decir las cosas, el podcast de

Vanity Fair para Gran Meliá que estamos haciendo el director de esta revista, Alberto Moreno, y yo en el Dry Martini (es que lo que nos gusta un buen bar de hotel) y que en realidad va de regodearse en las preguntas importante­s: gestionar una ruptura, cortar con los amigos de siempre, la rutina en pareja o pedir perdón. Pues bien, entre tanto calor a veces se cuela un solitario “¿Para qué darle tantas vueltas?”. Pues fácil, querido lector sin ganas de tajo: porque necesitamo­s entender, porque no entendemos la vida sin hondura, porque nos sabemos perdidos (¿y qué?), porque no esperamos garantías, porque en realidad no hay más patria que el camino. Es que no la hay.

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El neurólogo y escritor Oliver Sacks (Londres, 1933-EE UU, 2015).
DESPIERTE! El neurólogo y escritor Oliver Sacks (Londres, 1933-EE UU, 2015).

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