UN METAVERSO CON DANIEL DAY LEWIS Y LO QUE SURJA
Para una mujer que sueña con mudarse con Daniel Day-Lewis a la Toscana, esto de ser una avatar e interactuar con otros mientras físicamente estás en tu casa es de una modernidad considerable.
Empecemos con una confesión. Hasta ahora yo desconocía lo que era el metaverso y tampoco es que tuviera mucho interés en saberlo. Aunque tampoco es que una viviera en la inopia. Sé que fue noticia de interés en los medios hace un tiempo y advertí a unos cuantos señores flipados con el asunto en redes sociales, pero yo leí aquella palabra y lo primero que me vino a la cabeza fue mi exnovio. Un señor que me hizo desconfiar de los informáticos y de todo aquel interesado en la tecnología y al que imaginé entregado sin medida a este nuevo invento. Así que comprenderán que viviera feliz en mi ignorancia. Pero me pidieron que escribiera. Y una, por encima de casi todas las cosas, es apañada y cumplidora.
Como creo que la simpatía abre muchas más puertas que la belleza, repasé mi agenda. Y me encontré con Antonio Lorenzo, con el que trabajé durante ocho años. Recordé que la última vez que supe de él fue porque lo habían nombrado “corresponsal del metaverso” en un periódico. Tardé 30 segundos en llamarlo.
“Es una cosa muy divertida para la que necesitas un ordenador y unas gafas de realidad virtual. En el metaverso tú eres un avatar, interactúas con otros usuarios y todos fingimos que estamos juntos, pero físicamente estás en tu casa”, me dijo.
Sin saberlo, definió cómo me sentía en uno de mis primeros trabajos. Aquella revista me mandaba a las entregas de premios en hoteles de postín y mi cometido era acompañar al fotógrafo y tomar nota de los nombres de los galardonados para que no hubiera un solo error en los pies de foto. En esos saraos yo era un avatar con vestido negro y tacones que debía conocer el cargo y la ristra de apellidos de aquellos invitados tan importantes. También debía disimular y hacerme la integrada en ese ambiente de Ibex35 y alfombras mullidas, aunque mi cabeza solo pensaba en no perder el último Cercanías que me llevaba directa a mis pantuflas.
Antonio detectó mi silencio al otro lado del teléfono, y como tiendo poco al misterio, supo enseguida cómo captar mi atención. “No hay un solo metaverso. En uno te puedo enseñar la Capilla Sixtina y en otro puedes asistir a un desfile de moda sentada en primera fila, por ejemplo”, me advirtió mientras yo abría los ojos como platos porque soy bastante impresionable. “¿Sabes que Nike y Balenciaga venden zapatillas y gafas para los avatares?”, añadió. Para una mujer que sueña con mudarse con Daniel Day-Lewis a la Toscana para cocinar mientras él ejerce como ebanista, comprenderán que esto es de una modernidad considerable.
Además de educado, mi interlocutor es muy listo, así que debí darle a entender que aquello me parecía una marcianada. Fue entonces cuando terminó de rematarme. “¿Sabes que hay un metaverso que se llama Decentraland donde se venden parcelas más caras que un apartamento en Nueva York?”, me dijo muy serio. Me pregunté qué persona descerebrada se gastaría dinero en aquello pero me vino otra vez a la cabeza mi exnovio.
Es hora de volver a ver La edad de la inocencia.