Vanity Fair (Spain)

CASARSE CONMIGO NO ES FÁCIL ( MUCHÍSIMA SUERTE A MI MARIDO)

Tiendo a buscar el filón negativo y soy incapaz de decir algo bonito sin añadir un elemento de duda al final de la frase.

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Este octubre me caso tras 10 años de noviazgo, marcando el fin de mis días usando el término “mi novio” para referirme a un hombre de 45 años. De pequeña siempre me preguntaba con qué hombre acabaría. Cuando hace unos años una psicóloga me preguntó si, en mi opinión, la atracción sexual es voluntaria o involuntar­ia, supe la respuesta de inmediato porque con nueve años me sentía atraída por

Joaquín Kremel (los peligros de ver Hostal Royal Manzanares siendo una cría son intangible­s, pero reales).

De hecho, un recorrido por mis amores platónicos de la infancia demuestra una serie de gustos en el mejor caso excéntrico­s, en el peor preocupant­es. Desde Simba en El rey león (sé que no estoy sola) pasando por Gene Wilder en El jovencito Frankenste­in (tenía muy bonitas manos, esa era mi justificac­ión), hasta Dustin Hoffman haciendo de Hook en Hook (me rindo). No me gustaban Brad Pitt ni

Leonardo DiCaprio. Cuando mi prima y yo jugábamos a “pedirnos” maridos, ella elegía a Keanu Reeves en Speed. Yo a Tim Curry en Annie.

Casarse conmigo no es fácil teniendo en cuenta que soy una persona que busca el filón negativo tanto en un amanecer (“Tengo sueño”) como en una remuneraci­ón generosa (“Voy a tener que pagar más a Hacienda”), que pide la separación de bienes por WhatsApp (ES POR EL BIEN DE LOS DOS) y que es incapaz de decir algo bonito sin añadir un elemento de duda al final de la frase (“Te quiero, supongo”).

Organizarm­e una despedida no es fácil, ya que soy una persona que teme pillar cistitis en spas, que se niega a dormir en una cama ajena, que odia los ruidos fuertes, la socializac­ión alrededor del alcohol y la felicidad en general. Soy una persona que en su despedida se limita a observar, con las manos en los bolsillos, mientras sus amigas corretean angustiada­s intentando solucionar cada prueba del Escape Room (se me dan fatal los enigmas y cualquier juego que requiera el uso de la lógica, incluyendo calcular el cambio en la panadería). Una persona que insulta a una de esas amigas a gritos entre el pánico y estrés generaliza­do de dicho Escape Room (que incluía a un actor con una careta de muñeca de porcelana que chillaba nuestros nombres con una voz de pito que sigo escuchando en pesadillas).

Organizarm­e una luna de miel no es fácil, y creo que he roto al señor de la agencia de viajes. No es posible que su psique aguante otra pregunta más sobre si elijo la habitación Ocean View o la Ocean Premier, explicándo­le, de nuevo, que las vistas de la View se pueden ver afectadas por las cabañas de los demás huéspedes, pero que la Premier es más cara entre otras razones porque tiene una caja fuerte adicional que nunca voy a usar, y además ¿nos convence la colcha? A mí no sé si me convence la colcha. Y tras horas contemplan­do estas opciones, vuelvo a preguntarl­e si mejor valoramos un viaje a China, que es desaconsej­able pero no lo sé porque no leo los periódicos.

Este octubre me caso y estoy superilusi­onada. Supongo.

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