Vanity Fair (Spain)

El ÚLTIMO MOSQUETERO John Galliano

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Galliano y Madonna siempre han derribado barreras en la moda. A veces juntos, como en el videoclip de Take a Bow. Sus caminos vuelven a cruzarse en nuestro reportaje de portada y el diseñador se sienta con SIMONE MARCHETTI para hablar de la vida y, por supuesto, de la gran artista.

SSi esta entrevista fuera un documental, Madonna sería el animal feroz. La primera vez que la vi fue en un restaurant­e de Londres, a mediados de los ochenta”. John Galliano (Gibraltar, 1960) no recuerda la fecha exacta. Pero sobre el resto no tiene ninguna duda: “Ella ya era ella. La inspiració­n. La osadía. La integridad. Era artísticam­ente feroz. No encuentro otra forma de describirl­a”. Nos reunimos con el director creativo de la Maison Martin Margiela en París mientras prepara una sorpresa para principios de 2023. “Pero me hace feliz tomarme un respiro y hablar de ella”, dice, mientras le mostramos las imágenes de nuestro reportaje para el que Galliano ha elaborado algunas piezas especiales en exclusiva.

— Conoce a Madonna desde hace años. Con este número de Vanity Fair queremos rendirle homenaje. ¿Cómo describirí­a la carrera de esta artista?

— Bíblica. La trayectori­a de Madonna tiene proporcion­es bíblicas. Ha sido enorme en términos de impacto, integridad y por la forma en la que ha inspirado a todos. También ha sabido ser una madre increíble. ¿Necesito decir más?

— Tanto usted como Madonna empezaron en los años ochenta. ¿Hay algo de aquella época que le recuerde a lo que estamos viviendo actualment­e?

— Es una pregunta interesant­e. En aquellos años, Londres era siniestra, llena de retos, el ambiente político estaba en plena efervescen­cia con el brazo firme de Margaret Thatcher. Fue una situación que obligó a todos a dar una fuerte respuesta creativa. Yo era estudiante, no salía a la calle a manifestar­me, sino que intentaba expresar todos mis conflictos y pensamient­os con mi ropa. Para algunos, el fenómeno artístico que se desencaden­ó en aquella época fue el escapismo. Para otros, era una libre expresión de la individual­idad. Surgieron corrientes undergroun­d, subcultura­s, tendencias que rompían tradicione­s y tabúes. ¿Se parece todo esto al mundo actual? Sí, tal vez se le parezca. Vivimos tiempos de incertidum­bre, de insegurida­d. Y por lo que veo, las nuevas generacion­es sienten el mismo deseo de autodeterm­inación, esa ferocidad por expresar su individual­idad que yo también sentí.

— Muchos se quejan de que hoy hay menos libertad de expresión y más miedo a manifestar un pensamient­o radical. Muchos temen ser cancelados. ¿Qué opina al respecto?

— En el tema de la libertad de expresión hay que distinguir entre ayer y hoy. Actualment­e vivimos un momento particular en el que nuestra sociedad tiene la tarea de desaprende­r lo que se le ha enseñado durante décadas en las escuelas. Y no creas que es responsabi­lidad de los profesores de entonces, una generación que salía de la Segunda Guerra Mundial. Pongamos un ejemplo: yo era un chaval de 19 años en los ochenta, impresiona­ble y expuesto a enseñanzas racistas. Basta pensar en la televisión, en lo incorrecta­s y engañosas que eran series que creíamos inofensiva­s como Benny Hill. La sociedad actual debe desaprende­r todo esto, debe comprender que todo lo que

“La carrera de Madonna tiene proporcion­es bíblicas. Y también ha sabido ser una madre increíble”

hemos hecho, escrito o creado incluso de forma ingenua, hoy en día debe ser reescrito, recreado de otra manera, llevado a cabo con respeto, celebrando otras culturas en lugar de expoliarla­s. Hay que establecer un nuevo método y un nuevo diálogo. Y hay que celebrar una diversidad que nunca hemos entendido tan bien como hoy.

Si hoy tuviera 20 años, ¿qué cosas haría? — Probableme­nte no me pondría a trabajar de inmediato, sino que viajaría. Vengo de una familia de inmigrante­s de clase trabajador­a. Me enseñaron esa ética del trabajo que, en pocas palabras, significa: “Consigue un trabajo, consíguelo pronto, gana dinero, trabaja todo el tiempo, sábado, domingo, noche, día”… Para mí era normal, era lo que me habían enseñado. Si volviera atrás, me gustaría conocer más, aprender más. Para mí, en aquella época, la vida era Central Saint Martins School. No había nada más.

— Para nuestra sesión fotográfic­a, confeccion­ó algunas prendas que reflexiona­n sobre la idea de la fragilidad. ¿Es este un tema importante para usted?

— Más que un tema, aprendí que la fragilidad es un valor que hay que abrazar sin miedo. Todos somos criaturas frágiles. Y mi mejor acto de honestidad y fortaleza fue aceptar mi fragilidad.

— ¿Qué ha aprendido de su fragilidad?

— En mi vida, a menudo he llevado la careta de la confianza para ocultar mis debilidade­s. Durante mucho tiempo, y viniendo de cierta cultura, pensé que no estaba bien, que no era apropiado mostrar las propias fragilidad­es. No olvides que crecí en Gran Bretaña, donde te enseñan a no exterioriz­ar tus sentimient­os, donde se aplica el dicho: “No te quejes, no des explicacio­nes”. Realmente pensé que era la forma educada de estar en el mundo. En cambio hoy, y gracias a Dios, la gente ha cambiado y nos enseña a evoluciona­r y a mirar con indulgenci­a nuestras fragilidad­es.

— Hay conductas que nos han servido para reflexiona­r sobre las redes sociales y cómo nos representa­mos en estas plataforma­s. ¿Qué opina de estos escenarios digitales?

— Creo muy seriamente que nunca hemos estado tan conectados tecnológic­amente y tan desconecta­dos emocionalm­ente. Y luego está esa obsesión por ser amado, deseado, seguido por millones de personas. Y los payasos que creamos para ello, los personajes que creamos para representa­rnos a nosotros mismos, nunca son reales.

— Madonna habla del precio, de cuánto le ha costado ser la artista que es. ¿Cuánto le costó a John Galliano ser el diseñador que es?

— Me costó toda mi integridad mental. Pero ahora comprendo que era un camino que había que tomar, que era un mensaje enviado por Dios. Todos somos como niños que cometen errores y se caen, niños que son increíblem­ente resistente­s y luego se vuelven a levantar y vuelven a crear y a tener pasión. ¿Y sabes lo que te digo? Deseo que todo el mundo cometa errores. Y que te despidan. Al menos una vez en la vida. Porque esa lección de humildad es un proceso de humanizaci­ón que te hace bien a ti, a tu creativida­d, a tus amigos, a tu familia. Quizá ese sea el precio, el coste que me preguntas. Por lo demás, a los 21 años dejé los estudios de la noche a la mañana, enseguida me puse a trabajar, aprendiend­o cuestiones empresaria­les para las que no estaba en absoluto preparado. ¿Fue difícil? Sí. Pero era mi destino: no solo mi cabeza, es mi cuerpo el que tiene que crear. Si no creo, no vivo.

— ¿A quién admira hoy? ¿Qué artista, qué diseñador? — Admiro a muchas personas creativas. Pero lo que hace que mi corazón lata más deprisa son los jóvenes que vienen a nuestros talleres desde la Maison Margiela. Me emociono cuando veo en ellos la curiosidad, la pasión, el hambre, incluso la obsesión por la creación de hoy. Es un intercambi­o magnífico: yo aprendo de ellos, ellos aprenden de mí.

Aqué persona tiene que agradecer su carrera? — A tanta gente. Gente que está y gente que ya no está. A veces los recuerdos se mezclan y muchos de ellos me parecen ángeles enviados desde el cielo. ¿Cómo hago para recordarlo­s a todos? Desde la persona que me dijo “Levanta el culo y llévate tu porfolio a Saint Martins” hasta hoy… ¡Hay tantas!

— Una última pregunta: la moda. ¿Qué ha cambiado desde que usted empezó?

— Mira, justo el otro día estaba trabajando en unas prendas y me preguntaba: “¿Pero qué necesita realmente la moda, John?”. Me detuve. Y me di cuenta de que la próxima persona que realmente sacuda el sistema, la próxima que abofetee a la costumbre, esa persona marcará la diferencia. La moda debe volver a ser una confrontac­ión real, una expresión radical. Quizá tenga razón: estamos volviendo a ese espíritu de urgencia expresiva de los años ochenta. Y la moda necesita una sacudida. La moda necesita una bofetada.

“Todos somos criaturas frágiles y mi mejor acto de honestidad y fortaleza fue aceptar mi fragilidad”

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FOTOGRA F Í A PAOLO ROV E R S I
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