MARIBEL DE TODOS
A los 15 años, Maribel Verdú debutó en televisión junto a Sancho Gracia, Terele Pávez y Fernando Guillén en La huella del crimen. A los 16, en el cine con tres películas, una de las cuales, El año de las luces, la unió por primera vez a Fernando Trueba. A los 17 se consagró con la generacional La estanquera de Vallecas, de Eloy de la Iglesia. A los 21 mereció su primer premio interpretativo, un Ondas por Amantes, de Vicente Aranda. También conocería ese año a Ricardo Franco, su “padre” profesional en el rodaje de El sueño de Tánger. A los 22 Trueba la llamó por segunda vez para protagonizar Belle Époque, que se llevaría el Oscar. A los 24 protagonizó una campaña de lencería para la marca Little Kiss, que desató un récord de robos en las marquesinas de las paradas de autobús. A los 27 trabajó dos veces con Resines, y con La buena estrella, de nuevo junto a Ricardo Franco, llegarían las mejores críticas de su carrera. Por aquella cinta la nominaron al Goya por tercera vez (de 11 ocasiones en total). A los 31 la llamó el mexicano Alfonso Cuarón y la descubrió al público internacional con Y tu mamá también, al lado de Gael García Bernal y Diego Luna. Entre los 31 y los 33, cuando el teléfono tendría que haber sonado más, este se quedó mudo, pero a los 35 llegó otro mexicano, Guillermo del Toro, con El laberinto del fauno bajo el brazo, le puso unas botas de borrego y un chal, y le quitó la vitola de sex symbol para consagrarla como la actriz que siempre había sido. A los 36, después de ganar el Ariel a la mejor actriz, fue a defender la película a los Oscar y Coppola se le acercó para decirle que le había encantado su trabajo. Ella al principio pensó que se equivocaba de actriz, pero le dio detalles precisos sobre su interpretación y acabó contratándola para Tetro (2009).
En septiembre de 2007 presentó mundialmente Siete mesas de billar francés, de Gracia Querejeta, en el Festival de San Sebastián y se consagró por cuarta o quinta o sexta vez. Como si crítica y público hubieran hecho por fin el match definitivo. A los 37 años era ya una leyenda con 44 películas a sus espaldas, pero los periódicos de la mañana siguiente a la premiere hablaban de una cinta que la recuperaba para el cine —repito: a los 37 años—, supongo que por esa necesidad que tenemos a veces los periodistas de construir historias desde la épica. La actriz confesaría el secreto del éxito de aquel papel: “Es la primera vez que interpreto un personaje que se parece a mí [después de tanta Guerra Civil]”. Y se llevó su primer Goya. Un año después ganaría el Premio Nacional de Cinematografía y a partir de entonces comenzaron a nominarla a todo casi por defecto, como deshaciendo un agravio que se había perpetuado durante demasiado tiempo: el de penalizar su precocidad.
Yo la conocí en junio de 2013, seis años después de aquella premiere y de aquellas críticas que vendían como gran dama del cine español a una aún muchacha. Teníamos amigos en común que nos habían recomendado mutuamente y cuando nos sentamos en la habitación de aquel hotel y la entrevisté por 15 años y un día, otra vez de Gracia Querejeta, me dio la sensación de estar hablando con todas las Maribeles a la vez, pero sobre todo con la feminista que hizo siempre lo que quiso y nunca hizo lo que no quiso (incluidos muchísimos cantos de sirena de Hollywood porque prefería quedarse “en mi casa con mi chico”). Con la gran lectora, con la gran conversadora y con la persona cercana que hace que cualquier camarero de España la llame por su nombre cada día de la semana. Porque no debe de quedar nadie en este país que no la conozca. Porque creció con nosotros casi a la vez que nuestra democracia.
Por eso, cuando nos propusimos buscar un tótem nacional con el que bajar al suelo la propuesta estilística del icono Armani en el año de su 90º cumpleaños —en otro número coral pensado al alimón con nuestros hermanos de Vanity Fair Italia y Francia— elegimos a esta actriz a la que aún le debíamos una portada, a esa que muchas veces quiso mantener un perfil bajo, no por falta de ambición seguramente, porque hoy la ambición más grande del mundo es llevar la vida que quieres; a la Maribel serena, segura y tranquila, como la noté en el set y como se desprende de la entrevista que hoy les presentamos. A la Maribel madre de Flash y nueva musa de Rodrigo García que hoy sí se atreve a rodar fuera porque ahora, a veces, le apetece. Por ponerse al mundo por montera y por ganar casi siempre, olé, Maribel.
Todos los camareros llaman a Maribel Verdú por su nombre, porque no debe de quedar nadie en este país que no la conozca