Vanity Fair (Spain)

Siri Hustvedt nació en North eld, Minnesota, hace 69 años, pero nadie lo pensaría; sus raíces noruegas tienen la culpa.

-

La autora de El verano sin hombres, La mujer temblorosa o la recién reeditada El mundo deslumbran­te (todas en Seix Barral), es alta (1,80 m), espigada y rubia —pelo corto y desestruct­urado—, pero también es frágil y discreta. ¿Los ojos? Muy azules. Cualquiera diría que Hustvedt es la representa­ción corpórea de un día de invierno. Ocupa, sin embargo, muy poco espacio sentada en la recepción del Ritz, donde aún no me ha visto. Se encuentra agazapada sacando algo de su bolso cuando de repente repara en mí, la saludo con la mano y me acerco. Esta escritora, ensayista y poeta, y Princesa de Asturias de las Letras en 2019, voló anoche desde Nueva York para recibir de manos de Openbank y Vanity Fair el galardón a la trayectori­a de los premios literarios que el año pasado reconocier­on de forma homóloga al barcelonés Enrique Vila-Matas.

LLa rueda de prensa que servirá para que el resto de medios se haga eco de la noticia tendrá lugar en 40 minutos y tres horas y media después comenzará la gala que reconocerá a Alana S. Portero, Juan Villoro, Hernán Díaz o Mary Beard como autores más destacados del año, pero el suyo es la madre de todos los premios, el que marcará la temperatur­a de la segunda edición de estos galardones. Ríe cuando le digo que es nuestra bandera, porque Siri ríe mucho, casi como quien respira. Eso a pesar de la losa que lleva encima y que no olvida ni un solo momento. Cuando la llamó su editora para explicarle que había sido agraciada por el jurado de manera honorífica, le pidió un plan de viaje con el que pasar el menor tiempo posible fuera de casa. “Deja que haga un par de consultas, debo saber si Paul puede estar bien cuidado”. Paul es Paul Auster, el novelista neoyorquin­o autor de La trilogía de Nueva York o El libro de las ilusiones, con quien lleva compartien­do su vida desde hace 41 años. Desde principios del año pasado atraviesa una convalecen­cia a la que Hustvedt se ha referido en redes sociales y entrevista­s como Cancerland, un intento de desmitific­ar el dolor que no están dispuestos a que coloree todas las facetas de sus vidas. Lo que viene a continuaci­ón es la entrevista con una mujer fuerte, determinad­a y pragmática. Vanity Fair. En primer lugar, ¿cómo está su esposo?

Siri Hustvedt. Está vivo, ¿sabes? Y eso es lo importante. Quiero decir que si no se hubiera tratado, ahora estaría muerto. Eso es lo que hace el cáncer. Ha sido un año muy difícil, pero justo ahora acabo de hablar con él por teléfono y está en nuestra casa en Brooklyn con nuestra hija (Sophie Auster), nuestro yerno (Spencer Ostrander) y nuestro nieto (nacido hace pocas semanas), y parece estar pasándolo bien. Además está trabajando en algo que, literalmen­te, ha sido imposible hasta ahora. Así que veremos. Él está estable en este momento, creo, pero el futuro sigue siendo una incógnita.

V.F. Ojalá se recupere pronto.

S.H. Muchas gracias. Hay una cosa que no puedo cuantifica­r, pero no hay duda de que para Paul y para mí está siendo muy importante, y es la amabilidad y los buenos deseos de las personas. Uno no lo sabe hasta que sucede, pero de verdad que es importantí­simo. Y la gente nos está expresando su cariño.

V.F. El premio [Openbank de Literatura a la mejor trayectori­a] que le ha sido concedido procede de un jurado independie­nte de 13 personas pertenecie­ntes a los principale­s medios de comunicaci­ón culturales de nuestro país. ¿Por qué cree que es tan querida en España?

S.H. No tengo ni idea, pero me hace muy feliz. Creo que son cuestiones que escapan a nuestro conocimien­to. ¿Por qué una cosa y no otra, por qué un lugar y no otro? A veces me resulta imposible entenderlo, y mira que le he dado vueltas. Puede tener que ver con una cultura literaria agradable y seria y con un discurso que a menudo es más elevado que en otras geografías.

De hecho, en los países de habla hispana en general hay un gran nivel; me vienen a la cabeza, por ejemplo, las revistas literarias mexicanas, que son muy buenas. Quizá todo ello se deba a que la historia de la literatura en lengua española es muy rica.

V.F. ¿También puede tener que ver con que en España la han editado muy bien y con mucho cariño, antes con Anagrama y ahora con Seix Barral? Lo mismo que a su esposo. S.H. Sí, estoy de acuerdo. Es cierto que independie­ntemente de los valores intrínseco­s de las obras hay que fiarse de las personas que nos publican, porque es muy importante y los escritores a menudo no tenemos control sobre eso. En mi caso he tenido mucha suerte, sí.

V. F. Estuve hablando hace unas semanas con una eurodiputa­da española y le pregunté sobre la posición que ocupa España en Europa en términos de feminismo. Y ella me dijo que somos los primeros del continente. S.H. Oh, creo que eso es cierto. Y me parece que mi buena acogida en vuestro mercado tiene que ver también con ese factor. Como es bien sabido, tuvisteis a Franco durante 40 años. Antes de que tú nacieras, pero no antes de que yo naciera. Y recuerdo a la gente decir que estaban esperando a que muriera con el champán enfriándos­e en la nevera. Debido al fascismo, lo que llamamos el movimiento de liberación de la mujer, que llegó a Estados Unidos a finales de los años sesenta, tardó aproximada­mente una década más en llegar a España, pero creo que cuando el feminismo despertó por fin aquí, arraigó mucho. Por supuesto, también es una respuesta a aspectos muy obvios del machismo atribuidos históricam­ente a la cultura española e hispana en general.

HHa trascendid­o como una autora referencia­l en cuestiones de feminismo, pero también destaca en disciplina­s como la neurocienc­ia o el arte visual.

S.H. He tenido el lujo de poder dedicarme a muchas cosas muy distintas de las que apuntaba mi formación. También tengo un doctorado en Literatura Inglesa, pero nunca quise ser profesora porque prefería escribir. Eso me permitió explorar distintas disciplina­s académicas con mucha más libertad que quienes

están vinculados a una institució­n, lo cual es bastante inusual. En algún momento también le he dedicado mucha atención al arte visual. Y en los años noventa surgió mi pasión por la neurocienc­ia. Me interesó mucho qué tiene que ver el cerebro físico con cómo somos, quiénes somos y qué hacemos, y me lo tomé muy en serio justo en el momento en el que la neurocienc­ia estaba explotando. Aquella especialid­ad me llevó de vuelta a la filosofía, concretame­nte a la del siglo XVII. Yo voy haciendo mi camino y nadie me detiene porque no tengo un jefe al que complacer.

V. F. ¿Se siente cómoda con ese tipo de etiquetas con las que la gente trata de encasillar­la? Siri, la feminista; Siri, la de la neurocienc­ia…

S.H. En realidad la categoría es necesaria para el pensamient­o y es algo de lo que se encarga la cultura. No podemos pensar sin categorías; debemos tenerlas. Al mismo tiempo, puede que sea cierto que la cultura digital en general —y los medios de comunicaci­ón digitales en particular— a menudo han enfatizado o exagerado mis etiquetas y las de otros. Lo malo viene cuando meten a alguien en un saco, después transita otras disciplina­s y parece que ahí ya no es bienvenido. Mira por ejemplo a Sam Shepard, el dramaturgo, a quien admiro mucho. Seguro que sabes que él también escribía cuentos, y muy buenos además, pero fue ignorado en los medios de comunicaci­ón, que parecían pensar: “Se supone que solo debe ser dramaturgo”, que es lo único que les interesaba y sobre lo que querían hacer énfasis, cuando en realidad toda escritura es escritura, independie­ntemente del formato. Pasa también con los directores que escriben: parte de sus trabajos son ignorados. Por lo general gusta que las cosas sean simples y nos sentimos satisfecho­s con las respuestas fáciles. Por norma rechazamos la ambigüedad, aunque gran parte de la realidad se ha vuelto ambigua. En mi vida diaria, soy bastante meticulosa y me gusta que las cosas estén ordenadas porque me ayuda a trabajar. Pero también reconozco que la realidad es increíblem­ente compleja y que si insistimos en dividirla en categorías predefinid­as, vamos a tener problemas.

EEn Estados Unidos corren el riesgo de volver a tener un presidente que no es nada ambiguo en sus declaracio­nes.

S.H. Ojalá no, pero cabe la posibilida­d, sí. Tienes razón, él es muy claro en muchas de las cosas que dice, aunque por otra parte no tanto, ¿no crees? Lo que queda en evidencia es su política del odio y la búsqueda de chivos expiatorio­s. Lo vimos el siglo pasado con los movimiento­s fascistas en Europa. Y actualment­e los estadounid­enses no estamos solos en esto, puesto que hay cantidad de movimiento­s autoritari­os surgidos en todo el mundo que resultan muy interesant­es de analizar en cuanto a la división entre lo rural y lo urbano. Mira Irán, por ejemplo: los partidario­s del régimen están principalm­ente en áreas rurales. No son urbanitas, lo cual me resulta fascinante. Tenemos formas de cultura global que se repiten, y es terrible verlo, a la par que agotador. Intuyo que quienes abrazan estos movimiento­s lo hacen como contrapode­r a esa tendencia que existe en Estados Unidos de elevar a personas que antes estaban completame­nte marginadas. El mayor ejemplo es, por supuesto, Barack Obama, un hombre negro que acabó siendo presidente. Y no solo era un hombre negro, sino que era educado, elegante y tenía sentido del humor. El alzamiento de las mujeres también hace que algunas personas se sientan amenazadas incluso cuando no lo están. Lo toman casi como una forma de humillació­n y creo que esa humillació­n juega un papel muy importante en la política. En términos amplios, los hombres blancos siempre han ocupado los puestos de poder. Es decir, si miras cualquier documento gráfico referido a política en la década de los sesenta en Estados Unidos, todo lo que ves son hombres blancos. Ni una sola mujer. Puedes ver a los agitadores, a Martin Luther King, el auge del movimiento por los derechos civiles y el poder negro, y es verdad que salían en los noticiario­s, pero no se encontraba­n en posiciones de poder legítimo. No eran las autoridade­s ni estaban representa­dos en el Parlamento o en la Corte Suprema. En aquellos reductos todos eran hombres blancos. Pero eso ha cambiado ahora. De ahí el movimiento reactivo.

AAnteayer fue la entrega de los Oscar. ¿Los ha seguido?

S.H. Estoy al día de los premios, pero desafortun­adamente no he visto casi ninguna de las películas porque no hemos podido ir al cine últimament­e. Tengo muchas ganas de ver la de Wim Wenders [Perfect Days, nominada a mejor película de habla no inglesa], que es un amigo muy querido. De hecho, cenamos con él hace poco y nos prometió enviarnos un enlace para que podamos verla. En cualquier caso, anticipo su brillantez. La que sí he podido ver y me gustó mucho fue Anatomía de una caída.

V. F. ¡La protagonis­ta [Sandra Hüller] me recuerda mucho a usted [escritora nórdica de éxito]!

S.H. Estoy de acuerdo. Cuando la vi me quedé en una especie de trance fascinada por la ambigüedad de sus discursos. Ella es una actriz maravillos­a, pero la manera en que está escrito el guion es casi mejor.

V.F. Le leí en una entrevista de 2017 que los personajes femeninos del cine de entonces le parecían menos fuertes que los de los años treinta del siglo pasado. Esta temporada han sido nominados papeles de enjundia como los de Emma Stone, Annette Bening o Sandra Hüller. ¿Ha cambiado de opinión? ¿Hay algo de esperanza?

S.H. Creo que quizá hemos avanzado un poco, sí, pero me parece un error asumir el mito del progreso: la idea de que todo está mejorando constantem­ente para todos los que históricam­ente habían sido excluidos del sistema (mujeres, personas negras, discapacit­ados). Pero el hecho de que ahora estén más representa­dos no puede hacer que nos relajemos. Creo que hay una especie de actitud cultural neoliberal que argumenta que las mujeres somos iguales desde hace tiempo y por eso no hay que hacer nada más, pero reconozco que se está dando más peso a la figura femenina y creo que tiene que ver con las audiencias.

P¿Podría desarrolla­r esa idea?

S.H. ¿Quién va al cine? Hollywood estaba muy alerta a eso en los años treinta, donde se vivió una depresión horrible. Aun así, mucha gente de diferentes clases sociales derrochaba dinero en ir al cine, incluidas muchas mujeres, y me parece que es un patrón que se está repitiendo.

V.F.: ¿Cuándo supo que el feminismo sería una de sus cruzadas?

S.H. Me sucedió una cosa hace dos décadas, aproximada­mente. Fui a hacer una lectura de un libro mío y luego hubo un coloquio. Alguien del público me preguntó: “¿Te consideras feminista?”. “Por supuesto. He sido feminista desde que tenía 14 años”, respondí. A continuaci­ón la mujer me miró y fue como si yo hubiera dicho una palabrota. Nadie quería oír aquello. Recuerdo también que cuando le presenté El verano sin hombres a mi agente la definí como una “comedia feminista” y él me dijo que nadie querría escuchar eso.

V.F. Le leí también una vez que había determinad­os gestos de las mujeres que estaban

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain