La MALA EDUCACIÓN
Palizas, duchas frías, abusos sexuales... Charles Spencer, hermano de Lady Di, relata en un libro los horrores de los internados, y cómo sus alumnos pasan de las humillaciones a gobernar la nación.
ORWELL, CONOLLY, WAUGH, BETJEMAN, por nombrar solo a unos pocos, han descrito mordazmente las desilusiones de los días de escuela. No deseo parecer menos competente a la hora de poner la carne de gallina a los sibaritas del recuerdo escolar sadomasoquista”, escribe Anthony Powell en sus memorias, Una danza para la música del tiempo: Primavera. En Such, Such Were The Joys, George Orwell descri- be de forma elocuente el internado de St. Cyprian, un lugar que huele “a algo frío y maloliente: una especie de mezcla de medias sudadas, toallas sucias, olores fecales que flotan en los pasillos, tenedores con restos de comida, estofado de cuello de cordero y portazos de los lavabos y los ecos de los orinales de los dormitorios”. Christopher Hitchens, otro intelectual que también se vio obligado a llevar “pantalones de pana hiciera el tiempo que hiciera”, anotaba en su diario “el número de veces en las que me dejaban solo con un hombre adulto, que quizá multiplicaba mi peso por cuatro y mi edad por cinco, y me inclinaba para que me azotasen con una vara. Lo raro es que no me parecía raro en absoluto”, revela en Hitch 22, sus memorias.
A CHARLES SPENCER, hermano de la princesa Diana, también le pegaban con una vara de bambú que el director de Maidwell Hall, donde su padre lo envió interno con ocho años de edad, escogía personalmente en el jardín. En ocasiones John Porch, que así se llamaba este sujeto “sádico y pervertido”, prefería recurrir a sus bastones, a los que apodaba Flick y Swish. Lo cuenta el aristócrata en A Very Private School, el libro que acaba de publicar y que evoca sus años escolares.
PALIZAS, VIOLACIONES —a él en concreto una maestra de 12 años mayor lo sometió a “masturbaciones mutuas”—, comida repugnante —“Copos de avena con forma de babosa”—, llantos de niños en medio la noche, aferrados a su peluche… El IX conde Spencer narra con todo lujo de detalles los horrores de “ese pequeño mundo anticuado y vicioso que construyó la alta sociedad inglesa” en el que las familias
George Orwell Cyril Connolly
de raigambre educan a sus vástagos. Una costumbre que, según el ahijado de la reina Isabel II, obedecería a una “gran conspiración” para que los hijos, que en las clases privilegiadas no dejan de ser “un bien”, queden “aparcados” y sus padres puedan seguir con sus prioridades, a saber: “Caballos, perros, niños. Cuando nos enviaban a los internados éramos como corderos llevados al matadero”, lamenta Spencer, que enriquece su relato autobiográfico con citas de Churchill y Solzhenitsyn. Un talento para las letras que la “serpiente venenosa” de su director detectó enseguida. “Muestra una imaginación viva y usa palabras para transmitir muy bien lo que quiere decir”, escribió a sus padres.
ARISTÓCRATAS, EL REY CARLOS III —que padeció los rigores de Gordonstoun, como dormir con las ventanas abiertas en invierno— y espías —Ian Fleming, John le Carré— han pasado por instituciones que, según W. H. Auden, alumno y profesor de una de ellas, proporcionan “una comprensión instintiva de lo que sería vivir bajo el fascismo”. “Si los niños que crecen en centros de acogida acaban en la cárcel, los que van a internados de élite acaban gobernando Gran Bretaña”, denuncia por su parte el tío del príncipe de Gales. De momento, su A Very Private School ha dado pie a una investigación que quizá ponga fin a ese “estoico intervalo de piel roja en el que nuestras escuelas se entrometen entre las rápidas lágrimas del niño y el hombre”, que evoca Evelyn Waugh en Retorno a Brideshead. _
En el menú, “copos de avena con forma de babosa, hígado...” “Dormir con la ventana abierta en invierno...” “Un adulto que multiplicaba mi peso por cuatro me azotaba con una vara” “Toallas sucias, olores fecales flotan en los pasillos...”.