Vanity Fair (Spain)

AMY ES IRREPETIBL­E

EL BIOPIC BACK TO BLACK HA RESUCITADO LA FIEBRE POR UNA ARTISTA INMENSA, DEVORADA EN VIDA POR SU PERSONAJE. ¿ERA NECESARIA LA PELÍCULA?

- JAVI SÁNCHEZ Es periodista. A veces, otras cosas, pero se cansa pronto.

Un biopic discutible ha traído de vuelta el pelazo más icónico de principios de siglo: el de Amy Winehouse (Londres, 1983-2011), cantante y autora demasiado maldita —ese lujo de los genios— a la que sus adicciones se llevaron por delante. Ni en su corta vida ni tras su prematura muerte hubo jamás dudas sobre su talento. Llamó la atención de la industria musical con unas cintas grabadas a los 16 años en las que mostraba (acompañada de una guitarra que nunca terminó de tocar bien) su maleable voz, una habilidad especial para componer canciones de las que ocupan el alma… y una sensibilid­ad extrañísim­a para una chica flacucha y blanca del sur de Londres: el soul, el blues y el jazz a los que había llegado a través del hip-hop de su infancia hasta mimetizar su garganta con las de otra trágica, Billie Holiday, y otra eterna, Sarah Vaughan.

Dejó un disco perfecto (Back to Black, 2006), reeditado estos días a cuenta de la película, y antes un álbum de debut que tardó en salir del Reino Unido (Frank, en 2003, reeditado en el resto del mundo tras el éxito de Back to Black) y que como poco era deslumbran­te al 80% —el porcentaje lo dio la propia Winehouse nada más salir el disco, del que detestaba varios de los temas que le obligaron a incluir—.

➻ LA PREMONICIÓ­N

Back to Black era especialme­nte trágico porque a cada celebració­n y galardón (y se los llevó todos, incluyendo cinco premios Grammy de una tacada, algo que no estaba al alcance por entonces de ninguna artista femenina) se veía cada vez más que no era el primer peldaño de una gran carrera, sino la ruina truncada de una bellísima escalera hacia ninguna parte. La misma Winehouse que se tambaleaba en las galas, que llamaba de todo a Bono en unos premios y que se salía de los escenarios entre abucheos por sus excesos etílicos había creado, con la ayuda del productor Mark Ronson, un álbum repleto de demonios interiores (todas las canciones salvo la última se cantan en primera persona, incluyendo el himno Rehab, sobre su negativa a tratar sus adicciones, y Love Is a Losing Game, dedicada a su entonces ex y un año después marido y compañero de drogas y alcoholes,

Blake Fielder-Civil). Un disco al que era imposible darle continuaci­ón en una Camden en la que todo el mundo iba pasado de vueltas: desde Lily Allen hasta Pete Doherty (Babyshambl­es, The Libertines), con quien los excesos de Winehouse

subirían un par de enteros (en las memorias del cantante se recuerda el infame cuadro pintado con la sangre de aquella, creado y subastado en 2010 con un único fin: conseguir más pasta para más droga). La muerte de Winehouse en el verano de 2011 fue tan triste como poco sorprenden­te.

➻ ¿ARTISTA O PERSONAJE?

Para entonces y sin mucho éxito, la industria musical ya le había intentado buscar varios reemplazos. A la voz de Joss Stone, llegada de los blancos acantilado­s de Dover, le traicionó que la vendieran como una pulcra Amy, una versión Disney cuya única droga requerida era la insulina. Y a Duffy, que tenía toda la energía del Swinging London y a Graham Coxon (Blur) de mentor, la secuestró un malnacido y todavía se está recuperand­o. El mundo se refugió en Adele, mientras a Winehouse le plantaron una estatua inenarrabl­e en Camden, a escasos metros de donde festejaba sus cumpleaños con sangría y patatas bravas.

A partir de ahí está la gestión del legado. Especialme­nte por parte de su padre, Mitch, que en los últimos años ha intentado que el recuerdo de su hija saliese de gira en forma de holograma, protagoniz­ase un musical de Broadway y tuviese su propio biopic. Los tres proyectos los inició más o menos en 2018, pero solo la película ha salido adelante. Las críticas han caído sobre todo por la necesidad de la misma: de la vida de Winehouse poco más se puede contar que ponga la relevancia en su talento en vez de en su final. El padre ha intentado justificar el filme para dar a conocer “la enfermedad” de su hija, pese a que dos documental­es (uno de ellos oscarizado) ya trataron el tema. El único consuelo, el de siempre: las canciones de Amy Winehouse siguen ahí, con o sin peli.

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