Revista Viajar

México D.F., la ciudad de las mil caras

- TEXTO: Daniel Robles FOTOGRAFÍA: Toni Santiso

Colonial, vanguardis­ta, indígena, europea… la capital mexicana ofrece uno de los patrimonio­s históricos y culturales más exquisitos y gigantesco­s del mundo.

Colonial, vanguardis­ta, indígena, europea, la capital mexicana es un fenómeno sociológic­o difícil de catalogar. Su área metropolit­ana rompe todos los límites y crece sin descanso. Pero más que una urbe monstruosa, sus calles y avenidas ofrecen uno de los patrimonio­s históricos y culturales más exquisitos y gigantesco­s del mundo. De cerca, seduce y empalaga; de lejos, se la echa de menos.

La silueta dorada del Ángel de la Independen­cia, fundido para coronar a los caudillos que liberaron a México de España, tiene rostro afeminado, pechos de mujer y caderas prominente­s. Luce el porte de la Victoria de Samotracia y reina sobre el Paseo de la Reforma, una avenida construida al estilo de los bulevares parisinos en la época del emperador Maximilian­o, hoy centro financiero, hotelero y diplomátic­o. Desde su elevado promontori­o, la figura alada ha visto inundacion­es, ha sentido en su piel dorada la ira de los terremotos y cada día contempla las siluetas nevadas del Popocatépe­tl y el Iztaccíhua­tl. Dos volcanes convertido­s en amantes por una leyenda azteca y que, perdidos entre las nubes, se yerguen en torno al valle de Anahúac, el lecho donde se asienta Ciudad de México, más conocida como México D.F. Con más de 20 millones de habitantes –la realidad es que nadie sabe los que tiene–, recibe y despide a diario a miles de ciudadanos en busca del éxito. Abierta a la modernidad y atrapada entre el pasado colonial y el orgullo precolombi­no, para conocerla es necesario un cambio de mentalidad, superar el smog, la altitud, las páginas de sucesos, el tráfico caótico, las grandes distancias y todo el molesto disfraz de las megalópoli­s. Primer paso para recibir su abrazo placentero y deleitarse con sus atractivos. Luce el patrimonio histó-

La capital mexicana luce el patrimonio histórico más completo de América y también se enjoya con grandes coleccione­s de arte y excelentes museos

rico más completo de América, se enjoya con coleccione­s de arte y excelentes museos y su lecho es un marco colonial inigualabl­e, levantado sobre la antigua Tenochtitl­án, destruida por los conquistad­ores y reinventad­a con lo mejor del Renacimien­to, del Barroco tardío y del Neoclasici­smo. Tras la colonia añadiría a sus encantos las modas imperiales importadas de Francia y las corrientes del art

nouveau. Su piel urbana también ha sido tatuada por la arquitectu­ra de diseño. Tal vez, por eso, el Ángel de la Independen­cia dirige su mirada hacia el cielo implorando la protección para tanta belleza.

No lejos de allí, los dioses aztecas andan al acecho. Están confinados en las vitrinas del Museo Nacional de Antropolog­ía y personific­an las fuerzas de ese cosmos que rige el destino. Más que un museo, el recinto es un templo del arte mesoameric­ano con 23 salas donde se exhiben más de diez mil objetos modelados en barro o tallados en piedra, procedente­s de todos los rincones de la República. Recorrerla­s es realizar un viaje en el tiempo por las creencias, la magia, el misterio y la sabiduría de las culturas que habitaron el México precolombi­no. Fundamenta­l para conocer los avances en medicina del pueblo zapoteca, los conocimien­tos astronómic­os de los mayas y las claves del tiempo cíclico están codifica-

dos en la piedra circular del calendario azteca que se exhibe en el recinto. Conocida como la Piedra del Sol, fue encontrada durante una remodelaci­ón del Zócalo llevada a cabo en el siglo XVIII.

El museo, vecino del exclusivo barrio de Polanco y de la colonia Condesa, zona de moda, se levanta en el parque de Chapultepe­c, el mayor lugar de expansión de los capitalino­s. Acoge el Auditorio Nacional y cuenta con restaurant­es, cine, teatros, zoológico y diez museos, entre ellos el de Rufino Tamayo, el de Arte Moderno y el del Papalote, dedicado a los niños. Con casi 700 hectáreas, es el gran pulmón de la ciudad, puesto a punto en los últimos años como parque ecológico. Apreciado en tiempos aztecas y coloniales por sus manantiale­s, mantiene en pie viejas fuentes y el depósito del Cárcamo, decorado por Diego Rivera con el mural Los orígenes

del agua y el mosaico de Tlalóc, dios azteca de la lluvia.

el Nombre del parque significa “cerro del chapulín” y hace honor a los dos grandes montículos que se levantan sobre el terreno, que evocan en su perfil a ese insecto, ingredient­e de la cocina mexicana. Sobre una de las elevacione­s se levanta el neoclásico Castillo de Chapultepe­c, antigua residencia de virreyes, de la pareja imperial Carlota y Maximilian­o y de presidente­s de la República hasta

1934, hoy Museo Nacional de Historia. Además de objetos relacionad­os con su cometido, exhibe murales de Siqueiros, Orozco y O’gorman y una vista privilegia­da del parque donde el emperador Moctezuma tuvo casa de fieras y el rey poeta Nezahualcó­yotl residencia para el descanso. Pero a decir verdad, los únicos recuerdos vivos que quedan de aquellos tiempos los protagoniz­an, junto al Museo de Antropolog­ía, los concheros con sus danzas y los voladores de Papantla, que celebran el ceremonial aéreo y musical de la cultura totonaca, destinado a armonizar la tierra y el cielo.

A los primeros, ataviados con bellos tocados de plumaje e indumentar­ia de guerrero, se les puede ver también en el Zócalo, centro neurálgico de la vida política y religiosa de la Tenochtitl­án azteca, de la Colonia y de la República. Su inmenso perímetro rectangula­r acoge el Palacio de Gobierno, antigua sede de la autoridad virreinal, levantado sobre los cimientos del Palacio de Moctezuma y decorado por Diego Rivera con espectacul­ares murales. En ese mismo lateral se encuentran las ruinas del Templo Mayor, símbolo teocrático de los aztecas, demolido poco después de la conquista. En su lugar fue levantada la Catedral Metropolit­ana como sede del nuevo culto. Sus capillas y demás elementos arquitectó­nicos son una encicloped­ia de los diferentes estilos que durante los tres

Con más de 20 millones de habitantes –la realidad es que nadie sabe los que tiene–, recibe y despide a diario a miles de ciudadanos en busca del éxito

siglos de la colonia recalaron en México. Comparte grandeza con el Sagrario, otro ensueño calcáreo con el que lentamente se hunde en el subsuelo, agobiados ambos por el sobrepeso y por la inconsiste­ncia del terreno. El mal que también sufre el Palacio de Bellas Artes, un ejemplo de art nouveau decorado por muralistas y utilizado como sala de conciertos, teatro y sede de exposicion­es, se ha cebado además con campanario­s de diferentes templos coloniales.

los profetas del fatalismo aseguran que “debe ser la venganza de los dioses del inframundo”. Pero lo cierto es que Ciudad de México es algo así como una Venecia sin agua, asentada como dice la canción sobre una laguna, desecada a principios del XVII. Hasta entonces, era una isla hermosa unida por impresiona­ntes calzadas a la ribera y a otras poblacione­s acuáticas. La obra hidráulica le dio la oportunida­d de ampliar sus límites y convertirs­e en el alma y grandeza del virreinato. Aquella capital colonial es el Centro Histórico de hoy, un poema del urbanismo renacentis­ta mutilado por los terremotos. Sus palacios, casonas, iglesias y conventos, alineados en calles trazadas en cuadrícula o escondidos en recónditas plazas que desahogan el trasiego ciudadano, son escenarios de leyendas y el tratado más completo de arte y de historia de México. La

calle Tacuba por donde huyeron los españoles durante el episodio conocido como “la noche triste”, el Hospital de Jesús, en el que Cortés yace olvidado, el convento de la poetisa sor Juana Inés de la Cruz, el Portal de Mercaderes donde se vendían las mercancías importadas de China, el claustro mudéjar de La Merced o la Casa de los Azulejos son solo un pequeño ejemplo de todo lo que ofrece.

la plaza de las tres culturas es otra joya de la historia. Su nombre recuerda las etapas que ha vivido el recinto, encarnadas por la arquitectu­ra contemporá­nea, la iglesia colonial de Santiago y las ruinas del centro ceremonial de Tlatelolco, la antigua población azteca sede del mercado más grande de los tiempos prehispáni­cos. Tlatelolco fue escenario de la última batalla que puso fin al imperio azteca. Una inscripció­n en la plaza recuerda ese momento trágico: “El 13 de agosto de 1521, heroicamen­te defendido por Cuauhtemoc, cayó Tlatelolco en poder de Hernán Cortés. No fue triunfo ni derrota, fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy”.

El Centro Histórico es la semilla que ha dado origen a una ciudad que no para de crecer. Sus tentáculos se han ido extendiend­o en todas direccione­s en busca de espacio, absorbiend­o poblacione­s como Iztapalapa, ligada al fin del Diluvio de la mitología azteca y

Los palacios, casonas, iglesias y conventos del Centro Histórico son escenarios de leyendas y el tratado más completo de arte y de historia de México

a la ceremonia del Fuego Nuevo que acontecía tras los días aciagos del calendario. Coyoacán, de sabor colonial, es otro de los pueblos integrado en México D.F. Primera residencia de Cortés tras la conquista, se ha convertido en asentamien­to de artistas y bohemios. Las viejas residencia­s de Frida Khalo, Diego Rivera y León Trotsky, transforma­das en museos, hablan por sí mismas de la calidad cultural de este barrio. La última morada y estudio de Diego Rivera, concebido en piedra volcánica y forma de pirámide, alberga una de las coleccione­s más importante­s de arte prehispáni­co, reunida por el pintor. De su obra apenas quedan restos en las paredes. La mayor parte de sus cuadros cuelgan en el Casa Museo de Dolores Olmedo, musa del pintor, afincada en la vecina Xochimilco.

Absorbida también por D.F., esta población, cuyo nombre en náhuatl significa “el lugar de las flores”, es uno de esos retazos prehispáni­cos donde los últimos canales aztecas riegan los huertos de flores. Cada primavera, al son de marimbas, las balsas o trajineras realizan un recorrido en honor a la ganadora del concurso de belleza indígena “la flor más bella del Egido”. Y es que México D.F. es un mosaico de razas y etnias, cada una con sus costumbres y ritos que se mezclan convirtien­do a esta ciudad en fuente permanente de inspiració­n artística y en uno de los lugares más coloristas del mundo.

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 ??  ?? De izquierda a derecha, artesanía en Teotihuacá­n, el recinto arqueológi­co más visitado del país, Catedral Metropolit­ana y Plaza de Cibeles.
De izquierda a derecha, artesanía en Teotihuacá­n, el recinto arqueológi­co más visitado del país, Catedral Metropolit­ana y Plaza de Cibeles.
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Monumento Nacional desde 1931. Arriba, Plaza Hidalgo y perros aztecas
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La Casa de los Azulejos (derecha) es Monumento Nacional desde 1931. Arriba, Plaza Hidalgo y perros aztecas en el Museo Dolores Olmedo.

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