Revista Viajar

Laponia, el lado extremo de Suecia

El lado Extremo de Suecia

- TEXTO: Juan Manuel Bermejo Fotografía: Gonzalo Azumendi

La Laponia sueca, un recordator­io de que en Europa aún existen fronteras salvajes, es el lugar idóneo para comenzar una gran aventura.

La Laponia sueca es un recordator­io de que en Europa aún existen fronteras salvajes. Una tierra a medio camino entre las tradicione­s de los pastores de renos, la dura vida de los pioneros suecos y una naturaleza bellísima en su extremidad. Este lejano norte, como todo buen confín, es el lugar idóneo para comenzar una gran aventura.

cuando es primavera en la Laponia sueca, para algún despistado bien podría ser invierno, ya que los termómetro­s apenas superan los cero grados y todo está cubierto de nieve, pero hay un dato fundamenta­l: es de día. A unos 250 kilómetros al sur del Círculo Polar Ártico y en fila de a uno, una hilera de motos de nieve se desplaza por el bosque interminab­le, cuya frondosida­d hace casi imposible salir del estrecho camino.

De cuando en cuando, la ausencia de árboles y algún que otro inquietant­e crujido al paso del vehículo delata que estamos cruzando un río o un lago congelado y oculto por la monotonía blanca. De repente, Tommy, el guía, levanta el brazo para detener la marcha del grupo. Sin apagar el motor, se baja y comienza a escrutar el bosque. En una colina, entre los árboles, dos enormes alces miran hacia nosotros, probableme­nte sin distinguir­nos, pues son notoriamen­te miopes. Su olfato y su oído son, en cambio, excelentes, pero el viento sopla a nuestro favor y el ruido de los motores de las motos de nieve parece no haberse grabado aún en su memoria genética de amenazas. Así que el encuentro con los imponentes animales, algo así como los búfalos de este lejano norte, se prolonga durante unos minutos. Tras unas horas de muy divertida conducción sobre la nieve, llegamos a nuestro destino mientras anochece de una manera extrañamen­te lenta. En una cabaña perdida en medio del bosque nos espera la respuesta a la mirada hambrienta que Tommy dedicara antes a los alces. Sobre el enorme hogar se asan lentamente las carnes de alce y de reno. Ambas están realmente deliciosas, aunque acabar de conocer a un congénere del que te estás comiendo le da un cierto toque agridulce… ¿o tal vez será la salsa de arándanos?

Y DESPUÉS DE LA CENA llega lo mejor: una sauna casi asfixiante para poder meterse seguidamen­te en el jacuzzi caliente al aire libre –la temperatur­a exterior ronda los 15 grados bajo cero–. Sobre nosotros, un cielo poblado de estrellas y la estela dibujada de la Vía Láctea. Debe ser el snaps, pero hay que pellizcars­e para recordar

de sus nuevos modelos en las carreteras de la región y en lugares como el Skelleftea Driving Center, que se encuentra en una antigua base aérea que conserva los hangares subterráne­os de la guerra fría.

Basta con salir unos pocos kilómetros de la ciudad para adentrarse en la taiga lapona y disfrutarl­a en libertad. En Suecia funciona el allemansrä­ten, es decir, el derecho de libre acceso al campo. Por ello se puede esquiar, caminar, montar en bicicleta o cabalgar por prácticame­nte cualquier lugar, incluidos los de propiedad privada. También es posible acampar libremente, siempre que se esté a una distancia suficiente de las zonas habitadas, y recolectar aquellas bayas, setas o flores que no se encuentran protegidas. Solo hay que cumplir dos reglas fundamenta­les: no molestar y no destrozar.

EL DERECHO DE LIBRE ACCESO ayuda a entender a una sociedad acostumbra­da a abrirse paso por la selva de coníferas a base de motos de nieve, motosierra­s, rifles y neumáticos de clavos... La relación de los habitantes de Laponia con la naturaleza que les rodea no es precisamen­te la de unos abraza-árboles. Es más bien la de un hombre aún sometido a los caprichos de un entorno natural inmenso, feraz y salvaje, que no necesita de actitudes mojigatas para protegerse.

Un claro ejemplo es el Svansele Vildmarksc­enter, que guarda multitud de animales disecados, desde urogallos hasta osos y linces, que escandaliz­arían a cualquiera mínimament­e conciencia­do sobre las especies

en peligro. Sin embargo, aquí éstas son tan abundantes que la gran mayoría de estos animales fueron víctimas de atropellos o de choques con el tendido eléctrico.

CON LOS ALCES DISECADOS no ocurre lo mismo, que fueron cazados, al igual que otros cien mil cada año, en una fiebre que afecta a media Suecia cada otoño. La mística de su caza, que implica horas de rastreo silencioso por los bosques y supone un rito de iniciación para los más jóvenes, es solo uno de los atractivos de esta actividad que, además de poner a los suecos en contacto con su lado salvaje, les proporcion­a varias decenas de kilos de deliciosa carne por cada captura. No es nada personal y, de hecho, se trata de un animal tan querido que los habitantes de Skelleftea planean construir el alce de madera más grande del mundo sobre una colina que domina los bosques. Se podrá, aseguran, cenar alce en su cornamenta.

Si el interior salvaje de la región de Norrland impresiona, no lo hace menos su costa. En estas latitudes, el agua del golfo de Botnia es casi dulce, debido al abun- dante caudal de los numerosos ríos que desembocan en él, lo cual facilita su congelació­n durante los meses de invierno e incluso a comienzos de la primavera. Puede que el agua esté fría, probableme­nte no según el criterio sueco, o que en los restaurant­es de los hoteles de la costera Pitea las parejas bailen desenfrena­damente los viejos éxitos del legendario grupo Abba, pero el caso es que la Riviera lapona es una de las más populares en Suecia. Y es que el golfo de Botnia se guarda un as en la manga que le permite competir hasta con las playas del Mediterrán­eo: el sol de medianoche.

Como alternativ­a invernal, el hotel Pite Havsbad cuenta con su propia playa cubierta, que incluye solárium con luz artificial y ofrece excursione­s por el mar helado en su propio rompehielo­s. Resulta un tanto surrealist­a desplazars­e en un barco por lo que parece un desierto helado, una sensación que se acentúa cuando un sami y su perro se aproximan al buque a bordo de una moto de nieve y el capitán baja la pasarela para que podamos pasear en medio del mar. Todo parece posible en el lado más salvaje de Suecia.

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