Plaza Garibaldi
La ciudad de México, Distrito Federal por su rango de Estado, uno más de los 32 que forman la República, es el destino turístico más importante del país. El año pasado recibió más de doce millones de turistas, con muchos motivos para sentirse atraídos por esta urbe que posee un centro histórico deslumbrante, tesoros arqueológicos, joyas de la época colonial y de la Reforma, uno de los mejores museos del mundo, el Nacional de Antropología, y una vitalidad que desde el primer día atrapa todos los sentidos del viajero. No se pierdan, por favor, el reportaje sobre la Ciudad de México que firma Daniel Robles en este número de la revista. Ahora, el De Efe, la capital mexicana, ha recibido una nueva distinción. La Unesco ha incluido en su lista de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad al mariachi, la música que suele representar a México, y la capital posee seguramente la mayor concentración de mariachis del país y una plaza donde se reúnen a diario, de día y de noche, más de 300 grupos de mariachi con sus instrumentos musicales y sus atuendos característicos, a la espera de que alguien los contrate. Mientras llega el cliente, cada grupo se promociona, y se entretiene, tocando. Así que la plaza entera suena con múltiples canciones y centenares de guitarras, trompetas y guitarrones, cada grupo a su aire. Es la plaza más divertida, la más musical y seguramente la más surrealista del mundo: la Plaza Garibaldi, a escasas cuadras al norte del Zócalo, la plaza mayor de la Ciudad de México.
La Plaza Garibaldi tiene su epicentro en un mesón antiguo de mesas alargadas, sillas bajas, mucho humo, grandes risas, tequila a granel y ni un solo espacio sin gente. Se llama El Tenampa. Al parecer, lo estableció un comerciante originario de Cocula, la patria chica del mariachi, Juan Hernández Ibarra, quien abrió un mesón con música en uno de los espacios asoportalados de la plaza cuando ésta se llamaba Plazuela del Jardín. El pueblo de Cocula, en el centro del Estado de Jalisco, es el lugar de origen del mariachi. Fueron los misioneros españoles y los descendientes de los indios coca, de singular habilidad musical, quienes inventaron los violines del cerro, la vihuela y el guitarrón, y quienes con esos instrumentos cantaron a su patrona, la Virgen del Cerro, canciones que, en la lengua de los coca, sonaban dedicadas a María Shi. Vestían ropas de campesino, llevaban manta, sombrero de paja y sandalias tejidas, huaraches, hasta que el presidente mexicano Porfirio Díaz invitó a uno de estos grupos de mariachi de Cocula a cantar en una fiesta en honor del secretario de Estado estadounidense Elihu Root. Entonces se vistieron con las mejores galas que tenían a mano, con el traje de fiesta de hacendado charro, las botas altas de cuero y los sombrerones, el atuendo completo que desde entonces acompaña siempre a los grupos de mariachi. Don Porfirio Díaz fue el gran animador de los primeros mariachis. Al grupo que llevó al Castillo de Chapultepec para que tocaran en su cumpleaños, en el año 1905, el Cuarteto Mariachi de Justo Villa, de Cocula, le grabó un disco con veinte canciones. Fue un gran acontecimiento, el disparo de salida para que nacieran nuevos mariachis en Cocula y por todo el Estado de Jalisco.
Años después de la muerte de don Porfirio, la Plaza del Jardín paso a llamarse Plaza Garibaldi. Don Porfirio fue el gran padrino de los
Garibaldi es la plaza más divertida, la más musical y seguramente la más surrealista del mundo
mariachis, pero, por una de esas paradojas debidas al azar que tanto gustan a los mexicanos, la plaza de los mariachis en la Ciudad de México acabaría por llevar el nombre de uno de sus directos opositores: Peppino Garibaldi, coronel del ejército de Francisco Madero, que derrocó a don Porfirio Díaz, y nieto del héroe del nacionalismo italiano, Giusseppe Garibaldi. La Plaza Garibaldi derrama a todas las horas música, humor, talento y un especial atractivo: su hospitalidad, que es el mayor valor turístico de l a Ciudad de México, tal y como le gusta subrayar a Luis Eduardo Ros, el maestro del turismo mexicano desde hace dos décadas y actual director del Instituto de Promoción Turística de la capital. Con Luis Eduardo Ros he tenido el honor de compartir muchos momentos intensos y mágicos en la Ciudad de México, todos debidos a la simpatía con que acogen los mexicanos a los forasteros. Hace años me dio un gran consejo viajero, que he procurado seguir siempre, al pie de la letra. “Cuando vengas a México –me dijo– procura que tu programa de viaje tenga espacios en blanco. Déjate tiempo libre para que ocurran cosas. Lo que te suceda en esos momentos, no previstos, será parte de los mejores recuerdos que te llevarás de México”.
Luis Eduardo Ros es un sabio, así que conviene hacerle caso: hay que viajar a la Ciudad de México, visitar la Plaza Garibaldi, cantar mariachis en El Tenampa y dejar que la hospitalidad de la plaza obre su magia e inunde nuestros sentidos con una música que contagia pasión por la vida y que ya se ha convertido en Patrimonio de la Humanidad.
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