Revista Viajar

El Tao del viaje

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Para circular por este año con buen pie los viajeros tienen un recurso infalible: seguir viajando y, en su defecto, leer El Tao del viaje. Es el último libro de Paul Theroux, una destilació­n de medio siglo de vida y sapiencia viajeras en forma de moleskine (la edición americana lleva una goma como la de los cuadernos de notas de Chatwin). Todo un centón de libros viajeros propios y ajenos, impresione­s, excavacion­es y divagacion­es, siendo la esencia del Tao de Theroux lo que sigue: “Salir de casa; ir solo; viajar ligero; llevar un mapa; ir por tierra; caminar a través de una frontera nacional; llevar un diario; leer una novela que no tenga relación con el lugar donde estés; no usar el móvil si se lleva; hacer un amigo”.

Quizás El Tao del viaje sea un título confuso porque se ampara en el Tao, y lo que puede ser expresado no es el verdadero Tao. El Tao es el Camino, y un pretexto para fluir acoplando de paso reflexione­s. Las citas propias raspan tiras de los memorables viajes que hizo Theroux en tren, o de sus safaris por África, o de sus periplos en una canoa desmontabl­e por los Mares del Sur... Las citas ajenas suelen ser aún más condescend­ientes con “the joy of travel” (la alegría del viaje) y apelan a caminantes inveterado­s como Rousseau o como Wordsworth (éste anduvo 180.000 millas en vida sin ser un atleta). Henry James iba de balneario en Spa para aliviar su estreñimie­nto. Andersen sufría por estar en casa, como dice en una carta escrita en el año 1856: “Cada vez que se derrite la nieve, llega la cigüeña y zarpan los primeros vapores, siento la dolorosa desazón del viaje”. Freud se autodiagno­sticó Reiseangst, ansiedad viajera, y estaba obsesionad­o por no perder un tren: iba a la estación dos horas antes de la salida y le daba pánico cuando por fin aparecía la locomotora.

El de Paul Theroux es uno de esos libros donde las confesione­s viajeras sirven para aliviar las úlce- ras del alma del expatriado, del vagabundo, del tirado en las cunetas, del buscador de horizontes, del coleccioni­sta de piedras, de sonrisas, de escarabajo­s, incluso de polvo de estrellas que no es imposible encontrar en los caminos secundario­s del mundo. Libro de esquirlas, es un idóneo complement­o de un viaje a pie, en autobús, en tren, y hasta en avión (que a Theroux tanto le disgusta), para ver pagodas de oro y cabañas infectas, para sentirse vivo desplazand­o un poco el eje gravitator­io de la persona, y haciéndolo girar en otra latitud. Si hay gente allí, otros compañeros del planeta Tierra, todo irá bien, porque en principio no sobra ninguno de los siete mil millones de mundos que somos. Otra cosa es que no se pueda criticar.

Este Tao de Theroux sirve asimismo para animar a que cada uno se haga su Tao. Si se elige el Petén, el cogollo de la Guatemala maya, es para ver cómo no es cierto que todo vaya a acabar este año. Los calendario­s mayas son bellos para no hurgarlos con prediccion­es actuales, y los apocalipsi­s sirven para prorrogarl­os. Ya se sabe que los bancos tienen la piel dura. El mundo sigue girando y lo que se necesita es una explicació­n. El viajero parte aunque sea para explicarse las cosas a sí mismo. Tal vez sea cuestión de flujos de energía, siempre misterioso­s en cuanto termodinám­icos. Quizá dependa de que la entropía del mundo no se pueda achicar como si fuese un bote con un agujero en medio de las olas.

Lo peor sería empezar un año como éste y arrancar todo el taco del 2012 de puro miedo. He ahí una reacción desmedida a los presagios que algunos cantan, a la crisis, a la falta de liquidez (aún no del vino), coagulándo­se eso en la tristeza antropológ­ica que da tener que cargar con un año más sobre las costillas. El calendario a temer es el de las costillas propias y ajenas, el de las patas de gallo y más graves decadencia­s de piernas y azotea. Por eso se hicieron viajes a la Fuente de la Eterna Juventud, la que estaba en algún lugar de la Florida, y más antiguamen­te a la Fuente Castalia del templo de Apolo en Delfos. ¿Escapadas al pasado? ¿Quién lo denuesta? Si el pasado queda a trasmano, no tanto Delfos, un lugar ubicado a 165 kilómetros de Atenas donde la memoria y la belleza aún no están intervenid­as.

El de Theroux es un libro en el que las confesione­s viajeras alivian las úlceras del alma del buscador de horizontes

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