Revista Viajar

Etiopía

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Van a hacer ahora diez años desde que publiqué el último libro de una trilogía viajera por el continente negro a la que llamé Los caminos perdidos de África. Narraba un largo periplo por Etiopía, Sudán y Egipto. Y al recordarlo en estos días, mi memoria elige casi en todo momento los caminos etíopes, los paisajes del país africano que menos se parece a todos los demás.

Dicen los etíopes que proceden de la duodécima tribu de Israel, la llamada “tribu perdida”, y que la genealogía de sus reyes se remonta a un romance de cama entre su primera monarca, la llamada Reina de Saba, y el sabio monarca Salomón. Todo esto, claro, es una mera leyenda, como lo es la creencia extendida entre casi todos los etíopes de que en un templo de Axun –al norte de este país africano– se guarda el Arca de la Alianza, en donde se conservan las Tablas de la Ley entregadas por Dios a Moisés. Ya digo que es mitología pura, porque todo el mundo sabe que el Arca de la Alianza está en manos de Indiana Jones.

Los etíopes son el único pueblo subsaharia­no que posee una lengua escrita donde están recogidas sus creencias religiosas. Esa lengua, el amárico, tiene caracteres cirílicos, aunque difieren mucho de los caracteres rusos. Antes del amárico existió el gee’z, algo así como el latín de los etíopes, y aunque la lengua ya no se habla, muchos de sus cantos religiosos se entonan en gee’z. Fue un sacerdote jesuita español quien primero se interesó por abrir el conocimien­to de este pueblo a Occidente. Se llamaba Pedro Páez, era madrileño y viajó al país como misionero en 1603, para ya no volver a salir de allí nunca más. Murió en 1622, en Górgora, a las orillas del lago Tana. Páez llegó a hablar con soltura el amárico y aprendió a leer y traducir el gee’z. Y poco antes de morir dejó concluidos los cuatro tomos de su libro Historia de Etiopía, que sigue siendo hoy un texto básico para el estudio de todo lo que concierne a este país. El libro fue escrito por Pedro Páez en portugués, ya que lo concibió como un informe a sus superiores, que eran los jesuitas portuguese­s de la misión de Goa, en la India. En España, tan solo se ha traducido y publicado el primero de los cuatro tomos de la obra por parte de la editorial granadina Almed, mientras que ninguna institució­n cultural española ha mostrado el más mínimo interés por tan importante documento.

Otra de las singularid­ades de Etiopía es su religión. Rodeados de naciones musulmanas, los etíopes son cristianos ortodoxos. Pero pertenecen a una rama de la ortodoxia cuya cabeza se encuentra en Alejandría: los llamados coptos. Hasta hace apenas un cuarto de siglo, todos los jefes de la iglesia etíope, los abunas, eran nombrados en Egipto por el jerarca principal copto.

Hay otros elementos diferencia­dores: siempre ha sido el etíope un territorio muy aislado, sobre todo en razón de lo abrupto de su geografía. Grandes cadenas montañosas cruzan su espinazo y un río enorme, el Nilo Azul, nace en sus cordillera­s al norte del lago Tana y se desploma en grandes cataratas y en rápidos de estrecho cauce antes de serenarse ya cerca de la frontera con Sudán.

Estas y otras particular­idades hacen del país un lugar muy singular. Y al tiempo, han dotado de un carácter muy peculiar a sus habitantes. Los etíopes son pacíficos y listos, con tendencia a engañar al extranjero haciéndose los tontos. En cierta manera poseen las caracterís­ticas que en España atribuimos a los gallegos, porque entre ellas suelen contestar a tus preguntas con otras nuevas.

Cuando recorrí una buena parte de Etiopía para preparar mi libro, recuerdo que al menos los etíopes me engañaron con toda seguridad cinco o seis veces. Otras seis o siete sospecho que pude ser engañado. Y casi estoy por decir que me engañaron otras veinte sin que me diera ni cuenta.

Pero ese es parte del peaje que hay que pagar por viajar en África apartado de las rutas turísticas.

En España solo se ha publicado el primero de los cuatro tomos de “Historia de Etiopía”, la gran obra de Pedro Páez

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