Revista Viajar

La esencia de Africa ´ Javier

- DIRECTOR

Reverte ha vuelto a África. Su nuevo libro, Colinas que arden, lagos de fuego, narra ese regreso: la vuelta, después de muchos años de ausencia, a un continente que para él tiene mucho de hogar. Catorce años después de El sueño de África, Reverte ha viajado a Kenia, Tanzania y Zambia, a algunos países que ya le sirvieron de escenario para su primer gran relato de viajes por África, pero si en aquella ocasión, en El sueño de África, rastreaba los mitos de otros en el continente negro, en esta ocasión ha buscado sus propios mitos: el Lago Turkana, el Parque de Selous (la mayor reserva de vida salvaje en África), el Lago Tanganika y el lugar donde está enterrado el propio corazón de David Livingston­e. El resultado, la narración de estos cuatro viajes por algunos de los escenarios más bellos, salvajes y asombrosos de África, es un libro que destila aventura y contagia vitalidad, un precioso relato que alcanza y describe la esencia de África.

Reverte empieza su viaje en las faldas del monte Kenia, la montaña sagrada de los kikuyu. Su primer objetivo es el Turkana, el lago que aún figura en algunos atlas europeos con el nombre de Rodolfo, el infortunad­o hijo del emperador Francisco José I y su esposa, la célebre Sissi. Por el norte de Kenia, Reverte viaja a pie, en jornadas de seis a siete horas diarias de marcha. “Caminar por África –sostiene– es un ejercicio de sensualida­d desbordada y a los pocos días de iniciar la marcha notas dentro de ti una extraña emoción: la conciencia de que perteneces a la Tierra como un animal más entre tantos otros”. Reverte camina y camina, junto con un pequeño grupo de amigos, por los territorio­s de los bandidos pokot, los temidos shifta, los orgullosos turkana y los últimos elmolo, que solo comen peces. Alcanza el Lago Turkana, donde se encuentra una de las más numerosas colonias de África de cocodrilos del Nilo, y recoge las historias de los monstruos del lago y los devorado- res de hombres. “Cuando un devorador de hombres ataca y mata una persona –escribe Javier Reverte–, las aldeas se comunican entre sí por medio del tam tam con un sonido que llaman mgalumtwe”. Historias apasionant­es que surgen también en Selous, una reserva del tamaño de Suiza donde no hay ni un solo asentamien­to humano y donde el escritor planta, con gozo, su tienda de campaña: “Creo que hay pocas cosas tan gratifican­tes en la vida como dormir al aire libre en medio de un territorio salvaje, en la sabana africana”.

Después de Selous, Reverte piensa tomar un tren hasta Kigoma, el puerto principal del Lago Tanganika, no muy lejos del punto donde se produjo el famoso encuentro de Stanley y Livingston­e. Pero el plan no sale como estaba previsto. Reverte comprueba, una vez más, que en África todo viaje se complica siempre de la forma menos previsible y se arregla de la manera más inesperada. Al fin, alcanza una leyenda: el Liemba, uno de los transborda­dores más antiguos del mundo, que llegó al Lago Tanganika, desarmado y embalado en cajas, a principios del pasado siglo. En 1915, armado con un cañón de diez centímetro­s, el Liemba, llamado entonces con el nombre del primer gobernador alemán de Tanganika, Graf von Götzen, formó parte de la flota de combate africana del káiser. Durante la guerra fue hundido a propósito para evitar que cayera en manos aliadas. Años después fue reflotado, saneado y devuelto al lago con su nombre actual. Su fama trascendió cuando C.S. Forester publicó, en el año 1935, la novela La Reina de África, en la que relataba el hundimient­o de un presunto navío alemán, el Köning Louise, durante la gran guerra. El relato estaba inspirado en el

El libro viaja por algunos de los escenarios más salvajes de África, destila aventura y contagia vitalidad

hundimient­o de una lancha alemana de combate, la Ki n g a n i , pero muchos creyeron que se trataba del Liemba y la estela de este afable y destartala­do transborda­dor alcanzó también a la inolvidabl­e película protagoniz­ada por Humphrey Bogart y Katharine Hepburn, incluso al relato que escribió uno de los guionistas de esta película con el título de Cazador blanco, corazón negro, que varias décadas después sería llevado al cine por Clint Eastwood. Reverte comparte con sus lectores su extraordin­aria navegación en el Liemba, la reina de África. Días intensos, atardecere­s únicos –“creo que muy pocas veces había contemplad­o un atardecer tan dramático y tan bello al mismo tiempo”– y noches cargadas de estrellas: África.

El último de los cuatro nuevos viajes por África lleva a Javier Reverte en un tren construido por los chinos en los años 70 al lugar donde fue enterrado el corazón de David Livingston­e. “Los sirvientes del explorador –relata Reverte– metieron el corazón y los otros órganos en una caja de hojalata que había servido para guardar harina y la enterraron en una pequeña fosa a algo más de un metro de profundida­d, al pie de un mpondo, un árbol muy abundante en la sabana africana. Un mulato de la caravana leyó el oficio de difuntos”. Allí, junto a ese árbol, Reverte invita a viajar una y otra vez a África, a buscar –siempre– la aventura. “La aventura –dice Javier– es la única manera de robarle tiempo a la muerte”. La aventura y las bellas historias, como las que narra Colinas que arden, lagos de fuego, el nuevo y apasionant­e libro de Javier Reverte.

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Mariano López

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