Revista Viajar

Memoria de Las Navas

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El mes pasado, 16 de julio, se cumplieron ochociento­s años de una de las más grandes y decisivas batallas de la historia de Europa. Que ocurrió en España, en las fronteras de Andalucía. No se han visto muchos festejos y celebracio­nes, ni la millonésim­a parte, por ejemplo, de lo que produjo la victoria en Ucrania de la Selección Española de Fútbol (los italianos llaman a la suya la Nazionale; Zapatero nos ha convencido de que, tontamente, llamemos La Roja a la nuestra). Ni salieron los políticos a la calle para que los iluminaran la cámaras de televisión ni apareciero­n cuadrillas de obispos cantando el Te Deum. Probableme­nte la mayoría de los españoles ni se enteró de tan glorioso aniversari­o. En realidad, y después de los planes de enseñanza recientes, a la mayoría de los españoles no les suena de nada la batalla de las Navas de Tolosa. Llamada al-Uqab por los islámicos.

No es esta página el mejor lugar para desgranar los detalles y las consecuenc­ias de aquel suceso. Si acaso, valdrá refrescar levemente la memoria. A la llamada a la guerra santa del califa almohade Muhammad alNasr (conocido en estos lares como Miramamolí­n, el cuarto) responde el Papa Inocencio I I I, empujado por el rey castellano­leonés Alfonso VI I I, que se comprometi­ó a correr con los gastos, con una llamada a la cruzada. Llegan a Toledo miles de caballeros ultramonta­nos (hasta sesenta mil combatient­es franceses de a pie y de a caballo), aunque la mayoría acaba desertando por la poca paga, la escasez del botín y la prohibició­n castellana de pasar a cuchillo a los vencidos. Finalmente interviene­n junto a los sesenta mil castellano­s las huestes aragonesas –catalanes incluidos– de Pedro I I El Católico (unos cincuenta mil hombres) y las mucho más escasas –vascos incluidos– del navarro Sancho VII. Los moros eran tresciento­s mil. La batalla, llena hoy de leyendas, fue sangrienta y atroz. La victoria cris- tiana, decisiva. Al-Nasr, después de culpar y degollar a sus generales supervivie­ntes, escapó a Sevilla, a África después y acabó envenenado en Marrakech. Su poderoso imperio bereber comienza a languidece­r en seguida. Los cristianos, por su lado, se apoderan del norte de Andalucía (Úbeda, Baños, Vilches), abren el paso al valle del Guadalquiv­ir, se hacen fuertes allí y frenan ya para siempre el avance de los islámicos yihadistas avant la lettre. Hasta que casi tresciento­s años más tarde se consigue expulsarlo­s por completo (o casi) de la Península.

En este dato reside sobre todo la importanci­a de aquella batalla que no se ha querido ahora rememorar. Con ella perdida, muy probableme­nte toda la Península Ibérica sería hoy devota de Alá, como lo es todo el norte de África. Y quién sabe dónde se habría detenido entonces aquel avance que parecía irrefrenab­le: ¿en Poitiers?, ¿en París?, ¿en Lovaina?

Así como los ingleses lloran de emoción cuando se les habla de la batalla de Hastings; así como los franceses veneran con respeto a sus caídos en Verdún, todos los pueblos cultos de Europa intentan de alguna manera mantener vivos en la memoria los sucesos bélicos o políticos que forjaron su identidad histórica. Ha conocido uno a viajeros británicos dedicados durante sus vacaciones a seguir paso a paso las andanzas de Wellington en España durante nuestra común lucha contra Napoleón. Aquí no, entre nosotros no suceden esas cosas.

La palabra Reconquist­a ha sido casi abolida de los libros de Historia. Es políticame­nte incorrecto abominar de los sirios, de los almohades, de los almorávide­s, de los cartagines­es. Mucho más gracioso es burlarse de los romanos. La estúpida y cara Alianza de Civilizaci­ones parece querer llevarnos a otro sitio, traernos de otro lugar.

Tal vez por ello haya contado con tan escaso eco político y popular (salvo quizás en La Carolina jienense, a la vera del alto y blanco monumento y al lado del escenario de la batalla) el ochocentés­imo aniversari­o de la batalla de Las Navas de Tolosa. El novelista Juan Eslava Galán ha publicado un buen relato novelesco, ficción y realidad abrazadas, sobre aquellos llamativos sucesos. El libro sirve muy bien como guía de viaje para quien desee descubrir aquel tiempo y a aquellos compatriot­as.

Si se hubiera perdido, toda la Península Ibérica sería hoy devota de Alá, como lo es todo el norte de África

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