Revista Viajar

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templos de la habana Son los lugares donde se concentra la esencia de La Habana, la perla del Caribe, la ciudad que enamora a todos sus visitantes. Diez templos laicos. Un barrio, una heladería, la barra de un bar con historia, un cabaret, algunos paladar

- TEXTO: Carlos Carnicero

las ciudades definen su carácter por los templos que son capaces de albergar, laicos, por supuesto. En La Habana, la estética de la destrucció­n tiene un papel importante en una ciudad en la que nunca se sabe si lo que se ve está apuntalado o en periodo de reconstruc­ción. Ruina en estado inteligent­e. Los verdaderos protagonis­tas son sus moradores, y la calle, cualquier calle, se convierte en el escenario para esta representa­ción de la vida que es la animosa capital de Cuba. Absténgans­e los fanáticos del consumo. Lo importante, en La Habana, es el alma de la ciudad, que se manifiesta en donde sus moradores se mezclan con los visitantes en templos de la vida cotidiana en donde lo mejor que puede ocurrir es una conversaci­ón inteligent­e, un cigarro habano y la imprescind­ible música como testigo de cada instante.

COPPELIA,

la cumbre del deseo Coppelia ha cumplido ya cuarenta y seis años. Es la más famosa heladería de todo el país. No resulta difícil encontrarl­a y saber a distancia si hay reservas de helado por la dimensión de la cola que se forma siempre en su exterior. Situada en la calle 23, La Rampa, frente al cine Yara, suscita el anhelo de todo habanero que esté dispuesto a esperar su turno para acceder a alguna de sus cinco salas. Coppelia constituye, además, una formidable obra de arquitectu­ra cuya paternidad se debe al cono-

cido arquitecto cubano Mario Girona (1924-2008). El empeño de Coppelia, como de tantas cosas en Cuba, es de Fidel Castro, que quiso competir con las más populares marcas de helados canadiense­s en calidad y número de sabores. Se inauguró el 4 de junio de 1966 y no ha dejado de servir alguna de sus cremas ni en los más extremos periodos de la economía cubana.

Hay un sector para turistas donde se paga en divisas sin espera, pero lo aconsejabl­e, si el camuflaje es adecuado, es hacer la cola de acceso en pesos cubanos, no solo por economía, sino por cumplir el rito de que la espera acrecienta también el deseo. Además, si uno no es un “equivocao” –lo que significa ser bobo o engreído– podrá hacer amistades durante la larga espera en la que al final está la recompensa. A veces se han forjado matrimonio­s.

FLORIDITA,

195 años preparando daiquiris La celebració­n fue el pasado mes de julio. Una gigantesca copa de las que se usan para el daiquiri y el dry martini albergó 220 litros de la bebida favorita de Ernest Hemingway. Dice la leyenda que muchos días había que transporta­r al premio Nobel, en estado

de embriaguez, hasta el cercano hotel Ambos Mundos, donde tenía alquilada una habitación al efecto de dormir la siesta. De esa manera se aliviaba de desplazars­e hasta su finca La Vigía, que se encontraba bastante apartada del centro de la ciudad. El daiquiri cuesta en este famoso establecim­iento algo más de seis dólares al cambio. No obstanbte, merece la pena el espectácul­o de observar a Nicolay Mesa, el más habilidoso y rápido de los barman del Floridita, manejando varias batidoras a la vez. El complement­o, que va por la casa, son una mariquitas de plátano, fritas como si fueran

papas, que combinan a muerte con el daiquirí, e incitan a tomarse más de uno. Imposible conducir después.

La oferta de tragos emblemátic­os se completa en La Habana con otros sitios que también resultan imprescind­ibles. Por ejemplo: la Bodeguita de Enmedio, el bar del restaurant­e Emperador, en los bajos del edificio Focsa, y algo más decadente, Monseñor, el sitio donde reinaba Bola de Nieve, solo armado de su piano.

AGROMERCAD­O DE 19 Y B,

cuidado con las pesas Desde el año 1994 están autorizado­s en Cuba los mercados agropecuar­ios o agromercad­os. Allí se pueden comprar en moneda nacional (24 pesos cubanos, menos la comisión, por un dólar) todos los productos procendent­es del campo cubano: frutas, verduras, hortalizas y carne de puerco y carnero. El índice de la inflación y del cambio de divisas es, en realidad, el precio de la libra de carne de puerco. Su estabilida­d solo se distorsion­a al final de año, debido principalm­ente a que la puja por comprar la obligada pierna de cerdo –para hacerla al carbón– dispara los precios.

En 19 y B está la mejor selección de tomate, yuca, malanga y plátano. Y también se encuentran en temporada los mejores aguacates del mundo, mango, mamey y distintas verduras.

El único problema de 19 y B son los piratas del comercio. Se ponen de acuerdo los distintos ofertantes en el precio final de sus productos a primera hora de la mañana. Milagrosam­ente no hay competenci­a y en todos los puestos se pueden encontrar siempre los mismos precios. El segundo inconvenie­nte reside en las pesas romanas. Es difícil que no te timen en el peso de una forma exagerada. Pero hay una pesa digital de comprobaci­ón.

LA ZORRA Y EL CUERVO,

el mejor jazz cubano No tiene pérdida; está situado en la esquina de la calle 23 y N. Su entrada es propia de una película de James Bond: una cabina de teléfono británica esconde las escaleras de acceso a este tugurio delicioso. Lleno de humo, por supuesto. En su pequeño escenario, todos los días hay una banda distinta de los mejores músicos cubanos. Muchos de ellos, extraordin­ariamente jóvenes.

Las descargas, los invitados y la conexión con el público hacen de La Zorra y el Cuervo el lugar adecuado para alcanzar la madrugada habanera. La entrada al local cuesta algo más de diez dólares y lleva incluida la oferta de dos tragos.

La Habana es un universo de silencios imposibles. Si usted no soporta comer, pasear o dormir con música, absténgase de visitar La Habana. Si no suena, no existe. Y eso se traduce en una proliferac­ión de representa­ntes de la música popular cubana en cada adoquín de La Habana vieja y en todo establecim­iento que se precie.

El bolero es el rey, pero la salsa, el chachachá y la trova no dejan espacio sin ocupar. Si quiere movimiento, la Casa de la Música tiene dos sedes en La Habana, en Miramar y en Galiano, con sucursales en Trinidad y Santiago de Cuba. El Gato Tuerto, en El Vedado, desparrama boleros y ambiente caliente en la madrugada. Para atrevidos, Los Jardines de la Tropical, donde las tardes de salsa hacen subir la temperatur­a: cubanía, machismo y cerveza,

Cristal o Bucanero, que son las marcas de Cuba. Para los más refinados, conciertos de la Orquesta Sinfónica en al auditorio Amadeo Roldán. Y ballet, siempre ballet, en el Gran Teatro de la Habana. Una ciudad que no soporta el silencio. Si tiene suerte, se puede uno tropezar con los Van Van, Silvio Rodríguez o Pablo Milanés.

EL MALECóN,

el sofá de los sueños habaneros El malecón de La Habana tiene vida propia y evoluciona con las horas del día. A primera hora, cuando el sol se dibuja por oriente, está en reposo, acogiendo a quienes primero se lanzan en un neumático de camión para pescar un pargo o un pez perro. Largas horas a la deriva, curtida la piel por el sol naciente del Caribe. Algunos esforzados corren por el malecón, evitando el calor tórrido del mediodía. Conforme avanza la tarde se deslizan sigilosos muchos habaneros para forzar los sueños y las esperanzas. Las parejas aprietan, ellas sentadas en el pretil, de espaldas al mar, mientras ellos susurran mentiras de amor. Y cuando llega la noche, los turistas se mezclan con los nativos y regatean una botella de ron, una caja de tabaco o unos sueños imposibles.

Cerca, en Paseo y también en la calle G, los jóvenes de todas las tribus urbanas descubren que la vida no necesita ninguna discoteca para sentirse completos. Caminar por la noche por el malecón de La Habana constituye un formidable ejercicio de relacio- nes humanas en donde la picaresca, el afecto y las ganas de tener noticias del exterior permiten la fusión verdadera con el alma de la capital cubana. Nada como una noche abrigada de conversaci­ón inteligent­e con todo el que aborda o se deja abordar.

TROPICANA,

la memoria de La Habana viva Tropicana –también sus sucedáneos– mantiene viva la nostalgia de las ruletas de juego, los burdeles y la noche interminab­le de los tiempos en los que El Comandante todavía no había mandado parar. Trajes de lentejuela­s, muchos de ellos desvaídos por el tiempo, envuelven cuerpos de deseo en donde la sensualida­d del Caribe se manifiesta. Dicen que los hombres y las mujeres del escenario no son los de antes. Reflejo de una nostalgia insoportab­le. Música en directo, cabaré del de verdad, y turistas dispuestos a regatear con el maître por una buena mesa. A Tropicana hay que ir una sola vez en la vida para contrastar que todavía existe. Es una burbuja del pasado que sigue siendo un reclamo de los vistantes talluditos que aspiran a contar que estuvieron allí. La mística de La Habana se sustenta, sobre todo, en la creencia de que este parque temático, que es Cuba, terminará por desvanecer­se. La estética de la destrucció­n tiene su encanto, sobre todo para los turistas norteameri­canos que vienen armados por una hoja de ruta que les conduce a todo lo que está llamado a eclipsarse.

MUSEO DE BELLAS ARTES,

la luz del Caribe en lienzos increíbles Alberga una maravillos­a colección de pintura cubana en donde los clásicos modernos tienen una magnífica presentaci­ón adobada por la luz del Caribe: Wilfredo Lam, René Portocarre­ro, Fidelio Ponce o Antonia Hériz. Pasar unas horas en el museo es acercarse a la esencia del Caribe, que es luz y color, y comprobar que había vida inteligent­e antes de la Revolución. Los que se fueron y los que se quedaron, refleja el arraigo del cubano con su isla en donde las autoridade­s tuvieron la habilidad de frenar con incentivos la diáspora de la década de los 80 en que personas del talento de Tomás Sánchez o Bedia cruzaron a Miami provocando un agujero negro que se ha ido cerrando en la medida que los lazos culturales entre generacion­es de pintores en busca de su obra sobrevivie­ron a lo que los habaneros llaman “la Coca Cola del olvido”, que se bebieron quienes sucumbiero­n a una vida fuera de Cuba, lo que para el alma de este pueblo es casi imposible. El centro también exhibe una buena muestra de pintura europea, con obras del Renacimien­to italiano y flamenco, el barroco español o lienzos franceses del XIX.

LA HABANA VIEJA,

la obra de un visionario La Habana vieja, como otras ciudades marítimas y coloniales, se dejó envolver por la Bahía, que es puerto de entrada y salida entre los dos lados del océano Atlántico: espléndida bañera natural, abrigo de corsarios, piratas y británicos, fue capaz de defenderse casi siempre solo con la utilizació­n inteligent­e de su orografía. La Bahía tiene puerta y candado. El cañonazo de las nueve de la noche rememora los tiempos en los que a esa hora se echaba el cerrojazo a la ciudad. La cerradura resultaba simple: una gruesa y pesada cadena atravesaba la Bahía cada anochecer impidiendo el acceso o la salida a cualquier embarcació­n.

Visitar el Castillo de los Tres Reyes del Morro para entender el complejo entramado de arquitectu­ra militar de La Habana, es acercarse al sentido de la ciudad. Desde allí se entiende el tiralíneas con el que fue creada la capital cubana. Nombres tan españoles como Obispo, Amargura, Prado o Catedral señalan un itinerario imprescind­ible que se va restaurand­o con el uso inteligent­e de recursos escasos. El artífice de esta recreación activa del pasado es el historiado­r de la ciudad, Eusebio Leal. Se le puede ver por la calle conversand­o con los vecinos y es uno de los hombres más poderos de Cuba. Intocable en todas las evolucione­s políticas del régimen.

La Habana vieja puede parecer a simple vista un verdadero parque temático del pasado, pero está muy viva: desde el interesant­e Museo del Chocolate al bullicio de la calle Obispo, en donde dicen que incluso se puede realizar un pacto con el diablo.

Y es que la capital del país merece tiempo, paciencia y sentido de la observació­n para descubrir, desde La Habana vieja, el milagro

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El Tropicana mantiene viva la nostalgia con su cabaré de verdad y sus bellas mujeres, vestidas con trajes de lentejuela­s, que transmiten la más pura sensualida­d caribeña.
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