Revista Viajar

La montaña sagrada

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Conviene volver a Pafos para atacar desde allí la exploració­n de Tróodos, una pequeña cordillera que alcanza los 2.000 metros. A las afueras de Pafos, en un barrio de ricos (Tala) se encuentra la cueva y monasterio de Agios Neófitos. Este asceta vivió en la cueva de un acantilado, allá por el siglo XI, y se hizo pintar como santo (sin haberse tomado la molestia de morir antes). Luego le construyer­on, abajo, una iglesia bizantina, con frescos y un sarcófago de oro para sus huesos y un relicario de plata para su cráneo. Hay un pequeño museo, nueve monjes, noventa gatos y mucho autocar de turistas. Menos son los curiosos que se aventuran por las calzadas asilvestra­das que cruzan pueblos absortos y se internan en Tróodos. Una lástima, porque en la montaña se ocultan joyas bizantinas, entre otras diez iglesias declaradas por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. Además, la montaña es una buena manera de captar otro rostro menos tópico de Chipre. Entre bosques de cedros se ocultan villas veraniegas, y hasta hay pistas de esquí. Pero nieva poco, en realidad hay poca agua en general; así que por las faldas de Tróodos se escalona un centenar de pequeños embalses para luchar contra el problema secular de la sed (que apenas alivian las modernas desaladora­s). Un pueblo ejemplar puede ser Kakopetria, en la cara norte. Bastante alejado, cerca ya de la autopista a Nicosia, Lefkara es el más explotado; son dos en realidad, de arriba y de abajo (Pano y Kato Lefkara). El de arriba es puro escaparate, donde se mercan los más afamados encajes y bordados a mano, y también filigrana de plata.

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