Revista Viajar

La capital desgarrada

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La capital, ubicada lejos del mar, porta el sambenito de Cenicienta, burocrátic­a y lindezas por el estilo. Para colmo, está dividida por el último muro de la vergüenza europeo, tras la ocupación turca, en 1974, del tercio norte de la isla. La verdad es que la parte nacional tiene poco que enseñar, aparte de algunos bastiones de muralla, la Puerta de Famagusta y (veremos cómo queda) la plaza Eleftheria (Libertad), que está remodeland­o la arquitecta estrella Zaha Hadid. De esa plaza parte la calle principal, que lleva a uno de los tres pasos fronterizo­s. Ahora es muy fácil cruzar. La diferencia, al poner pie en la otra Nicosia, ya no es la de antes, pero se nota que estamos en zona turca, sobre todo por los bazares, y el ritmo. En esta parte hay dos joyas irrenuncia­bles: la catedral gótica de Santa Sofía, convertida en mezquita Selimiye (con dos alminares plantados como cuernos en su fachada), y el gran caravasar (Khan), que se conserva puro, eso sí, ocupado no por camellos sino por tiendas y cafetines variados.

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