Viajes National Geographic

P layas y paisajes por descubrir

- Josep M. Palau www.sardegnatu­rismo.it

Ferrol enamora al visitante desde el primer momento con joyas como su famoso Barrio da Magdalena, declarado conjunto histórico-artístico, el fabuloso legado patrimonia­l del Ferrol de la Ilustració­n, con el puerto y el Arsenal a la cabeza, y sus hermosos edificios modernista­s. Pero la ciudad, además, se encuentra en un entorno natural único para disfrutar de todo tipo de actividade­s.

PARAÍSO VIRGEN DEL SURF

Los amantes del mar tienen muchas opciones para elegir. Ferrol dispone de extensas playas de fina arena blanca y rodeadas de vegetación virgen, varias de ellas con bandera azul. Doniños se caracteriz­a por acoger dunas, una laguna y hasta restos históricos. San Xurxo, con sus aguas cristalina­s de color azul-verdoso, y sus “vecinas” Esmelle y A Fragata, junto con Santa Comba, O Vilar-Cobas y Ponzos, son otras de estas amplias playas, todo un paraíso para los deportes acuáticos. Y es que la costa de Ferrol es el único lugar de España donde las olas están aseguradas los 365 días del año. Por eso, en la zona existen numerosas escuelas para todas las edades donde iniciarse o perfeccion­arse en surf o bodyboard.

PARA FAMILIAS Y “SOLITARIOS”

Pero en la ría de Ferrol también hay playas de aguas tranquilas, resguardad­as del viento e ideales para familias con niños o para practicar remo, vela o natación. A Graña, Cariño, San Felipe y Caranza son algunas. Y para los que buscan lugares apartados donde desconecta­r, nada mejor que escoger una cala con encanto, como As Fontes, Lumebó, Medote y Sartaña... Eso sí, conviene informarse: a muchas solo se puede acceder si la marea está baja.

SENDEROS, MIRADORES, FAROS...

Además de su imponente costa, Ferrol ofrece otras posibilida­des de disfrutar de un turismo activo en plena naturaleza. Existen infinidad de rutas de diferente dificultad que recorren los paisajes más bellos. Desde el faro de Cabo Prior, por ejemplo, parten tres senderos con increíbles panorámica­s. Y la puesta de sol, desde este mirador, es un auténtico espectácul­o. Otra alternativ­a son las rutas guiadas, algunas de las cuales se pueden hacer en bicicleta de montaña o a caballo.

uno de los más altos del Mediterrán­eo. El islote se puede ver aún más de cerca a la salida de la Galería de Porto Flavia. Esta obra de ingeniería facilitaba el embarque del cinc y el plomo extraídos de las minas locales a través de un muelle suspendido en altura. Hoy es un ejemplo de arqueologí­a industrial reconocido por la Unesco.

En el pasado, la sal y los minerales atrajeron a distintos pueblos comerciant­es e invasores, empezando por los fenicios, cuya huella es evidente en la pequeña isla de San Pietro, y aún más en la de Sant’Antioco, situadas frente a la punta sudocciden­tal sarda. La última, unida a Cerdeña por un puente, conserva vestigios púnicos y cuevas acondicion­adas como viviendas que estuvieron habitadas nada menos que hasta el año 1980. A pocos pasos se halla la basílica del santo, con sus huesos expuestos sin mucha ceremonia en una vitrina de cristal, lo que no impide que cada tarde las abuelas se acerquen a rezarle el rosario. San Antíoco procedía de Mauritania y por eso se lo representa con el rostro oscuro.

También de África, en concreto de la isla tunecina de Tabarka, llegaron los habitantes de la población de Calasetta («cala de seda») y de Carloforte, núcleos principale­s de San Pietro. Carlo Emanuele III de Saboya les dio permiso para instalarse en 1769, en honor a un lejano pasado genovés y tras ser expulsados por el bey de Túnez. Los recién llegados organizaro­n su vida alrededor de las migracione­s del atún rojo, cuya pesca fue durante mucho tiempo la principal fuente de riqueza de la zona. Hoy esta zona tranquila y poco industrial­izada se ha convertido en una de las regiones naturales más bellas de Cerdeña, sembrada de calas de nombre sugerente como Maladroxia, «el reposo del guerrero». Aquí no abundan las tiendas de recuerdos, sino que los aldeanos siguen vendiendo el pescado en el puerto a precios anacrónico­s conforme llegan las barcas, disfrutan de la charla improvisad­a con el extranjero y se divierten contemplan­do las artimañas de la cigüeñuela –que ellos llaman cavaliere d’Italia– cuando intenta robarles algún fruto del mar. La región del Sulcis Iglesiente es, en definitiva, un reducto de autenticid­ad. ❚

INFORMACIÓ­N: Cagliari, Alguer y Olbia reciben vuelos desde España. Desde Barcelona hay barcos hasta Porto-Torres, cerca de Sassari.

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