Unas vacaciones sostenibles
Pensar en Mallorca como únicamente un destino de sol y playa es quedarse muy lejos de conocer la isla. De hecho, lo que destacaron sus primeros turistas fue la belleza de los paisajes montañosos del nordeste. Fue el archiduque Luis Salvador de Habsburgo quien descubrió para el turismo la belleza de Mallorca. Luego llegó George Sand con Chopin y escribió Un invierno en Mallorca, inspirando a muchos otros viajeros, hasta llegar así a los días del largo verano hippie que se vivió en los años 60. La isla ha sabido recoger el relevo de aquella primera esencia naturalista para mantenerse como un paraíso verde. Entre otras facilidades, ahora con Juice Pass, la iniciativa de movilidad sostenible
pionera en España de Endesa X, los turistas más responsables pueden recorrer Mallorca con un vehículo 100 % eléctrico.
De esta forma se disfruta mucho mejor de los olivos esculpidos por el tiempo, de las sinuosas carreteras entre pinos, de la calma de los extensos campos de naranjos y limoneros, de los faros más románticos o de las calas más bellas de la islas. Unas vacaciones así de sostenibles dan para mucho, para recorrer desde las zonas más turísticas como Palmanova y la vibrante Palma de Mallorca hasta para descubrir los secretos mejor guardados de Campanet, de los pueblos agrícolas del sur, de la sierra de Tramuntana o de Sóller y su mágico tranvía, como no, también eléctrico.
que la intelligentsia (los intelectuales) solía reunirse para discutir de cultura y política, como el San Carlo –desde 1822 guarida de patriotas, subversivos y escritores– y el Torino, joya modernista de 1903.
Si el calor aprieta, lo mejor es tomar un helado. En la cercana Piazza Carignano se halla la heladería Pepino donde, en 1884, nació el «pingüino», un polo de nata cubierto de chocolate con palito. Con él resulta más dulce admirar los edificios que adornan la plaza, como el Teatro Carignano, el afamado Ristorante del Cambio –que frecuentaba el conde de Cavour, teórico de la Unidad de Italia– y la sinuosa fachada del Palazzo Carignano, que hoy aloja el Museo del Risorgimento.
Cerca nos aguardan otros tres hitos artísticos: el Museo Egipcio, segundo en importancia tras el de El Cairo; la Galería Sabauda, que exhibe autores del Renacimiento y el Barroco; y lo que no podía faltar en la ciudad que hospeda cada mayo el Salón del Libro, la bella Librería Internazionale Luxemburg.
Seguimos hasta otras dos plazas, cada una con su historia: la Piazza Carlo Alberto, donde Nietzsche que tanto amaba Turín –y aquí perdió su salud mental– escribió el ensayo Ecce Homo en su pequeño piso; y la Piazza Carlo Felice, donde Cesare Pavese, confundador de la editorial Einaudi, se suicidó en el Hotel Roma en 1950.
Vamos ahora al barrio de San Salvario, multiétnico y corazón de la movida y del tiempo libre. A orillas del Po está el Parco Valentino, un pulmón verde embellecido para la Exposición Universal de 1884 con un pueblo medieval y un castillo. El lugar es ideal para leer Léxico familiar de Natalia Ginzburg (1963), una novela ambientada en ese barrio. Para un respiro se puede elegir entre un imbarchino, bares instalados en viejos embarcaderos,
o la librería LunaStorta, con libros, cafés y tartas, y un rincón especial para los más pequeños.
Por la Via Garibaldi –una calle peatonal de 963 m de largo– se llega a la zona del Quadrilatero Romano, el castrum donde nació la ciudad. Callejeando hallamos las ruinas del Teatro y la Puerta Palatina (siglo i a.C.), con dos torres de más de 30 m, codo a codo con el barroco Santuario de la Consolata y el Café El Bicerin («el vasito», bebida de chocolate, café y crema de leche) que, con 256 primaveras, traslada al visitante al Siglo de las Luces.
El Quadrilatero es otro de los lugares de la movida. Sus callejuelas llenas de trattorias, restaurantes de cocina étnica y bares frecuentados por estudiantes son perfectas para tomar el famoso aperitivo italiano, inventado en la ciudad. Podemos deleitarnos con su versión más sibarita, el apericena, en el Arancia di Mezzanotte, que sirve platos del Piamonte acompañados por una buena carta de vinos. Si lo nuestro es el regateo, habrá que recorrer el mercado El Balón los sábados o cada segundo domingo de mes en su versión Gran Balón. En este animado rastro se puede hallar de todo, comer en puestos ambulantes, asistir a conciertos y hasta volar en globo.
En la Via Po se pasea bajo soportales entre tiendas de viejo, librerías y otro café histórico, el Fiorio, desde su fundación en 1780 un punto de reunión de aristócratas y conservadores. Un desvío y nos encontramos bajo la Mole Antonelliana, una antigua sinagoga y hoy Museo del Cine, con una exposición espectacular y un ascensor panorámico.
La Piazza Vittorio, la mayor de la ciudad, se asoma al río Po. Al cruzarlo por el puente napoleónico se llega la iglesia Gran Madre de Dios, y siguiendo el paseo junto a la orilla se alcanza la Via Casale. En ella vivió el escritor Emilio Salgari, oriundo de Verona pero adoptado por Turín, donde se dio muerte trágica en 1911. Entre su casa-jungla –en dos pisos más cocina vivía con su mujer, cuatro hijos, suegra, 17 gatos y otros animales–, el paseo del río y las colinas de alrededor creó las aventuras de Sandokán, que hoy los pequeños «tigres de Malasia» pueden revivir en el ecoparque Salgari Campus, a dos pasos del centro histórico de Turín. ❚ INFORMACIÓN: Desde Madrid y Barcelona salen vuelos a Turín.