TANZANIA
EL SAFARI MÁS EMOCIONANTE
El safari por Ngorongoro, Serengeti, Tarangire, Manyara y el volcán Lengai constituye uno de los viajes más extraordinarios del planeta.
ElEl safari por los parques nacionales de Manyara, Tarangire, Ngorongoro, Serengeti y el volcán Lengai constituye uno de los viajes más extraordinarios del planeta. Un mosaico de paisajes que proporcionan momentos emocionantes y de gran belleza: el amanecer sobre la sabana, una escena de caza, una manada de elefantes en el camino...
Sobrevolando el norte tanzano antes antes de aterrizar en el aeropuerto de Moshi, surge el Kilimanjaro para desbordar el horizonte. Con sus 5895 m se yergue como un Hércules Hércules coronado de blanco. El volcán muestra sus tres cráteres, el Mawensi, Mawensi, el Shira y, sobre todo, el Kibo, a lomos de cuya cima, el pico Uhuru, aún se ven las nieves que inspiraron
a Hemingway su cuento Las nieves del Kilimanjaro (1936). Viene a mi memoria la leyenda del «esqueleto seco y helado» del leopardo que, como como el escritor relata, ascendió hasta aquellas alturas. Sueño con hallar sus restos entre los menguados glaciares antes de que desaparezcan desaparezcan por el cambio climático. O, en su defecto, ver la placa que narra su historia tocando las nubes en Leopard Leopard Point. Pero la ascensión –un trekking de entre 5 y 7 días– habrá de esperar al final del viaje.
La ciudad de Arusha es la primera primera etapa de todo safari por Tanzania. Tanzania. Desde la Torre del Reloj nos acercamos al mercado, una algarabía algarabía de voces, colores y tratos. Me
gusta el mercado de Arusha, como el de Karatu. Ambos son espléndidas espléndidas oportunidades para sumergirse en el mosaico etnolingüístico de esta esta tierra. En este rincón confluyen las herencias humanas que han conformado el África subsahariana continental: la nilótica de masáis o datogas, la cusita de iraqws o kahes, la bantú de sukumas o machames y la khoisan de hadzas o sandawes. Me comenta Joseph, avezado guía naturalista chaga, que siempre le ha hecho gracia la costumbre de los mzungu, los blancos, de llamar « safari » a ir a ver animales. En swahili, la lengua franca de más de 45 millones de personas de Tanzania Tanzania y países vecinos, el término significa significa simplemente «viaje».
Aparece en el diario de mi primer safari aquel día que vi leones a cobijo cobijo de un árbol kigelia, dos machos de espléndida melena oscura y varias varias leonas rodeadas de cachorros. La excitación fue tal que se me olvidó olvidó todo lo demás. En aquel viaje se resistió el leopardo, pero quizás esta vez tenga más suerte. Estamos en « la llanura sin fin » , Serengeti, donde la mirada se pierde entre los colores tenues de la sabana, entre mares de hierba, euforbias y acacias acacias silueteadas por el sol en llamas del atardecer. Serengeti resuena como el nombre de un mundo perdido perdido que encierra los secretos de un alma lejana e indómita que en muchos muchos lugares son solo un recuerdo. Aquí la vida y la muerte bullen en su expresión primigenia, sincera y dramática, dramática, sin tapujos.
Desde las vastas praderas del sur llegamos a las orillas del río Seronera. Seronera. Vemos gacelas de Grant y de Thomson olfateando la lluvia en el aire, manadas de elefantes rodeando el vehículo y guepardos apostados en las redondeadas lomas lomas graníticas de los kopjes. Los impalas miran con recelo las hienas, hienas, entretenidas en evitar que buitres buitres y chacales les roben un trozo de carroña. Las jirafas pasean su elegancia excéntrica mientras cebras cebras y búfalos pacen levantando la cabeza de cuando en cuando. Los damaliscos vigilan con las patas delanteras sobre viejos termiteros, y los desgarbados alcéfalos pasan frente a los grandes elanos, que los observan con indiferencia. Un serval se esconde furtivo mientras vemos pacer a los facoceros arrodillados arrodillados sobre la tierra y con el penacho penacho de la cola en alto.
Cuando el Seronera confluye con el río Otangi se forma la charca charca de Retina, donde decenas de hipopótamos hipopótamos se refugian del calor.
Seguimos las riberas del río Grumeti Grumeti por el Corredor Occidental. Se nos cruzan mangostas y babuinos, babuinos, avutardas, avestruces, secretarios secretarios a la caza de serpientes, cercopitecos, cercopitecos, águilas…
Por el norte entramos en el remoto remoto y accidentado territorio de Lobo Valley, donde miles de ñus se aprestan a cruzar el río Mara acechados acechados por los siempre pacientes cocodrilos. Va muriendo un nuevo día cuando el ocaso nos regala, por fin, el salto emboscado de un leopardo leopardo que como fantasma entre visillos cierra sus fauces sobre el cuello de un infeliz dik-dik.
Dejamos atrás Serengeti y atravesamos atravesamos la garganta de Olduvai. En esta parte de África vivimos un presente radical porque nos encontramos encontramos con nuestro pasado más remoto. Fue aquí donde Mary Nicol descubrió en 1956 el primer cráneo de Paranthropus boisei (1’75 millones de años). Veinte años más tarde sacó a la luz las huellas fósiles de tres Australopithecus afarensis (3’7 millones de años) en el cercano paraje de Laetoli. Ella y su marido, Louis Leakey, trabajaron a escasos metros de donde nos hallamos ahora ahora para trazar los pasos del desarrollo desarrollo de nuestra especie. Sigue siendo uno de los yacimientos paleoantropológicos paleoantropológicos más importantes del mundo, lo que se refleja en el centro de interpretación situado sobre un hipnótico paisaje semidesértico de pequeños cañones, colinas, cerros testigo y dunas errantes.
El tránsito desde el pasado se enriquece enriquece con los ritos de los masáis. Visitamos uno de sus boma ( poblado), poblado), donde nos reciben entre saltos y la cadencia de sus cantos rítmicos, monótonos y profundos, profundos, de un misticismo que pudiera hacernos entrar en trance. Pero la experiencia no sería completa sin llegar al lago Eyasi para conocer conocer a dos pueblos singulares: los datogas, pastores y excelentes herreros, y los hadzas, grupo bosquimano bosquimano que mantiene su estilo de vida cazador- recolector. Con los primeros compartimos forja para aprender a hacer puntas de flecha en sus rudimentarias fraguas. Con los segundos salimos de caza.
Pocas cosas hay tan conmovedoras conmovedoras como ver fundirse la luz en la caldera de Ngorongoro. El mundo desaparece y solo queda la existencia transformada en belleza belleza antigua y salvaje. El gran colapso colapso volcánico es un paraíso circular
de vida salvaje abierto al cielo. El bosque nuboso remata la cresta a más de 2000 m y se descuelga por el interior en un degradado vegetal que acaba en sabana. Todos los seres seres se dan cita, incluso los masáis, que abrevan sus rebaños en los humedales humedales del lago Magadi. Bueno, todos menos las jirafas, con patas demasiado largas para salvar las pendientes. Pero sí el quinto de los grandes, el rinoceronte negro, que podremos ver con algo de suerte.
El Área de Conservación de Ngorongoro Ngorongoro es más que el gran cráter. También son sus Tierras Altas, con picos como el Lolmalasin, volcanes volcanes como el Kerimasi, depresiones como la de Embulbul y más cráteres, cráteres, el Olmoti y su bonita cascada de Munge, y el Empakai, un capricho capricho cuyo lecho engarza una laguna del color de la tanzanita.
Los elefantes son inteligentes, muy entretenidos y siempre sorprenden. Los he visto sujetar la hierba con la trompa y segarla con la pata para comérsela limpia. Y hacer un agujero a medio metro de la orilla del río para filtrar el agua y no beberla turbia. Si hay un lugar para disfrutarlos es el parque de Tarangire. Aunque si algo define su paisaje son los baobabs, que surgen por doquier hermosos, colosales, extraños, generosos. Cuenta una leyenda que Ngai castigó su vanidad plantándolos del revés. Si su intención intención era humillarlos se equivocó, porque los hizo extravagantes, sí, pero mágicos y atractivos.
El río Tarangire es la única fuente de agua no estacional de toda la región, región, por lo que acude a ella la fauna más variopinta con especies poco comunes en la zona, como el órix, el kudú de Lesser o el licaón; y aves, una infinita variedad de aves. Sus trinos ponen música al amanecer
de una imagen que nunca querremos querremos olvidar, la fantástica panorámica panorámica sobre el río desde los escarpes de Lemiyon.
En el parque Manyara nos recibe un grupo de cuatro leonas y seis crías encaramadas a las ramas de una acacia. A mi derecha, el farallón farallón de la falla de Gregory parece un tsunami ciclópeo que se hubiera detenido al convertirse en roca. A mi izquierda se extiende el lago Manyara, Manyara, un reservorio de aguas someras sobre cuyas orillas se producen espejismos. Y en medio, un ecosistema ecosistema que combina bosque tupido, sabana, rocas volcánicas y zonas lacustres, una explosión de energía animal y vegetal donde saltan los colobos azules, los cálaos cariplateados cariplateados comen bayas y los leones descansan sobre los árboles.
La localidad más cercana a Manyara Manyara es Mto wa Mbu, el Pueblo de los Mosquitos. De aquí parte la pista al lago Natrón. Atravesamos el Valle del Rift acompañados por sus vertiginosos escarpes y viendo viendo correr un grupo de gerenucs o gacelas jirafa. La planicie se rompe por conos de toba y cráteres de explosión, explosión, como el intrigante Shimo la Mungu (el Agujero de Dios), presidido presidido en la lejanía por el piramidal y solemne cono del Oldoinyo Lengai. Lengai. Este volcán, la Montaña de Ngai, dios supremo de los masáis, se levanta 2960 m en el corazón del Rift tanzano como barbacana sagrada frente a las adversidades.
El Lengai es el único volcán en el mundo que expele lavas de natrocarbonatita, natrocarbonatita, lo que las hace fluidas como el agua, frías en comparación con las de otros cráteres pues no alcanzan los 600 ºC, negras como el ébano durante el día y blancas al contacto con el agua. Su presencia solitaria es imponente entre los farallones de las Tierras Altas y el lago Natrón; su ascensión dura unas 9 horas en total, tiene 1700 m de desnivel y se realiza de noche. El espectáculo del amanecer desde el borde del cráter es inolvidable.
Caminamos hacia la orilla del lago lago Natron para delimitar los perfiles perfiles de la gran mancha rosa que flota sobre la superficie. Son flamencos flamencos enanos. Descansan sobre una pata o caminan con parsimonia parsimonia mientras filtran con su pico las espirulinas de las que se alimentan, unas cianobacterias que habitan en aguas de una alcalinidad peligrosamente peligrosamente alta. Cerca se halla el río Saitoti, Saitoti, en cuyo cañón nos adentramos
a pie vadeando corrientes y saltando saltando entre rocas de basalto hasta llegar llegar a la cascada de Ngare Sero, que recompensa con un fabuloso baño.
«El Meru, volcán dormido, recorta recorta el firmamento con su filo aserrado. A sus pies ceniza, selva, selva, agua, y latidos entre las sombras». sombras». El diario de mi primer safari safari por Tanzania describe el mismo paisaje que veo ahora. Estoy en el Parque Nacional de Arusha, última última etapa de este viaje. Recuerdo la sorpresa al ver colobos guereza por vez primera, camuflados entre las copas de los árboles que rodean el cráter de Ngurdoto, con su rostro blanquinegro y su exuberante cola alba a modo de plumero. El bosque húmedo de montaña les ofrece un hábitat ideal, al igual que a los antílopes antílopes jeroglífico, los turacos o los duíkeros. No hay leones por lo que se puede descubrir el parque a pie. Caminamos entre jirafas y bisontes, bisontes, cebras y facoceros, y nos acercamos acercamos hasta las aguas de los lagos Momella, que acogen miríadas de flamencos enanos y comunes.
Nos adentramos en el bosque hasta que, en un recodo, aparece la esbelta cascada que se despeña desde Tululusia Hill. Llegamos a Fig Tree Arch, dos higueras estranguladoras estranguladoras cuyos troncos se abrazan de manera que forman un gran arco por donde podría incluso incluso pasar un elefante. Comenzamos un ascenso pronunciado. Más allá de los 2600 m domina el paisaje volcánico con coladas de lava y un cono de cenizas en el interior del cráter desgarrado. Hemos llegado al final. Sentados frente al horizonte horizonte del nordeste, nos sobrecoge la inmensidad del Kilimanjaro. Miro con codicia su pináculo truncado, metáfora de un continente negro en el que todavía palpita el corazón corazón de una naturaleza que se niega a doblegarse. Pero esta vez no va a poder ser. El «esqueleto seco y helado helado » del leopardo tendrá que esperar esperar un poco más. Hasta el próximo próximo safari tanzano. ❚