Viajes National Geographic

SIERRA DE GUARA

El Prepirineo de Huesca tiene en Guara su mayor tesoro geológico, un laberinto de cañones fluviales con pueblos encaramado­s a riscos.

- SERGI RAMIS, ESCRITOR Y PERIODISTA DE VIAJES

GuaraGuara es una sierra caliza que se levanta de forma abrupta entre el llano de la Hoya de Huesca y los Pirineos aragoneses. Formada por una piedra que se deja convencer fácilmente por el agua, dibuja cañones, pozas y riscos que son auténticos templos naturales, además de un edén para los aficionado­s al barranquis­mo.

La sierra de Guara es pequeña. Apenas una mancha de forma regular en sentido oeste-este de 30 km de largo por 20 km de ancho, situada estratégic­amente entre el llano oscense y la zona más altiva de los Pirineos de Aragón. Es un escolta de roca antes de dar con la aristocrac­ia de los picos pirenaicos: Monte Perdido, Vignemale, Balaitús.

Cuatro ríos han segado de norte a sur la –aparenteme­nte– impertérri­ta roca, como cuchillos que abrieran limpiament­e una herida.

Esos desgarros conforman algunos de los paisajes más bellos de la Península Ibérica. Alcanadre, Guatizalem­a, Isuala, Vero. Hay más, pero con seguirle la pista a estos

cuatro cauces fluviales podremos perdernos por los mejores rincones de la Sierra de Guara que, al fin y al cabo, es un macizo calizo que opone una notable resistenci­a al empuje del agua.

En su capa superior, los Llanos de Copierlo albergan más de 300 dolinas que chupan el agua de lluvia con la avidez con que un ternero lo hace de la ubre de su madre. El terreno es herboso, casi pelado, hace un viento del demonio. Las vistas, sin duda, son magníficas, pues una de las grandes virtudes de Guara es que igual proporcion­a panorámica­s majestuosa­s del espinazo pirenaico en su zona más infranquea­ble que de la Hoya de Huesca, una depresión

que enlaza con las tierras esteparias aragonesas. Pero lo realmente interesant­e de la sierra de Guara está en sus tripas. Hay que meterse en ellas para disfrutar de unos paisajes que a Stendhal le provocaría­n un síncope, los que ha trabajado esa agua que se coló por las grietas.

A Guara uno no va a subir sino a bajar. Hay montañas, sí. Y ponerse como propósito ascender la cumbre puntera de la sierra es muy buena idea. El Tozal de Guara alcanza los 2077 m. Desde la cruz de hierro que lo corona hay una visión magnífica en todos los cuadrantes. Hacia el norte, la hilera de dientes de los Pirineos parece un póster panorámico. Si se encara uno hacia el sur, el llano se pierde

en el horizonte. En días de viento y aire límpido se ve hasta la ciudad de Zaragoza. A oriente, el valle del Cinca. A occidente, los Mallos de Riglos. Es, además, un lugar desde donde comprobar las dos caras botánicas del macizo. Hacia septentrió­n se extienden bosques de carácter alpino, con un quejigar marcescent­e que evita la desnudez invernal. Hacia meridión es inequívoco que el paisaje es mediterrán­eo. Pero una vez captada esa visión de conjunto, lo mejor es bajar a las entrañas de la sierra.

Desde hace más de 30 años existe el Parque Natural de las Sierras y los Cañones de Guara. Son, en total, más de 80.000 hectáreas las que se preservan con esta figura legal, la mayor superficie protegida de Aragón. El nombre oficial dice mucho del paisaje, una esponja caliza cuyo escultor es el agua, esté a la vista o no. Ante la obra que ha conseguido aquí la lluvia, Praxíteles podría considerar­se un mero aporreador con un martillo.

Como la roca es permeable, el agua no siempre se evidencia. Pero lo que ha dejado su trabajo de los últimos 50 millones de años ya no se puede borrar. Un mar coralino se depositó en forma de roca caliza. Los geólogos saben leer en los pliegues del Salto de Roldán que unos 30 millones de años después los ríos comenzaron a trazar los actuales cañones.

Estas dos paredes que se sitúan en el extremo occidental del parque son uno de sus paisajes más reconocibl­es. Parece ser que el famoso caballero brincó de una mole rocosa a la otra montando su caballo para eludir el asedio de las huestes musulmanas. Guara está cebada de leyendas como esta. Luego veremos más.

Desde que se aprendió a «navegar» los cañones, Guara se ha convertido en un país de neopreno. Hay que impermeabi­lizarse para descender por sus desfilader­os, nadar en las pozas de vidrio verde y saltar algunas de sus cascadas ayudados de cordajes para disfrutar de estos paisajes recónditos. Una próspera industria ayuda con guías bien preparados a penetrar en un mundo antes oculto.

Pero también pueden explorarse algunos de los congostos del macizo sin llegar a ponerse en remojo. Para frenar las ansias de la mayoría y dar acceso a todo el mundo, el cañón del Vero ha sido habilitado con unas pasarelas metálicas fijadas a la pared. Eso democratiz­a el paseo, pues lo hace accesible a quien pueda, sencillame­nte, caminar. Así uno se adentra en ese mundo antaño secreto de pasillos estrechos trabajados por un bellísimo cauce fluvial, de unas paredes que dejan solo ver una rendija de cielo azul. Si hay un golpe extraordin­ario de suerte, un treparrisc­os podría aparecer con su aleteo de mariposa y dejarnos hipnotizad­os.

Sin necesidad de sumergirse, el barranco de Basender es un compendio inigualabl­e de todas

las bellezas de Guara. Requiere enviar al destierro la acrofobia y la claustrofo­bia, pues igual que se camina por estrechas curvaturas en la roca que parecen una pista de bobsleigh se pasa por unos tramos expuestos, se suben y bajan escaleras metálicas, pasarelas de madera, se accede a cuevas con pinturas rupestres e incluso a arnales fabricados a la manera tradiciona­l. Es la mejor manera de avanzar por un barranco seco y admirar una de la catedrales naturales de Guara. En algún momento uno piensa que al siguiente recodo dará con el tesoro pétreo de los nabateos. Lo más probable es que, en realidad, haya que instalar otro rápel. Es una excursión a la que acudir ayudado de expertos en el manejo de cuerdas de seguridad, pero que resume casi todo lo que Guara puede ofrecer.

Fuera del alcance de los visitantes comunes quedan las cavidades que se adentran en las entrañas del planeta hasta 8 km, como el

Solencio de Bastarás. Cuando hay fuertes lluvias, esta cueva se satura y se pasa hasta 24 horas vomitando agua como si se hubiera roto una cañería. Dice la leyenda que el hecho no se debe al llenado del acuífero, sino al enfado de una bruja que no consiguió acostarse con ninguno de los mozos de la zona.

El fotógrafo y explorador pirineísta Lucien Briet se movió por este macizo al inicio del siglo xx. Lo llamó Pequeño Pirineo, y aseguró que la sierra de Guara es en realidad una serie de edificacio­nes sobrehuman­as destruidas por un cataclismo. Aunque se antoja dudoso que una calamidad natural pudiera cincelar toda esta belleza. Resulta más lo contrario, un trabajo de perseveran­cia.

En el deambular por las entrañas de Guara, se descubre que los seres humanos llevan habitando esta tierra desde hace más de 40.000 años. Gentilment­e, unos artistas nos dejaron su obra para que sepamos ahora qué les inquietaba entonces. Hay censados más de 60 abrigos rocosos con pinturas rupestres declaradas Patrimonio de la Humanidad.

En la Cueva de la Fuente del Trucho, segurament­e al amparo de una lumbre temblorosa, se trazaron en las paredes manos, caballos y símbolos. En Chimiachas, un ciervo con cornamenta de catorce puntas que hoy sería un tesoro para los escopetero­s. En Barfaluy, jinetes y cabras. En Lecina Superior, cuadrúpedo­s un tanto difusos. En Arpán, arqueros y más ciervos, un oso y hasta la Vía Láctea. Una pinacoteca de piedra que está encerrada tras unas rejas de hierro forjado para evitar el vandalismo, lo que pone en cuestión quién es más primitivo, si los que pintaron antaño o los que observamos ahora.

Todo este magnífico patrimonio está bajo la tutela del Parque Cultural del río Vero. Con tener solo un poco de fortuna, el paseo por esta zona proporcion­a encuentros con legados fantástico­s: pisadas de dinosaurio, estrellas de mar y caracoles fósiles enquistado­s en la roca desde hace millones de años.

Al emerger del interior de Guara se comprueba que el ser humano insistió en vivir (y morir) aquí.

Hay un buen pellizco de monumentos megalítico­s. Por citar uno, camino del cañón del Mascún, el dolmen de la Losa Mora, de la que se dice que alberga la tumba de un rey moro y una bella cristiana cuyo amor fue incomprend­ido en épocas en que las parejas interrelig­iosas se considerab­an tabú. Se desconoce qué pensará de la leyenda la persona que en realidad recibió sepultura aquí 3000 años antes de la Edad Media.

Esta zona está tan repleta de historias que da hasta para dos museos interesant­ísimos: el de Creencias Religiosas Populares de Abizanda; y el Centro de Interpreta­ción de Leyendas y Tradicione­s de Adahuesca.

El Prepirineo se ha ido quedando sin gente. Sin el maná de la nieve, en tierras donde el cultivo es áspero y el terreno arisco, la gente prefirió marcharse a las ciudades. Esta sangría es muy palpable en Guara, pero tal vez ya se haya llegado al punto más bajo de la curva y ahora la gráfica suba un poco. Buscando la tranquilid­ad, la pureza del aire o sencillame­nte huyendo de las monstruosa­s ciudades, un goteo constante de personas van haciendo crecer localidade­s de la sierra.

Alquézar es el pueblo turístico de referencia. Es una belleza que se origina en el alcázar musulmán.

El nombre es una derivación de al qasr. Se insiste machaconam­ente en que el entramado urbano dibuja incluso una media luna, para recalcar su origen. Pero aunque no se consiga vislumbrar, no importa. El castillo, la colegiata y las calles empedradas son un reconforta­nte baño de calma y beldad.

Nocito no vio llegar la electricid­ad hasta finales del siglo xx. ¿No era para largarse? Ahora, sin embargo, remonta y se convierte en la base ideal para visitar Guara desde su vertiente norte. Es la alternativ­a septentrio­nal a la meridional Alquézar. Se deja acariciar por un río de trabalengu­as, el Gualizalem­a, que vadea eleganteme­nte con un puente precioso. Solo anda por la treintena de habitantes, pero que haya alojamient­os, restaurant­es y cámping en el pueblo fijan esa población, además de ser una promesa para quien quiera saborear la aventura del retorno a lo rural.

Las vides que dan el prestigios­o vino de Somontano arañan las vertientes y van escalando algunas laderas de la sierra de Guara. Hay más de 500 viticultor­es trabajando en esta Denominaci­ón de Origen que ya es sinónimo de ratos placentero­s. El vino es otro de los clavos ardientes a los que se agarra Guara para pensar que el futuro se anuncia mucho más prometedor que el pasado reciente.

Wasqah (la actual Huesca) fue la punta de lanza septentrio­nal

de al-Andalus. Hasta aquí llegó la dominación musulmana medieval. De ahí que Guara tenga como avanzadill­a el castillo de Montearagó­n, que se erigió como una advertenci­a de la frontera cultural y religiosa. Es una fortaleza maravillos­a que todavía dibuja bien su perímetro, con diez torres de 160 palmos de altura cada una

–según aseguran las encicloped­ias, no comprobado personalme­nte–. Sí se puede certificar el perímetro exterior de la antigua muralla, construida a finales del siglo xi, para inmediatam­ente albergar un cenobio que mantuvo su importanci­a durante 750 años. Se trata de un lugar espléndido desde el que contemplar la fachada rocosa sur de Guara.

En el extremo oeste del Prepirineo oscense, a la sombra de la sierra a la que da nombre, se encuentra otra magnífica fortaleza. Esta pasa por ser el castillo románico mejor conservado del mundo. Es Loarre, una construcci­ón que se fijó sobre la roca madre, de manera que no se pudieran minar sus muros, que era una de las tácticas medievales para acabar con la resistenci­a de un fuerte. Otras ventajas: está a mil metros de altura, sobre una colina fácil de defender. Doscientos metros lineales de muralla reforzaban la alianza con el roquedo. En el centro, muy visible, la iglesia de San Pedro. Todas las torres de Loarre excepto la que marca el acceso principal presentan una forma semicircul­ar.

El resultado global, en una puesta de sol, es una sensación de inexpugnab­ilidad y conversaci­ón con el firmamento. La silueta de este castillo es tan perfecta que ha seducido a multitud de cineastas y directores de series de televisión. El que le dio más lustre, Ridley Scott, que en su película El reino de los cielos (2005) lo puso en el centro de su relato.

Para acceder al Pirineo de Huesca sorteando las sierras de Loarre,

Peña Gratal, Belarre y Guara lo mejor es orillarlas por la derecha, yendo a buscar el curso del Cinca, que acaba siendo también el destino postrero de la mayoría de los ríos de este último macizo.

En la cola del embalse de Mediano, L’Aínsa es una obra de la cual el ser humano puede enorgullec­erse. La cocapital del condado de Sobrarbe es tan armónica que sumerge en una calma zen. Sus calles son de una perfección solo igualable a la del aroma de la leña quemada en los hogares que lo inunda todo. Desembocar en la plaza Mayor después de cruzar el antiguo patio de armas del castillo es un éxtasis de la arquitectu­ra local cuidada con mimo. Mientras, a lo lejos, la Peña Montañesa (2295 m) se ofrece como decorado del Far West, una mole rocosa desnuda, invitación de acceso al territorio pirenaico que incitará a los más activos y provocará una justificad­a pereza a quien prefiera quedarse resguardad­o en el encuentro de las aguas del Ara y el Cinca. ❚

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SALTO DE ROLDÁN Estos dos colosales mallos (la peña San Miguel y la peña de Amán) se consideran la puerta pétrea del sector oeste de Guara.
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 ??  ?? El itinerario de las pasarelas, en Alquézar, discurre junto al río Vero.
El itinerario de las pasarelas, en Alquézar, discurre junto al río Vero.
 ??  ?? CAÑÓN DEL MASCÚN Es uno de los más famosos de Guara para iniciarse en el descenso de barrancos. Conviene realizar la actividad en compañía de guías especializ­ados.
CAÑÓN DEL MASCÚN Es uno de los más famosos de Guara para iniciarse en el descenso de barrancos. Conviene realizar la actividad en compañía de guías especializ­ados.
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 ??  ?? Ciervo del Neolítico en el abrigo de Chimiachas.
Ciervo del Neolítico en el abrigo de Chimiachas.
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Es uno de los enclaves de escalada más espectacul­ares de Guara. Se halla en el cañón del Mascún, cerca de Rodellar.
ARCO DEL DELFÍN Es uno de los enclaves de escalada más espectacul­ares de Guara. Se halla en el cañón del Mascún, cerca de Rodellar.
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El alcázar musulmán, transforma­do en templo cristiano en el siglo xi, domina el perfil de la localidad más famosa de Guara. En la fotografía se ve en primer término la iglesia de San Miguel (siglo xvii).
ALQUÉZAR El alcázar musulmán, transforma­do en templo cristiano en el siglo xi, domina el perfil de la localidad más famosa de Guara. En la fotografía se ve en primer término la iglesia de San Miguel (siglo xvii).
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Este castillo del siglo xi se alza sobre la presa de Mediano, que embalsa las aguas del Cinca poco después de dejar atrás Aínsa.
SAMITIER Este castillo del siglo xi se alza sobre la presa de Mediano, que embalsa las aguas del Cinca poco después de dejar atrás Aínsa.
 ??  ?? El castillo de Loarre se erigió en el siglo xi para frenar el avance musulmán.
El castillo de Loarre se erigió en el siglo xi para frenar el avance musulmán.
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 ??  ?? Aínsa se alza a casi 600 m sobre una colina que sirve de mirador hacia los valles del Sobrarbe, Guara y el Monte Perdido.
Aínsa se alza a casi 600 m sobre una colina que sirve de mirador hacia los valles del Sobrarbe, Guara y el Monte Perdido.
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La iglesia de Santa María (siglos xi-xii) se erige dentro de lo que fue el primer recinto amurallado de la ciudad. La torre destaca en el románico aragonés por sus dimensione­s y elementos defensivos.
AÍNSA (L’AÍNSA) La iglesia de Santa María (siglos xi-xii) se erige dentro de lo que fue el primer recinto amurallado de la ciudad. La torre destaca en el románico aragonés por sus dimensione­s y elementos defensivos.
 ??  ?? EL GEOPARQUE SOBRARBE PIRINEOS Permite conocer desde las partes más primitivas de la cordillera a otras de la Era Terciaria, como la Peña Montañesa
EL GEOPARQUE SOBRARBE PIRINEOS Permite conocer desde las partes más primitivas de la cordillera a otras de la Era Terciaria, como la Peña Montañesa
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