«No hago esto para nada a nadie. Es lo que yo quiero hacer»
on la crisis de los cuarenta, uno puede sorprenderse desempolvando viejos discos de la adolescencia, haciendo sexting con alguien veinte años más joven o contratando un seguro de vida. Al filo de traspasar esa frontera, Olivier Theyskens (Bruselas, 1977) se dio un ultimátum profesional: «Quería relanzar mi firma desde hacía tiempo, y quería que ocurriese antes de los cuarenta. Me decía: ‘Venga, tío, ¡tiene que ser ya!’», cuenta entre carcajadas, en una soleada mañana de otoño en París. Niño prodigio de la moda, viendo a este tipo de maneras dulces y risa contagiosa –y cuya melena ha permanecido impertérrita desde los 90–, es difícil caer en la cuenta de que han pasado casi dos décadas desde que su nombre saltara a la palestra por cortesía de Madonna, que escogió el diseño de un desconocido creador de 21 años para acudir en 1998 a los Oscar.
ANTES Y DESPUÉS DE INTERNET En todo este tiempo, Theyskens ha paseado su talento por Rochas (2002-2006), Nina Ricci (2006-2009) y Theory (2010-2014), las tres casas para las que sirvió como director creativo en poco más de diez años, dando lugar a una carrera trepidante e insólita. Pero la industria, tan acostumbrada al diptongo de su nombre como a los hiatos de su carrera, se sorprendió (una vez más) el pasado julio cuando el belga anunció que, tras un tiempo de retiro voluntario, regresaba para despertar esa marca homónima que apenas había existido al principio de su trayectoria. «Siempre fui muy sincero con las casas con las que trabajaba, y les decía: ‘Hago esto, pero también quiero tener mi propia firma, y quizás pueda funcionar mientras estamos juntos’. Pero el tiempo vuela, y yo lo posponía y lo posponía. La gente que me conoce bien sabía que quería hacerlo, pero nunca sabes cuánto tiempo te va a llevar, y tampoco quieres que la gente crea que está pasando hasta que está pasando. Así que fui discreto». Lejos de la fanfarria de aquellos desfiles que parecen concebidos para sumar likes en Instagram, su exclusiva presentación, el 27 de septiembre en la fashion week de París, contó con apenas 80 invitados. «El espacio era pequeño, así que fue una cuestión práctica, pero también creí que era lo apropiado. No siento que esté haciendo esto para demostrarle a nadie lo que puedo hacer, sino que es realmente lo que yo quiero. Además, mantuve el lugar toda la semana para que aquellos que no pudieran venir al show, pasaran a verme y a que les enseñara la colección. Cuando inicias algo es importante estar ahí, decir hola, discutir, mostrar los detalles, recuperar algo de humanidad y conectar con la gente. Era lo adecuado». Para comenzar esta aventura –que incluye el ABC de su estética, y funciona a la vez como un nuevo comienzo y como resumen de su estética–, Olivier cambió Nueva York por París. «Es como esa frase de Diana Vreeland que decía que vivir en Londres era genial porque estaba cerca de París –dice riendo–. Ahora yo vivo en París porque estoy cerca de Italia. Siempre he tenido claro que cuando desarrollara este proyecto, trabajaría con manufacturas italianas».
Desde aquellos maravillosos 90 hoy reivindicados con un poco de nostalgia y otro de perspectiva histórica, la industria ha cambiado tanto que casi parece otra. «El ambiente era drásticamente diferente porque no había móviles, ni Internet. ¡Hacíamos polaroids! Cuando lo pienso ahora, me parece una locura. Las condiciones de trabajo eran otras, y eso hará esa época distinta para siempre». Por entonces, incluso los diseñadores fichaban por una firma y parecía que iban a estar... «eternamente –interrumpe él, terminando la frase–. Pensaba justo en esto el otro día. Cuando empecé en Rochas creía que iba a estar como Karl en Chanel... hasta ser mayor. Porque esa era nuestra cultura. Quería hacer algo desde el estómago. Ahora tengo la sensación de que cualquiera puede crear cualquier cosa, porque se hace durante dos o tres años y listo. Y no creo que sea bueno, porque mata un poco el sueño. Es bonito cuando comienzas algo y ves cómo se convierte en ‘algo’, y ahora los clientes no se embarcan en ese viaje». La última vuelta de tuerca de una industria dispuesta a agotarse y reinventarse cada vez a mayor velocidad es el ‘see now, buy now’, un modelo de negocio que apuesta por presentar las prendas y ponerlas a la venta al instante, y no con el desfase de seis meses que impera en el prêt-àporter tal y como lo conocíamos. «No sé si es algo que pueda funcionar para una empresa pequeña –reflexiona–. He trabajado en una compañía grande, y las predicciones de ventas son fáciles si gestionas el negocio desde hace años y tienes tus propias tiendas. Así que entiendo la estrategia y por qué lo hacen, y creo que es bueno para ellos. Pero no sé si tiene mucho atractivo