Eran el espejo de un alma curiosa y de una mujer inteligente»
Franca Sozzani nació en el corazón de Lombardía 66 años atrás. Su padre era ingeniero industrial y no vio con buenos ojos las ambiciones de su hija por matricularse en la carrera de físicas. En su lugar estudió filosofía y literatura en la Universidad de Milán y se casó joven, aunque, como más tarde confesaría, «el amor es uno de los pocos triunfos de la vida que se me han resistido». Se divorció a los tres meses de contraer matrimonio, de hecho ocurrió nada más llegar del viaje de novios, lo que provocó que Franca se desplazara a la India para encontrarse a sí misma. «Pensé que había llegado el momento de hacer algo bueno con mi vida», diría. Cuando volvió de aquella odisea –que también la llevó a sumergirse en el Swinging London de los 60–, encontró trabajo en Vogue Bambini («como asistente de la asistente de la asistente», confesaba). Después, ya en la década de los 80, fue la editora de éxito de las revistas Lei y Per Lui y comenzó a trabajar con una nómina de fotógrafos que se han convertido en los mejores del mundo: Mario Testino, Paolo Roversi, Herb Ritts, Peter Lindbergh, Bruce Weber o Steven Meisel. Lo que confirma su fantástico olfato para detectar el talento.
En 1988 comenzó su andadura como directora de Vogue Italia –justo en el mismo año en el que Anna Wintour lo fue de Vogue USA–. En la portada sólo aparecía un titular: Il nuovo stile, acompañando una foto color sepia en la que aparecía la modelo Robyn MacKintosh con una camisa de Gianfranco Ferré, fotografiada por Steven Meisel. Sólo le bastó ese número para demostrar que ella seguiría sus propias reglas del juego. «Nunca olvidaré ese primer ejemplar. Cambió las revistas de moda para siempre. Se hablaba un nuevo lenguaje en el que la moda y el arte iban unidos. Desde ese momento, Vogue Italia ha