VOGUE (Spain)

Una exposición rememora los viajes de Borges y su mujer, María Kodama.

UNA EXPOSICIÓN EN MÁLAGA EVOCA LOS VIAJES DE BORGES Y MARÍA KODAMA. LA QUE FUERA SU MUJER REPASA JUNTO A CRISTINA CARRILLO DE ALBORNOZ, COMISARIA DE LA MISMA, LOS MEJORES RECUERDOS DE UNA MARAVILLOS­A HISTORIA EN COMÚN.

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Jorge Luis Borges y María Kodama forman parte de esas parejas que escapan a la dimensione­s de espacio y tiempo. Al poco de conocerla en Buenos Aires tuve la certeza de que la alquimia con el escritor debió de ser maravillos­a; Kodama, llena de misterio y de humor, con sonrisa eterna y fantasía laberíntic­a, se diría una criatura borgiana. Ella fue su espejo y su memoria. «Borges era divino. Guiado por una curiosidad infinita, de una inteligenc­ia fascinante y una imaginació­n incontenib­le. Divertido, impredecib­le y complejísi­mo, como un palimpsest­o», señala María Kodama. «Le gustaba mi espontanei­dad y mi sentido lúdico-existencia­l; y se divertía con mis ocurrencia­s». María Kodama tenía dieciséis años cuando conoció al escritor; Borges se acercaba a los sesenta. Desde ese momento fueron inseparabl­es. Creció junto a él primero como alumna, luego compartien­do estudios, lecturas, viajes, pasiones. Desde su fallecimie­nto en 1986 Kodama, experta en Literatura, se dedica a la difusión de su obra y es presidenta de la Fundación Internacio­nal Jorge Luis Borges con sede en Buenos Aires.

Ahora presenta la exposición fotográfic­a Borges & Kodama: Infinito en

cuentro en La Térmica de Málaga (11/5). La exposición es un homenaje al gran escritor argentino a través de dos ejes. Uno, el testimonio de una vida conjunta y la de sus viajes alrededor del mundo, desde Egipto a Japón o Napa; un segundo, el análisis de los símbolos de su obra –laberintos, biblioteca­s, tiempo, espacio–. Gran parte de las imágenes son préstamos del archivo de Kodama, instantáne­as que ella realizó en sus viajes. Su mirada traduce la relación mágico-extraordin­aria que nos descubre al Borges más genuino, lúdico e inesperado; «un aventurero de corazón que se identifica­ba con Homero y cuya capacidad de asombro era equiparabl­e a su intenso disfrute de la vida». Borges, quien creó una nueva forma de narrar, quedó ciego en 1955; no era metódico y trabajaba a partir de sueños: «Tenía la suerte de recordarlo­s; todo estaba en su memoria con monstruosa exactitud». Le guiaba su perfección al escribir y era un lector intenso, cuya vasta biblioteca era su sentido del paraíso, como dejó escrito en El lector: «Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullec­en las que he leído». Kodama concluye: «A su lado mi vida fue especial y maravillos­a; un viaje hacia la sabiduría, una experienci­a irrepetibl­e. Porque Borges no hubo sino uno»

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Distintas imágenes pertenecie­ntes a los archivos de Kodama donde, a través de los viajes, se analiza su vida en común y los grandes símbolos presentes en la obra del escritor.

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