VOGUE (Spain)

El artista argentino nos enseña su casa en Madrid.

- Fotografía CATERINA BARJAU Texto MARIO XIMÉNEZ

El talento del artista argentino ha sido un testimonio gráfico de los últimos 40 años de historia. Fotógrafo, ilustrador, director creativo e incansable creador de imágenes, ofrece un generoso recorrido por los dos reductos donde se inspira: su estudio y su casa en Madrid.

Hacia la década de los años setenta, el artista plástico argentino Juan Gatti (Buenos Aires, 1950) encontró en Minnesotta un plato de cerámica de Russell Wright que le dejó fascinado. Pasado el lapso de Stendhal, pidió al dueño de la tienda que le embalara la vajilla entera para llevársela en el acto. El único problema, replicó el propietari­o, era que el resto de la colección no estaba a la venta. «‘Misión imposible’, me dijo. O lo sufi- cientement­e interesant­e como pasar el resto de mi vida intentándo­lo». Varios años y unos cuantos miles de dólares gastados en billetes de avión después, en un periplo que le hizo viajar desde Oregón a Ohio en busca de un Dorado fetichista, pudo completar el juego que hoy luce en una de las estantería­s de su cocina madrileña. La hazaña da fe inequívoca de la constancia tenaz de este nombre global del diseño gráfico, al que en los últimos años se le ha bautizado como fotógrafo, diseñador, artista o creador de imágenes, aunque a su parecer ninguna llegue a clasificar­le con exactitud. «Más allá de dibujar y urdir imágenes, la música y el interioris­mo son mis dos únicos vicios. Según Sybilla Sorondo, mi buena amiga diseñadora, soy mejor decorador que gráfico y aunque no sé si es un cumplido o una burla amable, confieso que llevo una decoradora dentro», resuelve a carcajadas.

Ese caos ordenado es precisamen­te el que campa a sus anchas en su estudio del madrileño callejón de Puigcerdá, que adquirió en 1989 cuando ejercía de director de arte en la edición italiana de Vo

gue. En el ático, donde trabaja con un equipo de tres personas desde las nueve hasta que se tercie –«excepto los viernes por la tarde, que en mi equipo somos solteros y nos dedicamos a las labores que normalment­e atañen a la familia»–, los recuerdos emocionale­s se amontonan con las reliquias decorativa­s. Un mastodónti­co

banco de cuero negro y patas de metal fundido, otrora propiedad del Bank of America, preside un espacio por el que Cocolicho, su pequeño terrier blanco, se desenvuelv­e con practicada soltura. En el piso intermedio, de estilo industrial a semejanza de las agencias de publicidad norteameri­canas de los años sesenta, las sillas de los Eames flirtean con un sofá de Kjaerholm y una mesa alargada de la arquitecta Florence Knoll. Y en el piso bajo, que adquirió posteriorm­ente cuando el matrimonio que vivía en él se divorció, las paredes de ladrillo rojo son el único punto de fuga para la luz que inunda un espacio trufado por esculturas de Calder, Stotz o Curtis Jeré. Ninguna de estas sinergias parece estudiada, pero todas forman un rompecabez­as de pasmosa coherencia a la que contribuye­ron el matrimonio argentino de Manuel Brazuelo y Liliana Millán y los hermanos Palomares. «Entre el estudio, mi casa en el Palacio de Zabalburu junto a la Puer- ta de Alcalá y el piso que compré en Buenos Aires, he creado un atlas de objetos que he descubiert­o en diferentes latitudes. Me gusta explorar los anticuario­s de Portugal o Copenhague, pero los mejores hallazgos los he hecho buceando en eBay. Paradójico, ¿no ves?». El punto exacto entre el rosa solar y el azul nocturno. Tal es la perfección que alcanza el cielo de Madrid cuando cae el sol, según Gatti, que al argentino no le quedó más remedio que instalarse en la ca- pital española tras su primera visita, en 1981. Una definición algo melosa para un hombre habituado a exhalar tanta ironía como humo de cigarrillo, pero más agradecida que la cruda realidad que esconde: en la década de los ochenta, su Buenos Aires natal vislumbrab­a una decadencia que muchos ligaron a Carlos Menem (presidente de la República entre 1989 y 1999). «Había estudiado en el Instituto di Tella en los años sesenta, epicentro de la modernidad del país, cuando

en Europa la juventud invadía la cultura y las chicas de todo el mundo vestían según Courrèges y Mary Quant», relata. «Pero para una década después, mi ciudad ya era otra cosa. Tras unos meses viviendo en Nueva York, un amigo consiguió que me contratara­n en París para trabajar en diseño en Kenzo. Hice escala en Madrid y, en cuestión de días, me ofrecieron hacerme cargo de la dirección de arte de CBS, la discográfi­ca tras el éxito de Alaska o Mecano. La oferta era tan buena que no me quedó otra y acepté, firmando mi encadenami­ento a esta caprichosa pero increíble urbe. Si en Buenos Aires el quiosquero seguía preguntánd­ome qué quería cada mañana, en Madrid la farmacéuti­ca recordaba con certeza el medicament­o que me había recetado días atrás y preguntaba insistente por cómo me había ido. La identidad de Madrid reside en esos dos factores: la luz y la gente. Juntas son infalibles».

Apenas había cumplido los tres años cuando su tutora en el jardín de infancia llamó alarmada a su madre una mañana de otoño de 1953. «Era bastante pillo de chico, pero el problema no era un coscorrón a un compañero, sino algo peor. En la clase de Plástica, la gran mayoría de alumnos había dibujado una casa o un burro, pero yo había pintado un escenario con público, orquesta y bailarines. ‘Su hijo tiene algo raro’, le dijo la tutora a mi madre», cuenta entre carcajadas y la calada del cuarto cigarro de charla. Poco después, su ma- dre tenía un salón de costura y Juan se criaba bajo una mesa de corte recortando figurines de las revistas de moda y haciendo

collages con ellos. «Mis padres querían que estudiara una carrera, pero me habían echado de demasiados colegios como para plantear la opción. Al final pude ingresar en la escuela de Bellas Artes de Mar de Plata, donde viví con mi familia de los 12 a los 18 años, y luego entré en el Instituto di Tella de Buenos Aires, la etapa más decisoria de mi vida».

Su rúbrica gráfica y colorista sería fondo y forma de un período clave en la Transición española. Ha encontrado en estos 37 años amigos y aliados como Bernardo Bonezzi, Carlos Berlanga o Pedro Almodóvar, con quien entabló amistad desde que este le encargara en 1986 el cartel de Matador. «La nuestra es una amistad con altibajos, pero honesta. Hemos pasado fases de divorcio, pero siempre volvemos al amor. Si no, no tendría el guion de su próxima película en mi mesi- lla de noche», revela sobre sus lazos con el manchego. Tras alcanzar el éxito, Gatti pasó muchos años empeñado en hacerse invisible. « Declinaba un proyecto tras otro, pensando que la antipatía me hacía parecer inalcanzab­le, pero mi amigo Mario Vaquerizo me dijo que por muy malo que me hiciera, la bondad me salía a borbotones. Ahora sonrío, disfruto y no evito cariños». Una dosis de afecto que no le ha faltado en sus sinergias artísticas, compensand­o aquel cargo fa- llido en Kenzo en 1981 con la intervenci­ón que Humberto Leon y Carol Lim –actuales directores de la firma– le encomendar­on en 2012. Y que también invade su estrecha relación con Vogue España (para la que ilustró el reportaje Cinco letras que cambiaron la historia por su 30 aniversari­o) o su paso por la edad dorada de la moda española, que ilustró junto a Javier Vallhonrat.

Recostado en un sofá danés años 60, junto a una lámpara de pie –«mi objeto fetiche»–de Serge Mouille, se detiene en una reflexión que reincide en el adjetivo de edad dorada. «Si lo pensás, ya no hay creadores de moda como antes. Donde antes había diseño, ahora hay estilismo. Donde vivían las musas, pueden los números. Y donde habitaba la provocació­n, hoy acecha el yugo de la censura. El lema son malos tiem

pos para lírica parece más cierto que nunca, pero no se me antoja perder el romanticis­mo. A estas alturas, soy tan tozudo como romántico»

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 ??  ?? 1. El salón de su residencia madrileña, en el Palacio de Zabalburu, junto a la emblemátic­a Puerta de Alcalá. 2. Gatti, subido a la estantería donde habitan la escultura Yuca de Calder, Fish de C. Jeré y Group de Stotz.
1. El salón de su residencia madrileña, en el Palacio de Zabalburu, junto a la emblemátic­a Puerta de Alcalá. 2. Gatti, subido a la estantería donde habitan la escultura Yuca de Calder, Fish de C. Jeré y Group de Stotz.
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 ??  ?? 1. Juan Gatti, en la mesa de su estudio en el madrileño callejón de Jorge Juan. 2. Detalle del cuarto de baño. 3. Biblioteca coronada por mesa y sillas de Charles Eames para Herman Miller. 4. Salón de la casa en el Palacio de Zabalburu, con foto de Gatti detrás. 5. Rincón de lectura y colección de revistas, con sillón de los Eames.
1. Juan Gatti, en la mesa de su estudio en el madrileño callejón de Jorge Juan. 2. Detalle del cuarto de baño. 3. Biblioteca coronada por mesa y sillas de Charles Eames para Herman Miller. 4. Salón de la casa en el Palacio de Zabalburu, con foto de Gatti detrás. 5. Rincón de lectura y colección de revistas, con sillón de los Eames.
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