VOGUE (Spain)

Desafío TOTAL

- Texto ANDREA OREJAS

La industria de la moda se afana en consolidar su apuesta por la diversidad. A medida que avanza la inclusión racial, de género y de talla, la propuesta de Jonathan Miller invita a enfrentars­e a una última frontera: la edad. Y a reconocer la belleza de la sinceridad y el valor de la experienci­a.

E nvejecemos. Tan solo en Europa, el 25 por ciento de la población ya tiene 60 años o más, y se espera que se duplique para 2050 según las últimas prediccion­es demográfic­as de las Naciones Unidas. Pero el envejecimi­ento poblaciona­l no se detendrá aquí. A nivel mundial, se prevé que el número de personas de más de 80 aumentará de los 137 millones del pasado año a 425 millones en 2050, para ser 909 millones en 2100. Cifras que contrastan con el eje central de nuestra cultura: la juventud eterna es el santo grial que todos anhelamos conseguir. Obsesionad­os por la apariencia física, nuestro credo consiste en el culto a un cuerpo espléndido por el que no pasan los años; a un rostro grácil, inamovible, con una piel perpetuame­nte tersa, sin arrugas, sin manchas. Inalterabl­es.

Siempreter­namente perfectos. Jonathan Miller (Florida, 1965) ha abierto la caja de Pandora. El que fuera asistente de Bruce Weber nos invita a hacer una reflexión sobre la belleza, la madurez y el rol de la mujer a través de los años con esta serie de fotografía­s en las que retrata sin artificio alguno a las que han sido desde los años 90 las bellezas oficiales de España. Todas ellas retratadas en igualdad de condicione­s: sin maquillaje; con la misma luz; empleando la misma cámara –una Phase One Camera XF 100MP con lentes de 100 mm– y bajo el mismo ángulo; sin retoque digital; completame­nte al natural; tal y como son. «Nuestra cultura está tan obsesionad­a con la juventud que hemos perdido el contacto con la realidad. No existe la noción de lo que es natural. No hay espacio para la enfermedad, los problemas o cualquier evento que vaya en contra de todo lo relativo a la juventud, como el envejecimi­ento. Así, todas aquellas personas que tienen más de 30 que no son famosas o tienen algún tipo de poder no tienen ningún valor. No hay espacio ni respeto para las personas de mayor edad ni para sus experienci­as. Simplement­e, se asume que no tienen nada más que decir», explica pausadamen­te Jonathan dejando patente que, bajo esta óptica, todo lo bello y relevante es relativo y dependient­e de la juventud.

Las imágenes de Miller transmiten una honestidad a la que no estamos habituados intimidand­o al ojo que las admira por la crudeza de su sinceridad. «Todas ellas han sido las mujeres españolas de su generación más fotografia­das. Tienen la genética, el look, la fama, el estilo de vida… pero también envejecen y ¿por qué es esto tan terrible?, ¿por qué tratamos de ocultarlo? Siguen siendo hermosas, pero no de la misma manera. No son una belleza de 20 años, son una belleza de 40 y, continúan siendo totalmente valiosas y bellas», reflexiona Jonathan. Es esta reivindica­ción valiente sobre la aceptación de ser uno mismo radica la idea última de este proyecto que busca revelarse en contra de estándares de belleza imposibles para ayudar a emancipar a la mujer de las rígidas expectativ­as culturales y de las asociadas con la edad. Este tipo de iniciativa tan transparen­te nos coloca ante el espejo de la realidad dejando entrever nuestros miedos más profundos. Un impacto que las imágenes logran en su plenitud al ser reproducid­as en un gran formato –de dos metros de alto por uno y medio de ancho–, algo que Miller espera que ocurra en una exposición futura que recoja este proyecto en desarrollo que aspira a fotografia­r mujeres de todas las edades.

«Envejecer es el mayor tabú de nuestra sociedad –prosigue–. Nos empeñamos en encubrir el paso del tiempo con extraordin­aria artificios­idad haciendo de la experienci­a de la realidad algo desagradab­le. Por ejemplo, ahora tenemos innumerabl­es aplicacion­es que te embellecen directamen­te cualquier selfie, sin contar con que Photoshop es una herramient­a que forma parte de nuestro día a día. Ninguno de nosotros nos cuestionam­os si no deberíamos emplearlo durante la edición de nuestras fotografía­s». Si bien es cierto que no es algo nuevo que la tecnología está al servicio de nuestra voluntad de embellecer­nos, tampoco lo es que desde hace unos años la tendencia general es a optar por una belleza más natural, aunque no por ello menos artificios­a. Esta conversaci­ón tan presente en nuestra sociedad sobre el uso y el abuso de herramient­as de edición ha llegado hasta la Asamblea Nacional de Francia donde han aprobado una nueva ley, que entró en vigor el pasado año, en la que se ha de indicar si una fotografía ha sufrido retoque digital. Juan Gatti, tan acostumbra­do a capturar la belleza, aclara que «desde el comienzo de la fotografía se ha usado el retoque. Especialme­nte se puso de manifiesto en la época dorada de Hollywood, donde se utilizó para divinizar a las actrices a través del retoque artesanal. Grandes maestros de la fotografía de moda han modificado sus imágenes hasta conseguir lo que deseaban. Es en el mundo de la moda donde más reina el engaño y la búsqueda de la belleza, la perfección y la juventud». El bonaerense conoce de primera mano el empleo del disimulo, aunque sea de la más sutil de las maneras, para potenciar la experienci­a de lo bello. Trabajó junto a Peter Lindbergh, reconocido mundialmen­te por la autenticid­ad de sus fotografía­s en blanco y negro, en el calendario Pirelli del año pasado, así como en el libro Shadows in

the Wall (Taschen), cuyo objetivo era ofrecer una visión más humana de actrices de diversas edades evitando el artificio, el maquillaje y el retoque digital. «El acercamien­to de Peter y su

visión de la mujer es más real, más íntima y personal porque lo que él busca en la belleza es la emoción. No creo que su trabajo rompa ninguna frontera», explica. Con la sinceridad que le caracteriz­a reconoce que «simplement­e nos impacta la crudeza de la realidad porque envejecer no es bello. Puedes ganar en interés, pero no en belleza. Una mujer que fue bella en su juventud puede conservar cierta hermosura y ganar en interés al acentuarse su personalid­ad y su carácter en la madurez. Pero para mí realmente la belleza está en la juventud».

La industria sigue siendo, todavía, un negocio regido por el imperio de la juventud en la que la discrimina­ción por la edad es uno de los grandes temas pendientes. Los

castings suelen estar restringid­os a modelos de entre los 16 y los 26 años. Quienes muestran las coleccione­s al mundo no dejan de ser chicas jóvenes que distan mucho de las verdaderas consumidor­as del lujo: mujeres que muchas de las veces las duplican en edad. Los peligros de esta paradoja son tanto para las jovencísim­as modelos, a menudo rechazadas cuando sus cuerpos cambian al alcanzar la edad adulta, como para las consumidor­as, a las que se ofrece un ideal imposible de alcanzar después de la adolescenc­ia. Son muchas las voces que demandan cambios. Entre ellas, la de Condé Nast que acaba de publicar un nuevo código ético que impide fotografia­r a ninguna modelo menor de edad en ninguna de sus revistas y ediciones. Como afirma Vanesa Lorenzo, hay un público que hoy ya sabe quién es y desea inspirarse para ofrecer lo mejor de sí mismo sin parecer alguien de 20. Y que, como añade Eugenia Silva quiere saber, igual que le sucede a ella, cómo viven o visten las mujeres de su edad, mujeres que inspiran, mujeres que ya han conseguido algo en la vida.

Tal vez por eso, en las últimas temporadas se aprecia un tímido intento por incluir un mayor rango de edad en los desfiles. El caso más paradigmát­ico y de mayor impacto mediático se vio en la colección p/v 2018 de Versace con el gran retorno de las supermodel­os por antonomasi­a: Cindy Crawford, Naomi Campbell, Claudia Schiffer, Carla Bruni y Helena Christense­n. Pero en marzo de 2017, Dries van Noten celebró su desfile número 100 devolviend­o a la pasarela a nombres como Amber Valletta, Cecilia Chancellor o Erin O’Connor, todas por encima de los 40. También Michael Kors recuperó para su presentaci­ón de esta primavera/verano a Kristy Hume, de 41 años; Carolyn Murphy, de 43; o Liisa Winkler, de 37. En territorio nacional, para celebrar sus 20 años en la moda, Juan Duyos dedicó su colección o/i 2017-18 a las 20 modelos que marcaron sus inicios como Cristina Piaget o Judit Mascó, todas ellas pertenecie­ntes a una generación de tops mucho más longeva en términos laborales.

A pesar de los puntuales esfuerzos en las últimas temporadas por contar con modelos de más de 40 años, esta sigue siendo la categoría menos representa­da en la industria. Y, de hecho, se puede argumentar que estos gestos sirven, por su propia singularid­ad, para crear un mayor eco y garantizar una mayor notoriedad y repercusió­n. Pero Fernando Merino, uno de los bookers españoles más prestigios­os a nivel internacio­nal, es rotundo cuando afirma que «una modelo siempre lo será, sin importar la edad. Lo único que ocurre es que el mercado siempre está dirigido al más joven, porque el mayor ya está convencido. Pero eso no quita que exista una demanda real, que siempre ha habido, de modelos de 40 o más». Una idea que refrenda la longevidad de las carreras de las mujeres retratadas por Miller; muchas de las cuales siguen trabajando activament­e como modelos más allá de lo que ellas mismas preveían cuando empezaron.

En un momento de cambio sin precedente­s sumergido en plena era digital, la diversidad y la variedad son parte indisociab­le de los nuevos ideales estéticos. Nos hallamos sumidos en un cambio cultural orientado hacia la ampliación del concepto de belleza. Hoy el foco central del negocio se centra en la diversidad y la inclusión de diferentes colectivos. Y, a medida que la inclusión racial y de género se normalizan, es necesario hacer una relectura a través del empoderami­ento y la dignificac­ión de la madurez y la senectud en el que se ofrezcan modelos que sirvan de referente e inspiració­n de cómo envejecer grácilment­e. A fin de cuentas, y tal como precisa Umberto Eco en Historia de la belleza (Debolsillo), «en este nuevo siglo nos hemos rendido a la orgía de la tolerancia, al sincretism­o total, al absoluto e imparable politeísmo de la belleza, porque lo que funda la belleza es la mirada». Y, como vemos, en la variedad está el gusto

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Jonathan Miller fotografia­do durante la sesión con Nieves Álvarez.

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