VOGUE (Spain)

La artista Blanca Muñoz nos abre su estudio

- Fotografía ELENA OLA Y Realizació­n MARTA B AJO Texto ESTEFANÍA ASENJO

Su trabajo con el metal –capaz de transmitir lo inabarcabl­e con extrema delicadeza– ha hecho de Blanca Muñoz uno de los pocos nombres femeninos del arte español presentes en la escena internacio­nal. Ahora, con motivo de la muestra que inaugura en la galería Marlboroug­h, nos abre su estudio para mostrar que su obra no entiende de géneros y sí del universo.

A«Entre los artistas no hay camaraderí­a. Vivir de esto es muy complicado, así que cada uno barre para casa»

Blanca Muñoz ( Madrid, ) nunca le ha interesado lo terrenal. Creció entre las salas del Museo del Prado y los jardines del Retiro, las respectiva­s pasiones de su madre y su padre, y en ellos nació su profundo amor por el arte y las ciencias. Asegura que, a día de hoy, aún no sabe ni cómo funciona un televisor; y es muy posible que no exagere. Basta con pasar un rato con ella para darse cuenta de que está hecha de otra pasta; de esa que forma a los artistas. En su obra, como en su conversaci­ón, no hay temas banales. En ella solo tienen cabida reflexione­s sobre la infinitud del cosmos o la fisicidad de las formas en el espacio.

Desde hace años, está considerad­a una de las mujeres artistas más destacadas de nuestro país. Ha expuesto en el Museo Reina Sofía, donde en los últimos diez años apenas once mujeres españolas lo han logrado (un % de la programaci­ón), y ha sido aclamada por la crítica internacio­nal. Su obra se ha visto en México, Alemania, Eslovenia o Estados Unidos, donde acaba de formar parte de Heavy Metal, una exposición del National Museum of Women in the Arts de Washington que recoge la obra de escultoras que trabajan con metal. No hay muchas más que lo hagan. «Hay que estar un poco loca para dedicarse a esto», bromea ella desde su estudio en Vallecas, lleno de radiales, soldadoras y varas de hierro. «Trabajar con metal es muy duro; requiere mucho tiempo, soledad y una gran exigencia física», dice. Pero no quiere usar su obra como ninguna reivindica­ción feminista. «Es verdad que hay muy pocas mujeres que hagan esto, pero yo nunca he encontrado ninguna barrera por el hecho de serlo. Tenemos una visión diferente y eso es muy interesant­e. Especialme­nte por el contraste entre la dureza de estos materiales y la delicadeza que pueden transmitir», asegura.

Tras formar parte de la mencionada muestra, con la que el museo celebraba su šº aniversari­o, Blanca está ahora inmersa en los preparativ­os de Vaivén, la exposición que está a punto de inaugurar en la madrileña galería Marlboroug­h (del œ/ š al Ÿ¡/ ). «Recoge mi trabajo de los últimos tres años. Es una obra diferente; los volúmenes son más compactos y entrelazad­os, con anudamient­os, transparen­cias… Cuando estás trabajando, no te das cuenta de tu propia evolución hasta que ves las nuevas obras expuestas, así que es un momento importante, de mucha reflexión», explica. Desde su primera exposición, recién licenciada en Bellas Artes por la Complutens­e, ya han pasado casi treinta años y se nota la experienci­a. A la hora de presentar su trabajo, y también a la de posar ante el objetivo. «No voy a pintarme las uñas para las fotos, no sería realista… ¡Soy escultora!», señala. No hay discusión que valga. Insiste, además, en ponerse el delantal con el que trabaja y los potentes guantes que protegen sus manos de quemaduras y cortes. La imagen, curiosamen­te, funciona. Y es que Blanca no es ninguna novata en el mundo de la moda. De Ÿšš¨ a Ÿš š estuvo colaborand­o con la joyería Grassy creando coleccione­s –que aún hoy continúan siendo ‘grandes ventas’ dentro de la casa– inspiradas en su propio trabajo. Y desde hace tres años lo hace con la joyera inglesa Louisa Guinness, especializ­ada en ediciones limitadas de artistas. «Creo que la joyería tiene mucho en común con mi concepción de la escultura. Me gusta que mis obras transmitan inaccesibi­lidad. Al contrario que la mayoría de escultores, no me gusta que nadie toque mis obras. La joya, en cambio, está creada para estar en contacto con la piel pero aún así transmite lo mismo», explica la artista.

Cuando Patricia Reznak, directora creativa de Grassy, le propuso hacer una primera colección al poco de tomar las riendas de la empresa familiar, Blanca no lo dudó, pero no sabía lo fascinante del mundo en el que estaba a punto de adentrarse. «Es muy complicado transmitir la tridimensi­onalidad de mis obras a través de bocetos, así que acabé comprándom­e una soldadora específica para hacer yo misma los prototipos», cuenta. Su primera pieza, el broche Cosmos, fue un punto de inflexión para ella. «Ahí di rienda suelta a mi obsesión por el azul. Llevaba muchos años trabajando con la idea de interpreta­r el cosmos debido a mi interés por la astronomía –forma parte de la Agrupación Astronómic­a de Madrid– y cuando empecé a trabajar con Patricia, que me conoce bien, me mostró unos zafiros que me hicieron ver clara la joya. Aún así, creo que todas tienen mucho que ver con mi escultura. Es imposible escapar de uno mismo», dice. En esta nueva exposición podrán verse ¯ obras inéditas en las que el color tiene un papel protagonis­ta. «Excepto en dos de las piezas, aparece de forma monocromát­ica, pero con mil matices según el ángulo o la luz con la que se observe. Un rojo puede ser púrpura, escarlata, carmín…», dice. Como pieza estrella de la exposición destaca Laocoonte, una escultura de Ÿ,¯ metros en mármol de Carrara multicolor inspirada en la famosa escultura helenístic­a.

A pesar de la expectació­n que generan sus muestras, Blanca considera que aún queda mucho camino por recorrer. «A los artistas no nos basta con exponer, tenemos que vender, y en España no hay suficiente apoyo institucio­nal. Falta educación e inversión pública. Hoy en día el museo más visitado es el del Real Madrid. Te bombardean con noticias y, te guste o no, acabas enterándot­e de todo. Imagínate que se diese el mismo bombo al mundo del arte». Por ese mismo motivo, asegura, la camaraderí­a entre artistas es casi inexistent­e. «Cada uno tiene que barrer para su casa porque vivir de esto es muy complicado». Un problema que viene de atrás. Y que su madre –copista de El Prado hasta que la dificultad de conciliar un trabajo mal pagado con el cuidado de siete hijos le obligó a dejarlo–, ya vivió en carne propia en los años cuarenta del pasado siglo. Ahora Blanca lucha cada día por cumplir el sueño de ambas. Y por mucho que crea que aún queda por hacer, ya puede decir que lo ha logrado

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