VOGUE (Spain)

James Costos y su libro de memorias

JAMES COSTOS, el embajador que revolucion­o la diplomacia en Espana comparte desde Mallorca su primer libro de memorias

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El vestidor es amplio y luminoso; polos en tonos empolvados, pantalones de estilo informal y cómodos mocasines se alinean con estilo en el lado donde James Costos (Lowell, Massachuse­tts, ) busca un suéter para la foto mientras comenta, divertido: «El lado de Michael es mucho más amplio. Y más elegante. Seguro que hasta tiene un tuxedo guardado en algún lado». Localiza una bolsa. «¿Ves? Ahí está». Lo dice en tono triunfante. Si esta es su manera de hacer sentir cómoda a la gente, funciona. Costos, quien ocupara el cargo de embajador de Estados Unidos en España y Andorra desde abril de •– — hasta enero de •– ˜ tiene la mirada afable, las maneras fáciles y un don para ganarse a la gente. Recibe al equipo en la espléndida casa del interior mallorquín donde él y su pareja, el reconocido interioris­ta Michael Smith, pasan el verano en vaqueros y espardenya­s y dispone sofás y sirve bebidas con la misma naturalida­d con la que neutralizó el envaramien­to propio de las relaciones diplomátic­as durante esos años en la embajada que ahora recuerda en su autobiogra­fía, El amigo americano. El hombre de Obama en España. Unas memorias tempranas en las que Costos, que llegaba a España con las exóticas credencial­es de ser abiertamen­te gay y tener un pasado como ejecutivo de HBO, repasa aquellos años en los que practicó una diplomacia aperturist­a y transversa­l; un perfil diametralm­ente opuesto al que hasta entonces acostumbra­ba a cultivar cualquier embajador, americano o no. Costos se metió en el bolsillo a los actores principale­s de la política, la economía y la cultura nacionales; su networking alcanzó el estatus de hito con las visitas a España de los Obama y el rodaje de Juego de tro

nos; y logró convocar a la misma pista de baile a grandes empresario­s y start ups, a artistas y militares. Él mismo se encargó, en un gesto pionero, de izar la bandera arcoíris en la embajada un ˜ de mayo, Día Internacio­nal contra la Homofobia, y el suyo fue, como relata, «el rostro escogido la primera vez que una destacada publicació­n se decidía a hacer una cover story de alguien que no era conocido». Pero el libro no se limita a contar lo que ya se sabe del rutilante embajador que un buen día llegó con una no menos deslumbran­te pareja a revolucion­ar la embajada madrileña. Con este libro no solo pone al alcance del lector esa porción de sabiduría hermética celosament­e reservada hasta ahora solo para iniciados sobre la naturaleza y obligacion­es de un embajador, si no que trata de compartir el proceso, en absoluto planificad­o, que le llevó hasta ahí. «Soy consciente de que un buen día llegas a un país en calidad de embajador y parece que siempre fuiste embajador y siempre

«Fue el presidente Obama quien me dijo ‘ve y comparte tu historia, es la razón por la que te escogí. Muéstrales cómo hacemos las cosas’»

estuviste ahí. Pero ahí detrás hay una historia, y es la de un emprendedo­r». La de emprendedo­r es una de las nociones favoritas de Costos; una que a él le sienta como un esmoquin a medida que empezaron a cortarle ya desde niño.

Q uizá el origen griego de sus abuelos le aportó cierta destreza comercial; el carácter de su ciudad natal y cuna de la revolución industrial, Lowell, pudo imprimirle nervio y el hecho de que su padre fuera uno de los primeros marines en Camp David debió ayudar a apuntalar su patriotism­o. Que Costos –primer licenciado de una familia de clase media– sabía vender, y que sabía hacerlo con estilo, se demostró ya desde su primer trabajo en Nueva York y posteriorm­ente junto a Tod’s en el sector del lujo. Su salto a la Costa Oeste solo revalidarí­a sus habilidade­s comerciale­s de la mano de HBO y su compromiso político, sobre todo cuando demostró que no se le caían los anillos por salir en busca de votos a puerta fría ni le quedaba grande la titánica tarea de atraer hacia la figura de Barack Obama, un político que en un primer momento se había declarado contrario al matrimonio homosexual, a una poderosa y acaudalada comunidad gay. Costos era, en pocas palabras, una maquinaria diseñada a sí misma de probada eficacia y el sueño americano hecho a la medida de quien quisiera verlo. Y Obama lo vio. En mayo de •– • el presidente reconocía públicamen­te su cambio de opinión respecto al matrimonio gay y, años después, le daba el espaldaraz­o definitivo designándo­le embajador. «Fue él quien me dijo: ‘Ve y comparte tu historia; es la razón por la que te escogí. Muéstrales cómo es América y cómo hacemos las cosas’. Quizá porque llegué aquí en •– , con la crisis todavía presente y una altísima tasa de desempleo entre los más jóvenes, la necesidad de transmitir esta noción de lo que un emprendedo­r puede lograr fue aún mayor».

El siguiente paso de tan magistral ausencia de plan ha sido escribir a cuatro manos este libro, una declaració­n de amor a España, junto a Santiago Roncagliol­o. «Me había entrevista­do en una ocasión y me gustó mucho; fue mi primera opción desde el principio». El escritor peruano coincide. «Entrevisté a James justo antes de que abandonase la embajada. Me fascinó su política de apertura, su activismo por las minorías y su interés por la cultura. No se parecía a ningún diplomátic­o que hubiese conocido antes. Cuando me seleccionó me sentí muy honrado». La crónica, que a pesar de centrarse en los años de la embajada se remonta hasta la niñez de Costos, está sazonada de anécdotas que van desde el encargo a Michael Smith para decorar la Casa Blanca a la crisis por el espionaje de la Agencia de Seguridad Nacional estadounid­ense, sin olvidar encuentros de relumbrón como los protagoniz­ados por Michelle Obama y la Reina Letizia o visitas a la embajada tan comentadas como la de Anna Wintour. Una concesión muy

«En los momentos de ansiedad tu pareja acaba llevándose la peor parte. Pero Michael siempre entendió la magnitud de la presión»

medida por parte de quien segurament­e vale más por lo que calla que por lo que cuenta. Costos se ríe. «Lógicament­e no hay informació­n sensible, pero creo que comparto anécdotas que le dan textura a la narración y muestran la cercanía de Estados Unidos con España». Al parecer, el mérito no es enterament­e suyo. «Cuando lo entrevisté en su día –comparte Roncagliol­o– se mostró terribleme­nte discreto. Eludió con la mayor cortesía todas mis preguntas sobre el espionaje de la NSA, las estrellas de Hollywood y su propia vida personal. Cuando me seleccionó para sus memorias, puse una condición: vamos a hablar de todo. Nada de respuestas diplomátic­as. No pensaba firmar un libro diciendo solo cosas buenas y vacías sobre sus amigos». Ambos mantuviero­n un par de conversaci­ones explorator­ias y Roncagliol­o lo encontró bien dispuesto. «El ‘planeta Costos’ está habitado por gente que hace noticias de muchas maneras. Recorrer sus recuerdos me llevó a la trastienda de esas noticias, a la cocina donde se prepara la realidad. James fue muy generoso al permitirme entrar ahí». Costos fue más allá. «Cuando comenzamos a trabajar juntos Santiago me propuso ir enseñándom­e el material. Tras pensarlo un poco, decidí que no quería verme influido. Así que no leí nada hasta la edición final». Ese salto sin red tiene bastante que ver con un carácter curioso y audaz al que le gusta saber dónde está una vez ha llegado. Recién estrenado el puesto, Costos recuerda que sus primeras cenas y almuerzos en los restaurant­es de moda de Madrid transcurri­eron en alarmante soledad. Hasta que no preguntó, no le advirtiero­n de que la gente no almorzaba a las once ni cenaba a las siete. «Avísenme si vuelvo a solicitar algo raro», rogó a su equipo. Sus siguientes medidas tomarían la misma dirección: abrir la embajada a los estudiante­s; viajar por todas las provincias del territorio nacional; dar las fiestas más sonadas de la capital. Dancefloor diplomacy, lo llamaron. El término lo acuñó la publicació­n británica

Monocle y a Costos le encantó. «Fue con motivo de la fiesta de mi primer aniversari­o. Es fácil conectar con quien es como tú, pero no con quien no lo es; de ahí la incomprens­ión y el miedo. Este término hace referencia al hecho de reunir a gente, a conectarla; eso es la diplomacia». El temor a que tildaran sus gestos de frívolos tampoco lo detuvo. «Cada evento se diseñó con un objetivo, lo cuento en el libro. Cada invitado representa­ba a una parte de la sociedad; yo mismo supervisab­a esas listas para asegurarme. El trabajo que hicimos con los jóvenes emprendedo­res me enorgullec­e especialme­nte; fue un vehículo que alcanzó a todos los niveles, y se hizo con ayuda de grandes empresas e inversores y el apoyo de las institucio­nes y los gobiernos español y estadounid­ense. Del Rey a Inditex, pasando por Google, logramos reunir a mucha gente en torno a proyectos comunes. Y nunca me preocupó lo que la gente pudiera pensar porque nunca me lo planteé. Siempre he vivido en un mundo de diversidad y conectivid­ad». Qué duda cabe, también su lado más divertido, incluso gamberro, afloró por el camino en más de una ocasión. Recienteme­nte esta cabecera publicaba un reportaje sobre los invitados perfectos donde Costos y Smith compartían cartel con nombres con credencial­es festivas tan notables como las de Mario Vaquerizo o Paco León. Las respuestas del embajador fueron inquietant­emente audaces . «Oh, lo recuerdo perfectame­nte, creíais que había habido un error –se ríe–. ‘¿Cómo sabes que la fiesta ha sido un éxito?’. ‘Porque la gente se baña desnuda en la piscina’. ‘¿Tu arma de seducción?’. ‘La colonia de Sarah Jessica Parker’. Fue un reportaje muy divertido. Se lo envié a Sarah, una buena amiga desde los tiempos de Sex & The City y HBO, y estuvimos un buen rato riéndonos».

Pero la diplomacia tiene también esa cosa complicada. Que al país que representa­s lo acusen de espionaje o un ministro de exteriores convertido en azote de la embajada no son cuestiones fáciles con las que desayunars­e cada día. Y hay que digerirlas en la intimidad. «Por supuesto; hubo momentos de gran ansiedad esperando a que el teléfono sonara en mitad de la noche. Y mucha de esa tensión acababa trasladánd­ose a tu relación; tu pareja siempre se acaba llevando la peor parte. Pero Michael siempre entendió la magnitud de la presión». Tampoco las elude en el libro que, pese a su pátina diplomátic­a o quizá precisamen­te por ella, adquiere por momentos una consistenc­ia de thriller. «Es cierto –coincide Costos–. Ayer precisamen­te, haciendo un poco de hiking por la playa, Michael y yo comentábam­os lo mismo: ‘Si el libro fuera una peli, ¿ quién interpreta­ría a quién?’».

A los Costos-Smith les gusta la actividad al aire libre; desde un porche trasero de belleza desbordant­e se disfruta de una porción de territorio aún virgen por la que suelen dar largos paseos. Pero también les gusta recibir; los años en la embajada no los sació. Dos días antes, en ese mismo porche, reunían a ¤¥ personas «y a un dj que disfrutó enormement­e de que no hubiera vecinos». Hoy el césped luce como recién estrenado a la espera de una nueva visita. «Michelle Obama está a punto de llegar, ¿no has notado movimiento alrededor?», dice con divertida complicida­d. Según cuenta en su libro, «cuando un presidente llega, lo hace con una caravana de vehículos, un búnker, cristal antibalas, sistemas de comunicaci­ón, servicio secreto ambulancia, patrullero­s, bomberos». Puede que ya no sea la primera dama, pero sigue siendo Michelle Obama. «Nuestro plan es descansar –le resta importanci­a a la píldora informativ­a–. Michelle también ha escrito un libro que sale en otoño, así que haremos puesta en común de nuestros respectivo­s procesos creativos y de nuestros grandes planes de promoción». Resulta difícil de creer, sin embargo, que dos de los anfitrione­s más solventes del planeta no hayan orga-

nizado una agenda a la altura de la que será la invitada más comentada del verano español. «Bueno, es su segunda visita a la isla, que le gusta tanto como a nosotros, así que aprovechar­emos su estancia. Un día almorzarem­os aquí en la finca con unos pocos amigos y la reina doña Sofía, pero también queremos sacarla de paseo y llevarla a cenar al Hotel La Residencia, en Deià, donde Michael y yo nos enamoramos de la isla. Hemos alquilado un yate, igual que el año pasado, para llegar por mar a ciertos lugares y ver las luces nocturnas. Y también la llevaremos a hacer hiking –apunta–. Los senderos en Mallorca son muy hermosos y bastante duros, y a ella le gusta ese tipo de desafíos».

James y Michael descubrier­on Mallorca hace †‡ años gracias a unos buenos amigos, los Arango. Su amor por este país fue un secreto a voces desde entonces; quizá un poco más audible llegado el momento de asignarle embajada. «Cuando el presidente Obama me planteó unirme a su administra­ción no sabía a dónde me enviaría. Pero con un poco de mano izquierda, dando a conocer aquí y allá nuestra debilidad por España, él mismo acabó proponiénd­omelo. Mi respuesta fue algo así como ‘qué sorpresa, ¡no tenía ni idea!’. Ahora un tercio de mi vida transcurre en España». Costos, que asegura que si un presidente con el que se sintiera identifica­do volviera a llamar a su puerta diría «sí» sin pensarlo, ha regresado al sector privado como consultor. «Como asesoro a muchas empresas europeas y recibo a tanta gente durante mis vacaciones aquí, todo es fácil y lo disfruto enormement­e. Tanto, que tengo otro posible proyecto relacionad­o con este país: alguien me sugirió que escribiera un libro de viajes de España, y no lo descarto». Existe un dicho, segurament­e universal, según el cual un hombre, para realizarse, no necesita escribir dos libros; con uno es suficiente. Eso, plantar un árbol y... «Lo conozco. Pero creo que no va por mí, aunque nunca se sabe. En mi caso creo que sería más acertado decir ‘plantar un árbol, escribir un libro y hacerse con unos cuantos perros. Teníamos uno y adoptamos un par en España a los que bautizamos como los pintores, Greco y Whistler». A cambio, Costos tuvo que despedirse de los Whistler que le había cedido el museo estadounid­ense del artista y que tenía en el despacho de la embajada. Si alguien le hubiera dicho en sus años mozos que iban a colgar de sus propias paredes, le hubiera parecido una broma. Pero no. Y todo viene en el libro ž

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