EN EL CORAZÓN DEL LABERINTO
EL MÍTICO EDITOR FRANCO MARIA RICCI ABRE LAS PUERTAS DEL LABERINTO DE LA MASONE, SIETE KILÓMETROS CUADRADOS DE GEOMETRÍAS EN BAMBÚ QUE ENCIERRAN SU IMPRESIONANTE MUSEO, LIBRERÍA Y DOS ‘SUITES’ DE LUJO.
Franco Maria Ricci (Parma 1937), fundador de una de las editoriales de libros de arte más exclusivas, pura ‘alta costura editorial’, se hizo conocido porque durante 25 años lideró la revista de arte más bella del mundo, «la perla negra del mundo editorial», como la cali có Fellini. Estaba presidida por un trébol negro, blasón de su familia noble y tres letras, FMR, las iniciales de su nombre, escritas con la tipografía de Giambattista Bodoni, artista del que hoy posee la mayor colección privada. En 2004 vendió su editorial para poder realizar su sueño: el laberinto más grande del mundo, en medio del campo de Fontanellato, junto a su ciudad natal, tal como en 1977 le había prometido a su amigo Jorge Luis Borges. «Sin embargo –cuenta Franco Maria Ricci, quien sigue publicando libros de ediciones limitadas bajo otra editorial, Franco Maria Ricci Editore– mi idea no fue nunca construir un laberinto de la literatura borgiana como un lugar de perplejidad, sino como un jardín acogedor, quizás mi Edén particular». El laberinto de la Masone, como se llama, ocupa siete kilómetros cuadrados y ha sido realizado con 20.000 plantas de treinta especies de bambú traídas de un vivero de Francia, la Bambouseraie d’Anduze, fundado en 1856.
R ealizado junto a los arquitectos Pier Carlo Bontempi y David Dutto e inspirado en los laberintos romanos, su perímetro tiene forma de estrella de ocho puntas y en su centro, una plaza de más de 2.000 m2, donde se celebran conciertos y exposiciones, se aloja un edi cio neoclásico –de ladrillos artesanos típicos de la región– que incluye un museo y una Biblioteca con sus colecciones de arte –más de 400 obras desde el Cinquecento al Novecento– y sus libros, entre los que destaca la reimpresión de la Enciclopedia Francesa de Diderot y D’Alambert. También cuenta con una capilla en forma de pirámide y un bistró gestionado por el conocido chef Massimo Spigaroli; elementos a los que ahora se les suma una inesperada novedad; dos suites para quienes deseen alojarse en este so sticado parque cultural por unos días. «Es mi forma de rendir homenaje a los visitantes que vienen de lejos y que merecen una hospitalidad, elegante e insólita, en este lugar único. El laberinto es mi re ejo, soy yo convertido en un lugar: un yo abierto al público. Visitarlo equivale a encontrarme; vivo a poca distancia», bromea. El laberinto, como su propia vida, es un paseo dedicado a la belleza, concebida como la búsqueda de la divina proporción. Desde los 15 años era ya un experto en arte y así lo explica: «Mi gusto y mi estilo se han formado en lugares ricos en cultura: la tierra de Correggio, de Giuseppe Verdi o de Giambattista Bodoni, el tipógrafo que como editor elegí como maestro. Amo las cosas bellas y me resulta incomprensible la preferencia por lo feo».
«He viajado y me he enamorado de muchos lugares y personajes, sin jamás olvidar los ligados a mis orígenes. Mi amor por la cultura es la suma de todos estos enamoramientos y de mi propia vida».No sorprende que en la primera sala de su museo haya instalado su Jaguar negro, símbolo de la juventud pop de los 60. «De joven soñaba con convertirme en piloto de Formula 1, pero el día que mi amigo Eugenio Castellotti, vencedor de la carrera la Mille Miglia y las 12 horas de Sebring, murió en un accidente renuncie a ello», cuenta. Y prosigue: «Me convertí en un conductor prudente, pero nunca dejé de amar los coches bellos. Mi Jaguar es una joya estética y por ello lo he colocado en la entrada del museo. Debo a este coche, con el que de joven recorría Italia, el descubrimiento de lugares y obras de arte poco conocidos y seguramente alguna conquista femenina». P ara este hombre enamorado de la belleza y del arte no podían faltar entre su colección de libros algunos dedicados a la elegancia y la moda. «La moda me interesa desde que los artistas del Renacimiento y el Barroco proyectaban las estas y representaciones teatrales y diseñaban los trajes para la corte», cuenta. «‘El arte, que ambiciona lo eterno; y lo efímero, que persigue a las vírgenes vivaces’, como decía Marmallé, habitan espacios contiguos e intercomunicados. Soy un editor de arte pero lo efímero, sorprendentemente, está en mi nombre; mis iniciales FMR en francés se leen éphémère », dice. «He tenido la suerte de vivir una época en la que mi país explotaba de creatividad con diseñadores como Armani, Valentino o Versace», señala Ricci, que edita un volumen hecho a mano en torno a cada uno de estos. «Me identi co mucho con una frase de Giorgio: ‘La elegancia no consiste en hacerse notar sino en hacerse recordar’. Lo primero es facilísimo, pero para lo segundo es necesario tener medida y estilo»