AGÁRRAME ESOS PREJUICIOS
Si nadie se echa las manos a la cabeza cuando ve a una señora con tinta permanente en las cejas (aplicada con mayor o menor fortuna) para evitar el engorro de dibujárselas cada día... ¿por qué muchos se escandalizan con un tatuaje en brazos, piernas o espalda? ¿No es mejor eso que trazarlo a lápiz, con el consiguiente riesgo de que se vaya desdibujando a lo largo de la mañana? Quienes más reticencias presentan son los padres de adolescentes: hasta el 78% de los estadounidenses han prohibido a sus retoños darle al inking, según un reciente estudio a nivel nacional. Sus argumentos: tienen miedo a cómo se les verá –a los progenitores, no a los muchachos– en su círculo social por permitirlo y, además, consideran que un tatuaje puede ser perjudicial en la llegada de sus retoños al ya de por sí inhóspito mercado laboral. Poco hay que decir de la primera premisa. Habla más del sujeto que la emite que del objeto en cuestión. La segunda ha sido recientemente desmontada por un reciente estudio de la universidad de Miami que alega que, a día de hoy, tener o no un tatuaje no es relevante para el mercado laboral. Ni en categoría, ni en posibilidad de crecimiento, ni en rango salarial. «Los estigmas asociados a los tatuajes, particularmente los más visibles, se están desvaneciendo, especialmente entre los más jóvenes, que ven el body art como una forma natural de expresión», decía el profesor e investigador Michael T. French al presentar el informe. No puede ser de otra manera: el 40% de los milénicos estadounidenses (alrededor del 30% en España, según datos de la AEDV) llevan tinta en su cuerpo. El talento es un bien demasiado escaso como para limitarlo con prejuicios estéticos