VOGUE (Spain)

UNA FALTA DE RESPETO A LA PIEL

- Carmen Lanchares

Hoy el tatuaje ha perdido sus connotacio­nes canallas, tan próximas a la transgresi­ón, al tiempo que ha dejado de ser territorio exclusivo de ciertos clanes y clases para convertirs­e en un fenómeno de masas y de moda, liberándos­e incluso de los prejuicios generacion­ales. Un cambio social innegable, con el que me cuesta alinearme. Primero, porque me parece un atentado contra la salud. Según algunos estudios, los tatuajes pueden poner en riesgo el sistema inmunológi­co. Desde la Academia Española de Dermatolog­ía (AEDEV) re eren que «se ha constatado que buena parte de la tinta alojada en la dermis inicia de forma natural un largo y complejo viaje, a veces de varios años, con destino a los ganglios y otros órganos del sistema linfático». Aunque aún no hay datos que demuestren que ello genere más casos de cáncer, ¿cómo descartar la potencial malignidad de las tintas negras si tienen un alto contenido en hidrocarbu­ros aromáticos (clasi cados como sustancias cancerígen­as 2Ay 2B)? Por otro lado, de lo que no hay duda, es que esos depósitos de pigmentos pueden alterar los resultados de pruebas diagnóstic­as. No veo, pues, ningún sentido a horadarse la piel con tinta cuando hay otras formas de expresión y autoa rmación –la moda o el maquillaje son dos ejemplos– menos lacerantes y vinculante­s. Pero además, desde una perspectiv­a estética, no niego cierta aversión ante esos cuerpos profusamen­te ilustrados y policromad­os que parecen renegar de su propia piel, y que para colmo, con el tiempo, las arrugas y la acidez perderán el lustre original. Llámenme conservado­ra si quieren...

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