VOGUE (Spain)

DE LUZ Y DE COLOR

- Fotografía MIRTA ROJO Realizació­n MARTA BAJO Texto ÁLVARO FERNÁNDEZ -ESPINA

En la ciudad de Valencia, la diseñadora Adriana Iglesias ha encontrado el entorno perfecto para su centro de operacione­s: un edicio palaciego en el que ha instalado su estudio y su apartament­o y que destila espíritu mediterrán­eo a raudales.

Sobre estas líneas, a la izda., detalle de uno de los mosaicos que datan de mediados del siglo XIX y que cubren todos los suelos del palacete valenciano donde Adriana Iglesias tiene su casa-taller; a la dcha., la chimenea con molduras de escayola del dormitorio principal, junto con los tres violonchel­os que forman parte de su colección personal. En la otra página, el piano que la diseñadora tiene en una de las salas de su habitación y que a menudo toca durante la noche para relajarse tras las largas jornadas laborales.

Atravesar el regio portal de piedra de la que fuera la Casa del Vizconde de Valdesoto, cuyo dintel está presidido por el escudo nobiliario familiar, ya predispone al visitante para la majestuosi­dad que aguarda en el interior. Una escalera de mármol desde la que se puede contemplar una soberbia cúpula vidriada dirige hasta el primer piso donde, tras un pórtico de madera, se refugia la diseñadora Adriana Iglesias. Aún tiene el pelo húmedo tras la ducha matutina, camina descalza y lleva un par de vaqueros desgastado­s y una camiseta blanca de algodón. Sin duda una potente declaració­n de intencione­s para quien ya empieza a hacerse un hueco en el armario femenino enarboland­o la bandera de una cuidada elegancia desenfadad­a y que hoy parece decirnos: mi casa, mis reglas. Un alegato que se puede leer tanto a nivel literal como metafórico. Y es que este palacete construido durante el siglo XVI en pleno centro de la ciudad del Turia es, desde hace casi dos años, no solo su hogar sino también su taller y estudio de diseño. «Trabajábam­os en un piso muy pequeño cuando el negocio empezó a crecer y decidí buscar algo que se adaptase mejor a nuestras necesidade­s», explica. «Dado que todo lo producimos internamen­te, hacía falta un espacio bastante grande y eso me llevaba a naves industrial­es fuera del casco urbano, algo que no encaja para nada con la intención que tenía de crear un universo que encapsulas­e el espíritu de la marca. Y, de repente, me encontré este lugar fabuloso casi por casualidad». El edicio, una auténtica rareza inmobiliar­ia en el mapa urbano actual, había albergado en los últimos años varios negocios, desde un popular restaurant­e de alta cocina hasta una sede bancaria, y llevaba un largo tiempo vacío. «Estaba destinado a ser para mí», arma.

Dado el descomunal tamaño del apartament­o (casi 900 m2) Adriana enseguida valoró trasladar allí no solo suo cina sino también su hogar. «Aunque no era la intención inicial, desde que empecé a buscar una nueva o cina siempre tuve claro que quería que mi casa estuviera cerca, para facilitarm­e la vida lo más po- sible, porque mis jornadas laborales son muy largas», cuenta. El proyecto nal distribuye la planta en dos zonas: el taller de confección y costura donde trabaja a diario mano a mano junto a una plantilla de veinticuat­ro personas, distribuid­as en varias salas; y su dormitorio y los de sus dos hijas. Ambos espacios están simétricam­ente articulado­s en torno a lo que es el punto neurálgico de la casa: el despacho de Adriana, por el que entra a raudales la caracterís­tica luminosida­d de la ciudad a través de dos balcones acristalad­os con vistas al conocido como jardín de El Parterre. «El brillo mediterrán­eo es precisamen­te lo que me inspira a la hora de diseñar. La luz siempre ha regulado mi energía y aquí sentada es donde puedo canalizar mi creativida­d», asegura mientras se sienta frente a su mesa, cubierta de bocetos, muestrario­s de telas estampadas con sus propios dibujos y presidida por su objeto

más preciado, un gran cofre de Faber-Castell elaborado en colaboraci­ón con Karl Lagerfeld y que contiene más de tresciento­s lápices de gra to. «No hay color que exista que no esté aquí dentro», reconoce risueña.

Fue en 2014 cuando Adriana decidió abandonar su carrera profesiona­l como ingeniera de Telecomuni­caciones en Madrid (a donde se había trasladado desde su Oviedo natal) para lanzar su rma de moda. «La pasión artística es algo que había sentido desde siempre, no solo por la pintura sino también hacia la danza o la música, tras haber estudiado piano en el conservato­rio. Y aunque lo dejé todo aparcado durante quince años, ese nudo en el estómago no desapareci­ó. Sentía que tenía un universo personal que podría hacerse un hueco en el panorama de la moda femenina actual y, tras mudarme a Valencia por asuntos familiares, me lancé por n a reencauzar mi vida laboral», recuerda. Dejando las tendencias al margen, la seda y la jovialidad de los estampados orales fueron los elegidos por Iglesias para articular esta nueva identidad creativa, un sello que se circunscri­be a un estilo retro con pinceladas orientaliz­antes y enfocado a explotar la elegancia de la mujer sin descuidar su comodidad. Caftanes vaporosos, conjuntos pijameros o vestidos fruncidos que rápidament­e atrajeron a atención de una clientela que ha superado las fronteras nacionales para resonar en países como Dubai, Líbano o Turquía. Lograr que esa so sticación no pierda el grado adecuado de desenfado es su mayor empeño. «Siempre he sido defensora del lema ‘menos es mas’ y quiero que mis prendas transmitan esa facilidad y versatilid­ad que solo un tejido tan especial como la seda puede conseguir. Esa calidad es lo que me identi ca».

Relajarse tocando a medianoche en el piano de su dormitorio un nocturno de Chopin es un capricho con el que Adriana puede deleitarse sin preocupars­e de molestar a ningún vecino. Se trata además de su mejor terapia antiestrés. «Lo necesito para calmar la mente y por eso toco todos los días. Otros practican la meditación pero a mí no me funciona. La música, sin embargo, me relaja y me aísla». Tras liberar así la presión cotidiana de la jornada, Adriana encuentra también al refugio de la noche el momento ideal para poder dibujar y diseñar sin interrupci­ones. Ella no se ja límites horarios y el escaso espacio que separa su cama de su despacho también juega un papel importante. «En este trabajo no se puede desconecta­r nunca, siempre tengo el radar activado y mi cabeza está proyectand­o el siguiente movimiento. Por eso cuando me desvelo, sé que justo en la habitación de al lado puedo seguir trabajando con las telas. Algo que en otra circunstan­cia no hubiera sido posible y me hubiera supuesto muchos quebradero­s de cabeza», con esa mientras recorre con la mirada el delicado artesonado de madera del techo, del que cuelga una impresiona­nte lámpara de araña. «Y hacerlo en este escenario contagia además todo el trabajo de un aura muy especial»

Sobre estas líneas, a la izda., apoyadas en un biombo de madera pintado a mano, algunas de las telas que forman parte de la nueva colección de Adriana Iglesias, realizadas en seda multicolor y con motivos orales que ella misma dibuja; en el centro, retrato de la diseñadora en el patio interior de su casa-taller junto a su mascota. A la dcha., la cúpula vidriada sobre la escalinata que da entrada al palacete. En la otra página, frente a un balcón acristalad­o, un sofá cubierto de cojines tapizados con los estampados caracterís­ticos de la rma.

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