IMPLANTES, MODO DE NO USO
Con el mal gusto pasa como con los hijos: nadie ve los suyos feos y todos creemos que nuestro gusto es excelente. Y, sin embargo, lo feo es un puñetazo en la cara que nos golpea a diario y desde todas las esquinas, en forma de exabrupto político, atentado arquitectónico, cantante sincopada o rapado futbolero.
Hace algunos años, combinar cuadros con flores o lunares con rombos solo era aceptable para la túnica del payasito de Micolor, pero hoy, tenemos la mente abierta y dejamos que los estampados fluyan y se mezclen sin prejuicios. Estamos por el mestizaje, en la vida y en la moda. Hemos salido ganando. Hace menos años, el mundo de la moda sufrió una sacudida desde la sociedad civil y se corrigieron los desvíos relacionados con los cánones de belleza. Poco a poco hemos ido integrando la diversidad y reconociendo no solo que la arruga puede ser bella, sino también el pelo blanco y la piel del color que sea. No hay una sola belleza sino muchas, y lo celebramos. Pero desde hace muy pocos años, asistimos impávidos a un nuevo fenómeno, alentado desde el machismo de ciertos estilos musicales y el mal gusto de algunas féminas, que las hay, y que lo tienen, y que hacen de su cuerpo una bandera ‘ostentórea’, que diría el añorado Jesús Gil,
confundiendo la libertad sexual con la esclavitud estética, y lo llamativo por su suntuosidad con lo estridente y retumbante.
Los reality shows y la industria musical han sido el caldo de cultivo de esta nueva tendencia de abuso salvaje del implante. Cirujanos poco escrupulosos, esteticistas sin gusto y mágicas aplicaciones digitales son las herramientas de este desaguisado que ha transformado la imagen femenina: de mujer de carne y hueso a heroína de manga. Una hipersexualización cimentada en el implante: glúteos sobredimensionados y pechos gigantescos en cuerpos de cinturas diminutas, pestañas de muñeca, cejas tatuadas o injertadas pelo a pelo, uñas de gata, exageradamente largas y afiladas, y labios restallantes a base de inyecciones. Todos estos aditamentos se ven aún más artificiales gracias a programas de retoque al alcance de cualquiera, en tu bolso, en tu móvil. La imagen es menos real que nunca, pero qué importa en el mundo de lo virtual.
Hace muchos, muchos años, la imagen de esas mujeres supuestamente libres se calificaba con una sola palabra: vulgaridad. ¿Alguien se acuerda de Lolo Ferrari? El look de muchos de estos nuevos iconos femeninos se acerca peligrosamente al de aquella actriz porno considerada como un fenómeno. ¿Y de Divine? Era la encarnación del mal gusto, pero voluntariamente transgresor, canalla y divertido. Hoy, no tendríamos segunda ni tercera lectura. Cualquiera de ellas podría ser la aclamada embajadora de una marca de cosméticos, o incluso de alguna firma de moda de lujo de las que arrastran un legado de casi cien años... de buen gusto