EL VALOR DE LO EXCÉNTRICO
PLÁSTICO, RESINAS, RETALES... LA NUEVA BISUTERÍA APELA A LA ANTIGUA MAGIA DE LA ALQUIMIA PARA TRANSFORMAR MATERIALES DE DESECHO EN OBJETOS DE DESEO.
Desde aquellas cafeteras de juguete convertidas en pendientes por Antonio Alvarado, para mayor gloria estilística de María Barranco en la almodovariana Mujeres al borde de un ataque de nervios ( ), el mundo no había asistido a otro momento semejante de joyería-basura. Hasta que llegaron los tapones de botella de agua mineral de PVC de Balenciaga, otro órdago provocador de la firma que comanda Denma Gvasalia, parte de una colección que viene a recordarnos que los desechos de unos son el oro para otros. «Una joya es complicada de trabajar –responde el diseñador Johnny Coca, gran coleccionista de bisutería por cierto-. Cuando se trabaja en un diseño particular se talla, se suelda, se mecaniza... hay mucho trabajo que requiere mucha atención para lograr una alta calidad. Es cierto que el diseñador puede permitirse alguna extravagancia, pero hay que hacerla bien».
Tradicionalmente, el valor de una joya viene dado por la nobleza de la materia prima antes que por la originalidad o alcance artístico/vanguardista de su diseño. Metales y piedras preciosos han sido la frontera que separa la orfebrería fina de la que siempre se ha tenido por su expresión (imitación, si se quiere) barata, la bisutería. Sí, el lujo también son el latón, el plástico e incluso la sarga. «La nueva generación [de consumidores] quiere otro tipo de joyas, más modernas. Aquí gana la marca que primero se dé cuenta de la situación, algo que nosotros ya intuimos hace dos años, rompiendo las reglas», expone Maurizio Pisanu, director de la división de merchandising joyero de Gucci. En efecto, el barroco y onírico universo de Alessandro Michele encontró pronto su propio espacio en la llamada ‘ joyería de moda’, eufemismo para la bisutería apegada a las colecciones de prêt-àporter y las tendencias, hasta el punto de convertir sus excéntricas piezas de regusto viejuno (del Renacimiento a la época victoriana, pasando por la inspiración etrusca o modernista), cuajadas de cristales y perlas falsas sobre latón, en una seña de identidad más de la casa. El inteligente movimiento de Michele, sin embargo, ha sido ahora trasladar ese mismo concepto a la alta joyería, con precios que se disparan hasta los ¢£.£££ euros. «Hoy en día ya no hablamos de bisutería sino de joyería como tal, que tiene carácter y donde el valor agregado del trabajo es reconocible. Cada casa trabaja en códigos y creaciones extremadamente identificables», comenta Coca, director creativo de Mulberry, cuyas obras destacan por los tamaños exagerados y las formas arquitectónicas.
Fue en el siglo XVIII cuando empezaron a proliferar las primeras piezas ‘ de fantasía’, realizadas en vidrio, tan preciosistas como frágiles. La Revolución Industrial del XIX demostraría a la postre que la bisutería no ha dejado de
adaptarse a la evolución de la sociedad –y de la tecnología–, al convertirse en la opción preferida de las mujeres de la naciente clase media, que descubrieron que las piezas metálicas podrían ser igual de vistosas y lucidas que las realizadas en materiales nobles (y más baratas, claro). A partir de la segunda mitad del siglo XX, con la llegada del plástico y de aleaciones como el zamac (zinc, aluminio, magnesio y cobre), no solo se adueñó de la nueva forma de pensar la moda como producto de consumo masivo, sino que también sirvió a artistas como soporte expresivo. Esa mágica alquimia que transmuta desechos y hasta basura en elementos preciosos y valiosos, reaparece esta temporada entre evidentes homenajes ochenteros y esa inevitable conciencia de lo sostenible. Los muñecos de Superman y Batman que cuelgan en los pendientes, de nuevo, de Balenciaga; los juguetes devenidos anillos de Maison Margiela; los aros con retales colgantes de Marine Serre o recubiertos de tela y macramé de Jonathan Anderson en Loewe; la quincallería hojalatera en forma de pulseras y brazaletes de Marni y Alexander McQueen; las plásticas tarjetas corporativas en plan broche de Prada y las pesadas cadenas industriales de Miu Miu... La tendencia sigue la artística senda del ready-made en piezas cuyo valor, más allá del precio, reside en una extravagancia que apela a los gustos milénicos. No es extraño que, en su último informe, la consultora de mercados Allied Research haya cifrado el negocio global de la joyería de moda en . millones de euros para