VOGUE (Spain)

CARTA DE LA DIRECTORA

CON OTROS OJOS

- EUGENIA DE LA TORRIENTE

Las exposicion­es de moda están de moda. En los 148 años de historia del museo Metropolit­ano de Nueva York ninguna muestra ha sido más vista que Heavenly Bodies, que en 2018 registró más de 1.600.000 visitantes. No es tontería batir a Tutankamón, cuyos tesoros se mantenían firmes en esa misma plaza desde 1978. Y eso que ya en aquella época el museo sabía lo que era organizar exitosas exhibicion­es del tema gracias a Diana Vreeland. «Hasta 1973, el ámbito del vestuario en los museos estaba latente y enrarecido», explica Diana Vreeland: Immoderate

Style. «Un aura de anticuario amortajaba cualquier exposición de indumentar­ia que no lograba, por más intentos y propósitos, audiencia alguna más allá de unos pocos especialis­tas». Vreeland aportó su instinto para la narración dramática al comisariad­o y al montaje. Ya desde su primera muestra, dedicada a Cristóbal Balenciaga, atrajo a una nueva y entusiasta parroquia. No solo porque sus exposicion­es anuales en el museo rondaran el medio millón de visitantes, sino porque la gala de inauguraci­ón se convirtió en la joya de la corona de la escena social neoyorquin­a (hoy, planetaria).

El furor por las exposicion­es de moda en grandes museos podría considerar­se una de las más exitosas colaboraci­ones entre el arte y nuestra industria pero en este diálogo también surgen aristas. Acaso una demostraci­ón de lo complicada que resulta esta relación (¿y cuál no?). La propia Vreeland lo vivió cuando decidió dedicar la muestra de 1983 a Yves Saint Laurent, un diseñador de 47 años en plena actividad comercial. Una elección discutida en términos parecidos a los que suscitó el tributo que el Museo Guggenheim dedicó a Giorgio Armani en el año 2000. El comisario Germano Celant se anticipaba entonces a la polémica: «En los últimos 20 años el arte contemporá­neo se ha dedicado al cuerpo. Después de haber pasado tanto tiempo centrado en esta primera piel es normal que ahora prestemos atención a la segunda, el vestido. Su seducción también forma parte de la historia del arte contemporá­neo». Preguntado sobre si sus trajes tenían derecho a compartir espacio con obras de arte, el homenajead­o mostraba su malestar. «Me lo han dicho muchas veces y me molesta. Parecemos pretencios­os al hacer arte con moda, pero pienso que si conseguimo­s crear una emoción es una forma de arte».

En ciertos aspectos este romance responde a un patrón muy literario. La moda corteja al arte con ansiedad, ya que anhela su autoridad cultural. Él acepta los beneficios que ella le aporta, pero la observa con desdén. Lo sufrió el director de arte Alexander Liberman cuando su trabajo pictórico empezó a exhibirse en galerías respetable­s. «Los críticos le dejaron claro que no podía trabajar en Vogue y al mismo tiempo tener una carrera como artista», explica Charles Churchward en

It’s Modern. Hoy las colaboraci­ones entre artistas y grandes marcas de lujo así como entre diseñadore­s e institucio­nes culturales son tan habituales que han dejado de suscitar controvers­ia para ser aceptadas como un nuevo mecenazgo. En un tiempo en el que hasta una hoja de Excel sueña con ser

creativa, el aspecto comercial que entraña la moda parece encontrar menos escollos en su carrera hacia la legitimida­d cultural.

Son aspectos de los que hemos hablado al construir este número que anualmente dedicamos al arte. En estas páginas creamos imágenes a partir de figuras que nos inspiran como Georgia O’Keeffe, viajamos a Palermo para avanzar tendencias de temporada, identifica­mos a las artistas más cotizadas del mercado y descubrimo­s cómo convive con sus obras una mecenas como Ella Fontanals-Cisneros. También damos carta blanca a la sevillana Coco Capitán para retratar al equipo de fútbol femenino del FC Barcelona en línea con nuestra apuesta por el talento femenino para 2019. Su mirada aporta una innegable frescura y me hace pensar que tal vez esa es la principal aportación que el arte puede hacer a la moda: la capacidad para observar las cosas de otra forma y hacerse nuevas preguntas. Y, tal vez así, obtener de vez en cuando respuestas distintas �

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