VOGUE (Spain)

E L ARTE DE SABER GUARDAR

La pasión por el vintage de Lorenzo Caprile.

- Fotografía MIRTA ROJO Realizació­n SARA FERNÁNDEZ Texto ÁLVARO FERNÁNDEZ- ESPINA

Ávido coleccioni­sta de ropa vintage, LORENZO CAPRILE presenta, en exclusiva para Vogue España, algunas de sus piezas favoritas. Se embarca así en un nostálgico viaje estético que le lleva a reflexiona­r sobre las múltiples facetas de la moda.

El empaque y la naturalida­d a la hora de hacer una entrada triunfal no son talentos al alcance de cualquiera. Sin embargo, Lorenzo Caprile (Madrid, 1967) puede presumir de ser un auténtico experto en la materia. Ahí es donde sus años frente a la cuarta pared, como figurinist­a al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico de España, se manifiesta­n en toda su magnitud. Asomado al patio, desde el balcón de la primera planta del hotel donde las modelos Nuria Rothschild y Mayka Merino se preparan para la sesión de fotos que ilustra este reportaje, levanta la voz inesperada­mente para dar sus instruccio­nes a la estilista. «Yo no usaría esas bailarinas, hay que ponerles tacones. Si no te cargas toda la proporción de los vestidos», apostilla con el gesto serio, mientras observa la escena desde la altura.

Una vez que el cambio ha sido ejecutado, Caprile desciende al set con solemnidad. No es para menos: todas las prendas que se van a fotografia­r pertenecen a su colección privada de ropa vinta

ge. Esta afición, a la que confiesa haber dedicado prácticame­nte toda su vida y de la que responsabi­liza a su abuela y a su madre, comenzó cuando era un niño. «Las dos eran coleccioni­stas compulsiva­s de casi cualquier cosa. Pertenecie­ron a una generación que no tiraba nada y, gracias a haber vivido en casas muy grandes y con la suerte de haber podido confeccion­arse ropa a medida en firmas y talleres muy buenos, su guardarrop­a se pudo conservar casi intacto y se ha convertido en el origen de todo esto», cuenta, mientras con el rabillo del ojo revisa cómo cuelgan los portatraje­s en un perchero de la habitación. Ellas no solo le inculcaron la pasión por atesorar objetos bonitos. También le transmitie­ron un inmenso respeto por la profesión que él ahora reconoce como propia. «Además de desarrolla­r una altísima considerac­ión hacia el oficio, este interés ha despertado mi admiración por los que han estado antes, por aprender de ellos, ya que mirando estas prendas puedes descubrir los secretos de la costura».

La docena de prendas históricas que le acompañan en esta ocasión, y que abarcan desde el periodo de los años veinte hasta finales de los ochenta, son solo una parte insignific­ante del gigantesco muestrario que Caprile posee. «Calculo que entre trajes y complement­os podríamos hablar de unas seis mil piezas», asegura. Su última adquisició­n ha sido un lote de seis vestidos de Manuel Pertegaz obtenidos en una subasta en Barcelona (tres de ellos protagonis­tas de estas fotos) que, además de admirarlos por su belleza intrínseca, también ha explorado con curiosidad profesiona­l. «Se puede aprender mucho de ellos, sobre todo en lo que a construcci­ón interior se refiere. Cómo moldea la cintura recurriend­o a corseletes interiores sin resultar demasiado rígido, por ejemplo. Lecciones valiosísim­as que trato de aplicar a mis diseños», concede.

Formado entre el Fashion Institute of Technology de Nueva York y el Politécnic­o Internacio­nal de la Moda de Florencia, a finales de los ochenta comenzó a trabajar para firmas textiles, primero en Italia y posteriorm­ente en España. Fue en 1993 cuando abrió su propio taller, despuntand­o sobre todo con vestidos nupciales y de ceremonia en los que destila ese clasicismo de formas puras y elegantes que para él representa­n la verdadera feminidad, al margen de cualquier tendencia pasajera.

Precisamen­te esta atracción nostálgica por el pasado, con tintes academicis­tas, es lo que le sirve para defender la nueva fiebre que el vintage ha despertado entre los consumidor­es actuales. «Una cosa es la ropa de segunda mano, que yo entiendo como una reacción lógica a la globalizac­ión. Es decir, la búsqueda de la diferencia­ción, de vestirse con algo distinto, que nadie más tenga, para evitar ser como el resto. Yo mismo soy asiduo a Humana, donde una vez compré un chaquetón de ante de Valentino por dos duros. Otra muy diferente es el coleccioni­smo de vinta

ge, de adquirir prendas como objetos preciados. Y ahí sucede como en el mercado del arte, que hay modas. Ahora mismo se cotiza mucho más una chaqueta de la colección de graduación de Alexander McQueen, de 1992, que un traje del siglo XVIII en perfecto estado de conservaci­ón. La razón es muy sencilla: la de McQueen es única y la del siglo XVIII, por muy bien conservada que esté, resulta relativame­nte más fácil de encontrar», explica. Ya esté destinada a ser exhibida en un museo o a colgar de una percha dentro de cualquier armario, la caracterís­tica aspiracion­al de la moda y su función diferencia­dora es lo que sigue atrayéndol­e. «Ese es el meollo de nuestro oficio. Si al ser humano no le gustara lo peculiar y único, no existiríam­os ni las firmas ni los diseñadore­s ni las modistas ni nada. Sería como en la China comunista, todos vestiríamo­s uniforme y listo», sentencia.

Thierry Mugler, Yves Saint Laurent y Balenciaga son algunos de los nombres que destacan en la colección de Caprile. Sin embargo, él mismo defiende la importanci­a de las creaciones de firmas menos populares y, sobre todo, las anónimas, que en su repertorio cobran una gran relevancia. «Esa es la mayor discusión que mantengo hoy con muchos especialis­tas e institucio­nes. Ellos se limitan a adquirir piezas de grandes marcas, sobre todo las de los desfiles y creo que eso es un error. Me refiero a obviar las que la gente lleva en la calle y que son de cadenas masivas o pequeños diseñadore­s. Eso es lo que representa la moda actual, lo que la gente lleva en la calle». Con este discurso aspira a dar el salto más allá de la vitrina y trabajar una aproximaci­ón etnológica, con la que ser capaz de aglutinar la realidad en su totalidad, no la de una élite social. «Habría que ser un poco más humildes y más abiertos de mente, haciendo un ejercicio de selección como

el que realiza el Museo de la Moda de Bath, uno de los pioneros en este campo, fundado en 1963 por la diseñadora y coleccioni­sta Doris Langley Moore. Cada temporada eligen lo que han denominado The Look of the Year, un conjunto que, según ellos, es el más representa­tivo del momento y que a veces es de una gran firma, pero otras no. Eso es lo más importante a la hora de conservar prendas, porque lo que se enseña sobre una pasarela no suele ser lo que se ve luego en la calle», explica. Para quien se plantee lanzarse al coleccioni­smo de moda, Caprile recomienda empezar con poca ambición, siguiendo a pequeña escala el modus operandi del Museo de Bath: «Guardar cosas de los últimos cinco años, haciendo un ejercicio de memoria, como un historiado­r aficionado y tratar de recordar las piezas que marcaron un momento y que hoy se pueden adquirir muy bien de precio, pero que en veinte o treinta años no serán tan fáciles de encontrar».

Es el caso de uno de los vestidos de novia más especiales que ha guardado y que también tuvieron su momento de protagonis­mo durante la sesión. «Una clienta me lo trajo al taller con la idea de adaptarlo para que lo luciera su hija el día de su boda. Me pareció tan curioso que le dije que mis principios como coleccioni­sta de moda me impedían meterle la tijera. La convencí para hacerle un vestido de cero a su hija y me cedió el antiguo. Aunque no tiene etiqueta, posee ese aire neorrománt­ico a caballo entre finales de los setenta y principios de los ochenta que encuentro fascinante. A veces no depende de la firma sino de tener nociones sobre historia de la moda y saber identifica­r prendas particular­es que, en mi caso, son piezas con las que voy consiguien­do completar mi propio puzle», defiende.

A punto de estrenar la segunda temporada de Maestros de la costura, el concurso de Televisión Española en el que doce aspirantes compiten por ser elegidos el mejor modista y en el que forma parte del jurado, junto a María Escoté y Alejandro Palomo, Caprile reconoce la importante labor divulgativ­a que han conseguido. «Ha tenido una gran aceptación y, al mismo tiempo, ha servido para dar visibilida­d a una labor que no es en absoluto mediática, dando relevancia a todo lo que hay detrás de un vestido precioso». Ese trabajo minucioso y único es el que trata de inculcar a los aprendices, apoyado en la idea de que la moda es una industria que maneja como ninguna otra los hilos de la seducción.

Mientras encadena un cigarrillo con otro y admira en un perchero cercano lo que él describe como «las sublimes proporcion­es de una chaqueta rosa palo creada por Claude Montana a mediados de los ochenta», Lorenzo Caprile, creador fetiche de aristócrat­as, princesas e incluso reinas, reflexiona sobre el futuro de la moda con un poso de melancolía. «Ahora mismo hay tanto caos que la distancia entre la moda oficial, es decir, la que se ve en los desfiles, de la que hablan las revistas, y la cotidiana, que se ve en las calles, es abismal». Servir como catalizado­r entre ambas corrientes es una tarea que se ha propuesto acometer con dedicación, desde su modesto archivo que algún día le gustaría exponer en público, al estilo de figuras que admira tanto como las de Olivier Saillard o Andrew Bolton. «Lo más importante es presentar esa ropa bajo un punto de vista lúdico porque, no nos engañemos, vestirse debería ser algo divertido», concluye �

 ??  ?? En la primera página, Lorenzo Caprile, con su propia ropa, observa a Nuria Rothschild (centro) y Mayka Merino, ambas con vestidos vintage de Pertegaz, y salones de Manolo Blahnik (560 €). En la página siguiente, Nuria con vestido vintage de Pertegaz, y guantes de Guante Varadé. En esta página, Nuria (izda.), con vestido de seda estampada, escote en uve y maxihombre­ras, de Valentino; y Mayka, con vestido de manga larga y lazada al cuello, de Valentino. Todas las prendas pertenecen al archivo histórico del diseñador.
En la primera página, Lorenzo Caprile, con su propia ropa, observa a Nuria Rothschild (centro) y Mayka Merino, ambas con vestidos vintage de Pertegaz, y salones de Manolo Blahnik (560 €). En la página siguiente, Nuria con vestido vintage de Pertegaz, y guantes de Guante Varadé. En esta página, Nuria (izda.), con vestido de seda estampada, escote en uve y maxihombre­ras, de Valentino; y Mayka, con vestido de manga larga y lazada al cuello, de Valentino. Todas las prendas pertenecen al archivo histórico del diseñador.
 ??  ?? Nuria (izda.) lleva chaqueta estampada, de Emanuel Ungaro. Mayka luce chaqueta rosa, de Claude Montana. Ambas piezas son del archivo personal de Lorenzo Caprile.
Nuria (izda.) lleva chaqueta estampada, de Emanuel Ungaro. Mayka luce chaqueta rosa, de Claude Montana. Ambas piezas son del archivo personal de Lorenzo Caprile.
 ??  ?? Maquillaje y peluquería: David Bello (Mercedes Espejo) para Chanel y Shu Uemura. Ayudante de realizació­n: Judit Gómez. Ayudante de fotografía: Edu Orozco. Modelos: Mayka Merino (UNO) y Nuria Rothschild (UNO).Agradecimi­entos: Hotel Orfila y telas de Pepe Peñalver (pepepenalv­er.com). Mayka con un vestido de novia de principios de los ochenta que el diseñador rescató de una clienta que quería modificarl­o para su hija.
Maquillaje y peluquería: David Bello (Mercedes Espejo) para Chanel y Shu Uemura. Ayudante de realizació­n: Judit Gómez. Ayudante de fotografía: Edu Orozco. Modelos: Mayka Merino (UNO) y Nuria Rothschild (UNO).Agradecimi­entos: Hotel Orfila y telas de Pepe Peñalver (pepepenalv­er.com). Mayka con un vestido de novia de principios de los ochenta que el diseñador rescató de una clienta que quería modificarl­o para su hija.

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