VOGUE (Spain)

CARTA DE LA DIRECTORA

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No parecía tan difícil de conseguir. Yo solo quería sonrisas. La idea era que este número de marzo transmitie­ra la alegría de vivir y de vestir que recorre la moda de esta primavera. Para mí es el más relevante mensaje que se esconde en la proliferac­ión de colores espídicos como el amarillo y el naranja, en la constante evocación de la frivolidad y el hedonismo de los años ochenta en forma de pantalones ciclistas o minivestid­os, así como en el inusitado interés por llevar plumas, volantes y lunares a cualquier hora. Esta temporada es una simpática fiesta que invita a mirar el lado bueno de la vida, ese que tantas veces parece esconderse. Y queríamos que las modelos, los personajes y los temas evocaran ese espíritu, con la ropa y la puesta en escena y, también, con una sonrisa.

Me gusta mirar estas páginas y constatar que hemos logrado crear imágenes que destilan optimismo, felicidad y actitud. Y también me hace bastante gracia recordar lo mucho que ha costado. Trabajar en este número ha supuesto toparse con algunos de esos clichés y situacione­s que tan risibles resultan vistos desde fuera de esta industria. La moda es ese curioso lugar en el que se puede sonreír con los pies, el pelo y la ropa, pero no con la boca. Como bien explica Begoña Gómez Urzaiz en su análisis Sonría, es solo moda, hay incontable­s teorías que abundan en la prevalenci­a del gesto adusto, lánguido o llanamente triste sobre la mueca feliz en los desfiles y sesiones de fotos de las últimas décadas. La más sencilla tiene que ver con la necesidad de elevarse de lo mundano y de lo accesible –donde acecha el fantasma de lo comercial– para situarse en un plano más elitista, más lujoso y, claro, trascenden­te.

No creo ser sospechosa de discutir la seriedad de la moda ni de querer arrebatarl­e un ápice de su profundida­d, alcance, significad­o y legitimida­d cultural. Pero hay un momento para todo y este es, precisamen­te, el de disfrutarl­a en su vertiente más lúdica. Cuando la realidad nos envuelve en un manto de temor e incertidum­bre, hay que aprovechar la capacidad del vestir para alegrarnos el día. Es también una oportunida­d para recordar que la felicidad no es solo para el que lleva el traje, sino también para el que lo sueña y lo crea. Hasta Cristóbal Balenciaga, el maestro de la moda seria, era un hombre con sentido del humor en su vida privada. Como bien dice Wes Gordon, apóstol de la ropa feliz y nuevo director creativo de Carolina Herrera New York: «Si eres una marca que celebra la vida, tienes que disfrutarl­a». Yo me apunto a eso �

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