EL CHALECO (AMARILLO)
Hace diez años se lanzó en Francia una genial campaña de publicidad institucional. El protagonista era el también genial Karl Lagerfeld, con la imagen impecable a la que nos tiene acostumbrados –corbata de lazo, traje negro y rostro impertérrito– rematada con un complemento que desentonaba: un chaleco amarillo reflectante de los de todo a cien. El objeto de la campaña, del organismo equivalente a nuestra Dirección General de Tráfico, fue un éxito total a pesar de que glosaba las características de la prenda que nos vendía sin literatura ni piedad: «Es amarillo, es feo, no pega con nada, pero puede salvarte la vida». La propuesta estética/salvadora de Lagerfeld caló tanto y tan hondo que, desde entonces, no hay francés que no lleve un chaleco amarillo guardado en el capó, al lado del gato y la rueda de repuesto. Desde hace unos meses, muchos se lo han colocado cada fin de semana. ¿Quién iba a imaginar que una prenda cuya única función era ser visto para evitar accidentes en las carreteras iba a convertirse en el emblema de una revuelta popular? Malditos publicitarios, que diría Macron. El chaleco amarillo ha traspasado su propia utilidad para convertirse en una seña de identidad: la de todo un grupo social. Como en su día la parka verde de los mods, la cazadora de cuero de los punks, el polo y las perlas de los niños bien. Las prendas y complementos con que nos cubrimos, nos definen. Un trozo de tela diminuto puede ser revolucionario, como la minifalda de Mary Quant. Pueden ser el estandarte de un movimiento, como los chalecos amarillos o el símbolo de una reivindicación, como los sujetadores que quemaban las feministas del siglo pasado. Un estilo, como el de los hippies, también es capaz
de cambiar el curso de una generación y de toda una sociedad. Pero, además, la moda es un fenómeno de ida y vuelta. La moda recoge lo que encuentra en la calle, lo interpreta y lo devuelve convertido en objeto de deseo para otro grupo social. Visita las cárceles y encumbra los pantalones caídos de los presos a los que se les priva de cinturón. Sube a las pasarelas la ropa deportiva. Escruta, chupa, devora. Transforma y sublima, convierte en arte lo que no tiene más que utilidad. No sería tan raro que esos mismos chalecos que promocionó Lagerfeld, y que han saltado a las calles para convertirse en el símbolo del malestar de una parte de la población francesa, vuelvan al universo del diseñador que tan brillantemente, y para otro uso, los promocionó. Casi imposible que los veamos en un desfile en el Grand Palais, pero, atención a las colecciones de Katharine Hamnett, Vivienne Westwood o Vetements. ¿Chaleco amarillo como tendencia? Veremos lo que nos trae el 2019 �