VOGUE (Spain)

EL HOMBRE TRAS EL NOMBRE

- Fotografía NICO BUSTOS Texto NUALA PHILLIPS

Javier Bardem se encuentra con su maestro y amigo Juan Carlos Corazza.

Cuando JAVIER BARDEM fue aceptado en la academia de actores del director JUAN CARLOS CORAZZA nunca imaginó que acabaría sellando una amistad de por vida con su mentor. A lo largo de estos 30 años, su maestro lo ha visto crecer, forjarse una carrera y, también, enamorarse. Hoy, los dos regresan al estudio donde empezó todo y en el que durante tres décadas han reído, llorado y comido galletas hasta bordar cada uno de los papeles del actor.

Pongamos que organizamo­s un encuentro entre Javier Bardem, ganador de un Oscar y estandarte del talento patrio en Hollywood, y Juan Carlos Corazza, reputadísi­mo director de actores argentino y mentor del primero. Pongamos que al llegar al Estudio Corazza de Madrid, el punto acordado para dicha cita, ninguno aparece. Tensión. Drama. Risas nerviosas. Irónicamen­te, de eso mismo iba a tratar el encuentro: del drama, la comedia, la actuación en general y la evolución de ambos a lo largo de treinta años de carrera como maestro y discípulo. Y de eso, por suerte, acaba yendo todo cuando finalmente los localizamo­s. «Javier ha llegado pronto, están los dos en el despacho de Juan Carlos», chiva alguien. «Han estado hablando de un papel que está preparando Bardem», confiesa más tarde Betina Waissman, esposa de Corazza y también profesora en el estudio homónimo al preparador.

La anécdota es solo eso, una anécdota. Pero también el reflejo de la estrecha e íntima relación que une al actor con el director, desde que un Bardem adolescent­e cruzase las puertas de esta academia con solo 19 años. «De lo que más me acuerdo de esos primeros años es de la entrevista de Javier durante la prueba de admisión de la escuela: ‘Quiero estudiar aquí porque si no, con esta pinta, me van a dar siempre papeles de policía’», ríe el director, enfatizand­o su acento para el apostillad­o final: «Yo solo pensé: ‘¿Por qué le iban a dar papeles de policía a este chico?’». «¡En todo caso de ladrón!», interrumpe Bardem entre risas.

Apuntaland­o ambos flancos del escritorio de Corazza, los dos se asemejan más a viejos colegas que coinciden en un reencuentr­o de colegio que al mentor y pupilo que en realidad son. Lo que comenzó como un vínculo profesor-alumno más, se ha convertido hoy en una relación cercana a la de una pareja artística que consigue retomar el tiempo perdido con cada nuevo papel del actor. «El margen con el que preparamos los papeles varía mucho», explica Bardem. «La preparació­n tiene que ver con algo así

como cargar el tanque: llenarse de gasolina para poder conducir en la dirección que luego el director va marcando», continúa Corazza. Un trabajo que pasa por buscar detalles, destripar el guion, repasar cada momento y estudiar cada acción del personaje en un ejercicio de inmersión absoluta en el que se alcanzan todas las emociones del diccionari­o y, también, alguna risa para el recuerdo. «Se hace de todo. Desde comer galletas hasta acabar bailando en una escena en la que supuestame­nte tenemos que estar llorando... Puede pasar de todo, pero al final salimos con el trabajo hecho», admite Bardem para carcajada de ambos.

Javier y Juan Carlos. Juan Carlos y Javier. Juntos han navegado por cada uno de los papeles de la carrera del actor: los del ascenso a la fama, los que han llegado de la mano de Hollywood y, también, los de aquellos tiempos en los que Javier Bardem todavía tenía que presentars­e con nombre y apellido. «Me acuerdo de un día en el que antes de empezar una clase trajiste a un par de jóvenes que iban a filmar una película contigo. Ahora lo pienso y uno era Jordi Mollà y la otra, Penélope Cruz», desliza Corazza que, curiosamen­te, años más tarde se convertirí­a en testigo de primer orden de la evolución de los actores dentro y fuera de

la pantalla. «Estábamos hablando de fechas para la preparació­n de Vicky, Cristina, Barcelona con Javier cuando me llamó Penélope para ver si podía trabajar con ella en su personaje. En determinad­o momento de la preparació­n les dije: ‘¿Queréis trabajar algunas escenas que vais a tener juntos?’. Y recuerdo que me pareció que más allá de esa relación turbulenta que interpreta­ban, había una relación de actores y de seres humanos muy luminosa. Tan luminosa que me despertó mucho la imaginació­n», bromea.

Parece obvio que dejar fuera lo que es de fuera y dentro lo que pertenece a dentro se antoja más difícil cuando el instrument­o de trabajo son las emociones propias. Aunque, tal y como se apresura a desmentir el actor, también en ello trabajan juntos. «Esto es algo que Penélope y yo hemos comentado mucho, que gracias a Juan Carlos hemos aprendido a poder salir y entrar. A poder ‘desidentif­icarte’ de lo que estás creando. Tú vas, das forma a algo y te vas. Ya está».

De donde no ha querido irse nunca el actor es del amparo de su maestro. Ni cuando trabajó con los hermanos Coen ni cuando lo hizo con Sam Mendes ni, como ya ha quedado claro, cuando lo hizo a las órdenes de Woody Allen en Vicky, Cristina, Barcelona. «A algunos se les eriza el pelo cuando les digo que quiero estudiar el papel con Juan Carlos, otros lo entienden mejor. En este país prepararse era sinónimo de debilidad, de limitación, de no saber. Ahora las generacion­es más jóvenes entienden que hay que pasar por la preparació­n. Que no vale solo con ser espontáneo», reconoce. «Es como los futbolista­s que se preparan para un partido, es bueno y además se mantienen en forma. Es respetable que algunos no quieran hacerlo, pero yo creo que hay que respetar a quienes sí quieren», desarrolla el director.

De que Bardem quiere, de que los dos quieren –y mucho– no queda atisbo de duda cuando se les observa desgranar la profesión y sus mieles a dos bandas. Las palabras respeto, cariño o privilegio se repiten en más de una ocasión para referirse a la actuación como forma de vida. Todo, pese a que en un momento dado Corazza juega al villano y comienza a recitar preguntas incómodas a su interlocut­or como una apisonador­a filosófica difícil que saciar: «¿Sirve para algo la actuación? ¿Sirven para algo los trabajos de Brando? Después de una actuación de Meryl Streep, ¿se vuelve mejor el espectador? ¿No será que somos todos un poco creídos y pensamos que estamos haciendo una aportación social cuando es solo nuestro ego inflado?». El interrogat­orio deriva en reflexión y debate, y culmina con el director sonriendo al son de sus palabras: «Estoy haciendo de malo». Ya adelantába­mos que habría tensión, drama y risas incómodas.

Sin embargo, es ahí precisamen­te, entre esas interrogac­iones, donde la magia que despierta Corazza en sus alumnos –la misma que ha llevado a Bardem a no tener que presentars­e– se despierta. En este estudio, cuestionár­selo todo es lo único que no se cuestiona. «La única técnica en la que yo creo y en la que realmente trabajo de forma exclusiva es en hacerse preguntas», reconoce él. Bardem asiente: «Es verdad» �

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Estilista: Vito Castello. Maquillaje y peluquería: Helena Liébanas para Chanel y ghd. Asistente de fotografía: Lorenzo Profilio.

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