PENELOPE Y LA MODA, UNA HISTORIA DE AMOR
Corría el año 1991. ¿O era el 92? Un redactor del programa de cine de Canal + editaba una pieza sobre el rodaje de la última película de Bigas Luna en el desierto de los Monegros. En aquella minúscula salita de edición de Torre Picasso me mostró, emocionado, las imágenes de una actriz debutante que le había encantado. Jovencísima, larga melena morena, pizpireta... Jamón, jamón devolvió a Bigas al firmamento, recuperó para el séptimo arte a las divinas Anna Galiena y Stefania Sandrelli, pero, sobre todo, lanzó a aquella adolescente, Penélope Cruz.
Poco después rodó Belle Époque. La película de Trueba llevó, directamente a Penélope y a todo el equipo, a los Oscar. Se alzaron con el premio del 93, en el 94, y desde entonces, fue un no parar. Con una mezcla única de dulzura y tenacidad, de belleza y talento se convirtió en la actriz del momento, la actriz que cualquier director de cine, de Colomo a Almodóvar, de Trueba a Amenábar, deseaba para sus proyectos. Pero, sin descuidar la interpretación, Penélope estaba atenta a su imagen, la materia prima con la que trabajan los actores. La niña, casi adolescente, dio paso a una mujer esplendorosa que, a su vez, hacía soñar a las niñas, como la que ella había sido muy poco antes. Era otra cosa, cada vez que Penélope salía en una revista, en la televisión.
Creo recordar que coincidió con Allegro, ma non troppo, de Colomo, Penélope se cortó el pelo y se vistió de Chanel. Mayoría de edad, en el cine y en la vida. Luego vino El amor perjudica seriamente la salud y la historia de amor de Penélope con la moda comenzó a discurrir en paralelo a su carrera. El resto, es historia. Se marchó a Estados Unidos, y allí, se rindieron a su belleza, la de una moderna Audrey Hepburn con un toque de picardía y de gracia mediterránea. Enamoró al Vogue norteame