Nigma TALIB y Kelly BROGAN
Puede que las doctoras Kelly Brogan y Nigma Talib flanqueen el Atlántico desde sus respectivas clínicas de Nueva York y Londres. Que sus disciplinas –psiquiatría holística en el caso de la primera y naturopatía en el de la segunda– no tengan aparentemente un nexo de unión claro. O que sus caminos no se hayan cruzado antes. Pero lo cierto es que ambas comparten más de lo que se intuye en un primer golpe de vista: una carrera entregada a los hábitos de vida saludables, una dilatada lista de pacientes VIP y, en última instancia, una filosofía común que pasa por defender que nuestra alimentación afecta directamente a nuestra salud. Ya sea esta física o mental.
De ahí que cada una de ellas haya desarrollado un método personal, cuyo fin no es otro que el de recuperar el equilibrio necesario en nuestro organismo. Como herramientas, dos dietas muy similares cuyos beneficios, aseguran, están claros: piel radiante, salud de hierro y, también, estabilidad emocional. Pero, ¿se puede realmente causar semejante impacto en nuestras vidas solo comiendo más verdura? Como era de esperar, el asunto es un poco más complejo. De ahí que Brogan y Talib hayan accedido a conversar, desgranar los entresijos y, de paso, aclarar la duda definitiva: ¿Cómo afecta realmente lo que comemos a nuestra salud?
K.B. Creo que, hoy en día, la mayoría de nosotros tenemos la sensación de estar en una lucha constante con nuestra salud. Enfermamos, luego mejoramos y volvemos a enfermar. En la literatura médica hay un término para lo que está pasando: desajuste evolutivo. O, lo que es lo mismo: estamos viviendo de la manera que nuestros genes, nuestros cuerpos, e incluso nuestras mentes han evolucionado para vivir, pero enfrentándonos a la toxicidad química, la radiación electromagnética o el estrés de la vida moderna. En mi experiencia, una de las maneras más rápidas y fáciles de reforzar al cuerpo frente a ello es a través de un cambio de dieta. Así que la alimentación es la vía que recomiendo como primer paso para luchar contra ese desajuste evolutivo. N.T. Para mí, lo interesante es que nuestra alimentación nos afecta de todas las formas posibles, de tal forma que todo lo que pongas en tu boca, va a influir en cómo te sientes física, mental y emocionalmente. Para que lo entendamos, el intestino y nuestro cerebro están bastante relacionados entre sí: en nuestra tripa hay células neuronales y ambos, intestino y cerebro, están unidos por un conector llamado nervio vago. Esto hace que cuando estás nerviosa o tienes una cita, sientas mariposas en el estómago. Lo mismo ocurre con lo que comes. K.B. Sí, creo que hoy todos estamos de acuerdo en que el cerebro está también en nuestro intestino. Nos ponemos nerviosos antes de dar un discurso y lo notamos en el estómago. O nos enamoramos y perdemos el apetito. Sabemos que existe una relación directa y los últimos 30 años la ciencia ha estado estudiando esta relación, pero en el sentido inverso: del intestino al cerebro. Y es justo ahí donde el papel de la comida se vuelve decisivo. N.T. Básicamente, cuando comes alimentos que no son buenos para ti, el equilibrio de las bacterias del intestino se desestabiliza, provocando inflamación. Esa inflamación afecta a nuestro estado de ánimo, pero también puede manifestarse de muchas formas, incluida la piel (a modo de irritación cutánea, de acné, eczema, psoriasis...). K.B. Bueno, inflamación es una palabra que ahora escuchamos a menudo y pensamos en ella como algo malo cuando, de hecho, es una forma muy importante de comunicación del propio cuerpo. Es básicamente un mensaje que nos dice que hay una necesidad de equilibrio y que el cuerpo está trabajando para lograr ese equilibrio. Esa inflamación está ahí por una razón. N.T. Una de esas razones, de hecho una de las principales causas, es la ingesta de comida rápida y ciertos alimentos procesados. Por eso con los pacientes que acuden a mí con problemas cutáneos, el primer paso es eliminar los detonadores de la dieta que causan inflamación. Esto es: el gluten, la lactosa, el azúcar y... ¿estáis preparadas? El vino (porque fermenta en el estómago convirtiéndose, esencialmente, en azúcar). K.B. Sí, yo en mi programa recomiendo algo similar. Durante el primer mes, recomiendo incluir verduras y eliminar todos los productos lácteos, excepto la mantequilla clarificada y el ghee (un producto indio); se eliminan también las legumbres, incluidos los cacahuetes y la soja; y el azúcar procesado. No obstante, la fruta, el jarabe de arce y la miel están permitidos. También recomiendo beber solo agua filtrada. Eso significa que no hay café, ni té, ni alcohol. Tras los 30 días iniciales, se incluyen más alimentos, pero mis pacientes nunca vuelven a tomar gluten o productos lácteos de vaca. Puede parecer abrumador, pero yo misma he vivido sin gluten o productos lácteos durante más de una década y es muy fácil. N.T. [Risas] La verdad es que te acostumbras sobre la marcha. Lleva un poco de tiempo al principio, pero una vez que la gente avanza por el buen camino, siempre se encuentran mucho mejor y eso hace que continúen. K.B. De hecho, las primeras dos semanas son las más difíciles, porque vives un reajuste. Pero también tras esos primeros 15 días se empiezan a notar las mejoras, y más todavía, pasadas cuatro semanas. N.T. En mi caso, después de esos primeros 30 días, recomiendo seguir la regla del 80/20. Es decir, el 80% de las veces sigues la dieta, y el 20% haces lo que quieres. K.B. Bueno, yo definitivamente no soy una persona 80/20, pero estoy segura de que para mucha gente hacerlo así es totalmente apropiado. Lo que sí creo es que es importante ser muy estricto los primeros 30 días. Es solo un mes de tu vida y es una oportunidad de obtener mucha información sobre lo que causa el problema de base. N.T. Cuando empiezas a cuidar de ti misma, muchas cosas cambian en tu vida. Nadie puede lograr el equilibrio al 100%, pero hacer todo lo que podamos para lograrlo es el camino a seguir �