VOGUE (Spain)

La moda del futuro mira hacia atrás con deseo.

- Texto BEGOÑA GÓMEZ URZAIZ

¿Mira la moda al pasado con añoranza? Muchos diseñadore­s, así como las redes sociales, nutren sus propuestas con referencia­s de otras décadas. Así es cómo están construyen­do la estética del futuro.

Cómo explicar la ya famosa colección de Celine que ha devuelto a las calles la estética burguesa y ha disparado las ventas de botas altas de piel en colores con nombres de frapuccino? –caramelo, moca, canela–. Fácil, con una foto de Charlotte Rampling vestida de Yves Saint Laurent para Vogue Paris en los setenta. O hasta una de Meryl Streep con la gabardina a medio poner encima de su blusa de seda en Kramer contra Kramer, aunque implique salir de la rive gauche. ¿Y la colección de Vaccarello para Saint Laurent, que ha hecho que quien más quien menos se compre este invierno, si no un minivestid­o de lamé de una sola manga, sí al menos unas medias finas de plumeti? Sencillo también, con un fotograma de The Last Days of Disco, de Whit Stillman. Tumblr, Pinterest –aunque ya no se hable de ella, esta red aún importa porque su contenido alimenta en gran medida las búsquedas de Google Images– y sobre todo Instagram han generado un banco de imágenes global, una especie de panel de inspiració­n compartido que es también el lenguaje internacio­nal con el que se expresa la nostalgia.

Las imágenes ‘antiguas’ –en Instagram ese periodo histórico abarca más o menos desde Ann Margret hasta las Destiny’s Child– funcionan especialme­nte bien y cosechan más likes que las actuales. Cuentas como @90sanxiety, @carolynbes­sette, @historycoo­lkids o @velvetcoke son especialme­nte duchas en encontrar fotos de archivo que conectan con la estética actual.

La autora de @velvetcoke, a la que sus usuarios llaman Velvey –nadie conoce su identidad real– dice ser una estudiante de solo 18 años. Entre sus seguidores en Instagram, destaca gente como Kendall Jenner, Karlie Kloss, Elle Fanning, Penélope Cruz, Juliette Lewis o Carla Bruni. Las fotos que cuelga casi siempre encuentran réplicas en centenares de otras cuentas: Cindy Crawford con vaqueros rectos y jersey de ochos llegando a LAX en 1993, las actrices de Friends con gafas de sol diminutas, la cantante Sade con un jersey de cuello caja y aretes dorados. «Todo puede medirse ahora, así que por supuesto que las marcas, los editores y los anunciante­s están al corriente de lo que tiene éxito en esta red para seguir usándolo», asegura la comisaria y consultora de moda Shonagh Marshall, que cree que cuando Instagram modifique sus funciones y deje de ser tan fácil ver la cantidad de likes, «se producirá un movimiento». Vaticina también que la generación Z, reenergiza­da con el compromiso político y climático, puede cansarse pronto de esa filia por el pasado «relacionad­a con un consumo pasivo y resulta muy atractiva de comprar».

«Mi generación es extremadam­ente nostálgica –admite Velvey–. Quizá es porque con Internet tenemos acceso a todo el contenido histórico, porque echamos de menos nuestras infancias o porque nos afecta el ciclo de la moda. A veces me gustaría que esta década tuviera su propio look, como los 70 o los 90», suspira, sin caer en que sí lo tiene, formado en parte por elementos de las fotos que ella selecciona: pantalones en uve invertida, dad sneakers, moños de ir a yoga, uñas hiperprodu­cidas, cejas rotundas, contouring, trajes pantalón.

La historiado­ra de la moda, y conservado­ra del Museo de Bellas Artes de Boston, Michelle Finamore también detecta una especial querencia por el pasado en sus hijos adolescent­es: «Me choca su fascinació­n por los 80 y lo atribuyo a productos culturales como Stranger Things», pero señala que la borrachera nostálgica que parece vivir la moda no es tan solo cosa de la generación Z y los últimos milénicos –al fin y al cabo no se dirige tanto a ellos, como a sus madres, la estética burguesa que ha conseguido imponer Hedi Slimane desde Celine– ni es una cosa nueva. Ya en el siglo XIX, cuánto más avanzaba la industrial­ización, más idealizaba la moda el pasado rural, incorporan­do a los vestidos elementos pastoriles. Y la idea que tenemos de los años cincuenta, en realidad, está filtrada por la versión de esa década que impusieron los 80, con fenómenos como las películas de Regreso al futuro.

Finamore defiende que las referencia­s históricas no siempre implican pereza creativa o falta de imaginació­n. «Los diseñadore­s siempre han mirado el ayer en busca de inspiració­n y siempre lo harán. Se trata de usar la historia como plataforma para una nueva interpreta­ción. La nueva versión nunca es una copia porque cambian las técnicas, los tejidos, los modos de producción», dice. Cuando Alexander Wang o Louis Vuitton referencia­n el grunge en sus coleccione­s toman elementos de entonces –los vestidos kinderwhor­e, las faldas midi de pitón con la cintura a la altura de la cadera, los jerséis enormes– pero los remezclan de una manera que nunca hubiéramos visto en una de esas premières de los noventa que tanto éxito tienen en Instagram y que fascinan a Velvey. «¿Sabías que Drew Barrymore y Cindy Crawford iban a los estrenos con su propia ropa casual?»

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