India Martínez regresa a su niñez con ‘Palmeras’.
La cantante cordobesa INDIA MARTÍNEZ regresa a Las Palmeras, el barrio de su niñez que da título a su octavo álbum de estudio. Un viaje por los recovecos de su memoria en clave de pop bailable que, en su voz aflamencada, suena a fusión cultural.
Todo en ella remite a un armónico encuentro entre culturas. Su discurso apacible, su trato educado, su acento cálido. Su impactante mirada, abierta e inquieta, a la caza siempre de nuevas influencias. Una riqueza étnica que se ha convertido en sello de su música y que renace en su versión más latina en su nuevo trabajo, Palmeras (Sony). El octavo álbum de India Martínez, nombre artístico de Jennifer Jéssica Martínez Fernández, contiene colaboraciones con el puertorriqueño Pedro Capó, los cubanos Orishas o el guitarrista flamenco Vicente Amigo. Una ambiciosa travesía rítmica y emocional en la que, tras casi dos décadas de carrera (firmó su primer contrato con 17 años; ahora tiene 34), la compositora regresa a un lugar del que, en realidad, nunca se ha ido del todo: los rincones de su Córdoba natal.
Cuentas que el disco es un homenaje a tu niñez, pero las letras hablan de una mujer fuerte, madura y emancipada. ¿Cómo se articula todo ello? En realidad, estoy utilizando como excusa a la niña. La que hablaba sin tapujos. Espontánea e inocente. Sin miedo. Ese descaro de la infancia. En muchas otras canciones me pongo muy fina. Pero para qué abusar de la poesía si el mensaje no va a llegar directo a donde quieres. Al final, soy una niña de barrio que ha crecido y quiere seguir teniendo las mismas ilusiones.
De hecho, el título, Palmeras, hace alusión a un lugar, ¿no? Sí, es un barrio. En el resto del disco me paseo por mis viajes, mis sentimientos, mis reflexiones, pero tengo una canción que se llama así, que habla de la gente de mi barrio de Córdoba, en el que pasé mi infancia hasta que tuve que mudarme a Almería con 11 años. Adquiere la forma de una historia de amor. Y le da título porque hemos tenido esa forma de trabajar basada en la regresión, en recordar quién soy y de qué estoy hecha.
¿Tenías ya claro en la adolescencia cuál iba a ser tu camino? Según mis padres, sí. No hacía otra cosa. Incluso me comunicaba cantando. Era muy tímida, tenía cuatro amigas y no hacía las cosas típicas de la edad. En vez de ir a discotecas me encerraba en mi cuarto y me pasaba el día escuchando música. Por Reyes me pedía una guitarra, un piano...
¿Qué canciones escuchabas? Si no me equivoco, el apodo de India también hace referencia a tus insólitos gustos musicales. Tuvo mucho que ver con el hecho de verme tan racial, en lo físico y en lo musical. Cantaba en árabe, hindú o rumano. Cualquier idioma que me llamase la atención.
¿Y de dónde viene esa curiosidad que ha terminado derivando en un sello personal? De pequeña, mis padres escuchaban flamenco árabe. Pero es más tarde, en
Almería, cuando me adentro de lleno. En el instituto tenía muchos compañeros emigrantes: nigerianos, rumanos, rusos... Cerca de la mitad de la clase era extranjera. Es verdad que, a veces, en los colegios los niños son un poco crueles y se rechaza a los que vienen de fuera. Pero para mí era todo lo contrario. Me generaba interés. Quería saber qué música escuchaban. Yo hacía flamenco y ellos, ¿qué hacían, qué escuchaban, qué comían? Si en mi bloque de pisos me cruzaba con un vecino hindú le decía: «Oye, pásame música, que me gusta». Por eso mis composiciones están tan vivas que ni yo misma las controlo.
Supongo que lo de la apropiación cultural te sonará raro entonces. ¿Hay que pertenecer a una comunidad para poder experimentar con su arte? Lo de la apropiación es un invento, una tontería. A veces me siento india, otras árabe y otras argentina si voy para allá. Lo que sí creo es que hay que dejar las cosas claras. Por ejemplo, este nuevo disco suena aflamencado porque mi voz tiene ese matiz, pero no es flamenco. Yo te avisaré cuando haga flamenco para que nadie se ofenda.
¿Cuál es la parte más rupturista de este disco respecto a trabajos anteriores? Hay momentos en los que hablas para ti misma, en los que necesitas desquitarte. Pero también hay mensajes reivindicativos que ponen en su sitio a la mujer. Es como un episodio que tuve hace poco en Instagram. Subí una foto en biquini y un seguidor dejó un comentario insultante. Cualquier otro día no le hubiese echado cuenta, pero le respondí. El zasca se hizo viral. Entiendo que soy una persona pública y la gente tiene derecho a opinar, pero sin pasarse.
¿En qué otros aspectos tampoco transiges ahora mismo? Con el tiempo te vas reeducando. He hecho ese trabajo de desaprender para conectar con esa India que te canta con su acento andaluz. No es justo tener que castellanizar porque de lo contrario no te ponen en la radio. Sí he sentido esa presión.
¿Se puede revelar ya algo de Palmeras Tour 19/20? Seguramente habrá alguna mujer más en la banda. Eso me hace mucha ilusión. Y vamos a intentar trabajar muchísimo en la parte visual.
Hablando de eso, la estética del videoclip de La gitana, el primer sencillo, recuerda a Rosalía. ¿Esa inspiración está ahí? Viene más de M.I.A y Jennifer Lopez, que tiene un vídeo muy famoso en el que hace estallar un coche. Por cierto, el que explota en La gitana era mío, y tiene también una lectura simbólica de dejar atrás malos recuerdos. Pero claro, estoy mostrando muchas cosas diferentes. La estética urbana impera en todo el mundo. Rosalía me encanta, pero no es el caso